Por amor a la discusión | Daniel H. Cohen | TEDxColbyCollege

Esta charla es de un evento TEDx, organizado de manera independiente a las conferencias TED.

¿Por qué discutimos? Para quitar la razón a nuestros oponentes, para probar que se equivocan y, sobre todo, ¡para ganar!... ¿Verdad? El filósofo Daniel H. Cohen muestra cómo nuestra forma más habitual de discusión, una guerra en la que alguien tiene que ganar y alguien tiene que perder, desaprovecha los beneficios reales de participar en un desacuerdo activo.

Me llamo Dan Cohen y soy
académico, como se ha dicho.

Y eso significa que discuto.

Es una parte importante de mi vida

y me gusta discutir.

Y además de académico, soy filósofo,

así que me gusta creer que soy
francamente bueno discutiendo,

pero también me gusta reflexionar
sobre la argumentación.

Y en mis reflexiones,
me he topado con algunos misterios.

Uno de los misterios es que,

a fuerza de reflexionar
a lo largo de los años,

y son ya décadas,

soy mejor argumentando.

Pero cuanto más discuto,
y cuanto mejor argumento,

más pierdo.

Y eso es un misterio.

Y el otro misterio es que
me siento bien al respecto.

¿Por qué me parece bien perder

y por qué creo que quienes
discuten bien, pierden mejor?

Hay otros misterios.

Uno es, ¿por qué discutimos?,

¿quién se beneficia al discutir?

Y cuando hablo de
discutir me refiero

a discusiones académicas
o discusiones cognitivas,

donde lo cognitivo está en juego:

¿esta proposición es verdadera?,
¿es buena esta teoría?,

¿es viable esta interpretación
de los datos o del texto?, etc.

No me interesan las discusiones
sobre a quién le toca fregar

o quién tiene que sacar la basura.

Sí, también tenemos
esas discusiones.

Suelo ganarlas porque
me sé todos los trucos,

pero no son las importantes.

A mí me interesa
la discusión académica,

ahí están las cuestiones que me intrigan.

Primero, ¿qué gana un buen argumentador
cuando gana una discusión?

¿Qué gano si consigo convencerlos

de que el concepto kantiano
de "cosa en sí" es incoherente?

¿Qué gano si los convenzo

de que el utilitarismo
no es el marco adecuado

para considerar las teorías éticas?

¿Qué ganamos al ganar una discusión?

Y, lo que es más,

¿qué me importa a mí

si Uds. piensan o no que
la teoría de Kant funciona

o que la ética de Mills
es la que conviene seguir?

Me tiene sin cuidado

si creen que el funcionalismo
es una teoría viable o no.

¿Por qué nos molestamos en discutir?

¿Por qué tratamos
de convencer a otros

de que crean cosas
que no quieren creer?

¿Es correcto hacerlo?

¿Es una forma correcta
de tratar a una persona,

hacerle pensar algo
que no quiere pensar?

Mi respuesta hará referencia a
tres modelos de argumentación.

El primer modelo, llamémoslo
"modelo dialéctico",

considera la argumentación
como guerra: ya saben,

un montón de gritos y chillidos,
de victorias y derrotas.

Ya saben cómo funciona.

No es muy útil para argumentar,

pero es un modelo de discusión
común y asentado.

Tenemos un segundo modelo:
la argumentación demostrativa.

Piensen en una argumentación matemática.

Este es mi argumento.
¿Funciona? ¿Es útil?

¿Las premisas son fiables?
¿Las inferencias son válidas?

¿La conclusión se deriva
de las premisas?

Sin oposición, sin adversarios,

sin discusión en el sentido
de confrontación.

Pero hay un tercer modelo
para considerar,

que creo que va a ser muy útil,

y es el de la argumentación
como actuación ante un público.

Podemos pensar en un político
que defiende su postura,

que trata de convencer
al auditorio de algo.

Hay otro aspecto en este modelo
realmente importante,

y es que, cuando argumentamos
ante un público,

a veces el público tiene un papel
participativo en la discusión.

Es decir, argumentación es también
la intervención ante un jurado,

que emite un juicio y decide el caso.

Este es uno de los modelos
que quiero tener en cuenta:

llamémoslo "modelo retórico",

que consiste en adaptar la
argumentación al auditorio.

Ya saben, presentar
una argumentación sólida,

bien fundamentada, en inglés
ante un público francófono

simplemente no va a funcionar.

Tenemos pues la argumentación
como guerra, como demostración

y como actuación.

De los tres modelos, la argumentación
como guerra es el predominante.

Determina cómo hablamos
de las discusiones,

cómo pensamos sobre las discusiones,

y por ello determina cómo discutimos,

nuestro comportamiento real.

Cuando hablamos de argumentos,

pensamos en un lenguaje militar.

Queremos argumentos fuertes,
argumentos con garra,

argumentos que den en el blanco.

Queremos tener nuestras defensas
y nuestras estrategias en orden.

Queremos argumentos fulminantes.

Este es el tipo de discusión que queremos.

Es la forma predominante
de pensar las discusiones.

Cuando les hablé de discusiones

probablemente pensaron en eso,
en el modelo del conflicto.

Pero la metáfora de la guerra.

el paradigma bélico como
modelo para pensar la discusión

tiene efectos deformantes en
nuestra manera de argumentar.

Primero, hace primar
la táctica sobre la sustancia.

Tomen clases de lógica,
de argumentación,

aprenderán todos los subterfugios

que la gente usa para ganar
discusiones, los pasos en falso.

Aumenta el aspecto
de confrontación,

crea el conflicto, polariza.

Y los únicos resultados
previsibles de una discusión

que es en realidad
una contienda verbal,

son el triunfo, un triunfo glorioso,
o la derrota abyecta, ignominiosa.

Creo que son efectos deformantes,

y lo peor de todo, lo peor
del argumento bélico

es que parece impedir cosas
como la negociación,

la deliberación, el compromiso
o la colaboración.

Piénsenlo. ¿Alguna vez han
empezado una discusión diciendo:

"Vamos a ver si podemos
solucionarlo en vez de pelearlo?

¿Qué podemos resolver juntos?"

Creo que la metáfora de
la argumentación como guerra

impide esas otras maneras
de resolver una discusión.

Y al final, y esto es lo peor,

las discusiones se vuelven
callejones sin salida.

Son como rodeos, atascos o
puntos muertos en la conversación.

No llevan a ninguna parte.

Y una cosa más,

que, como educador, es
lo que más me preocupa:

si la discusión es una guerra,

entonces hay una equivalencia
implícita entre aprender y perder.

Quiero decir lo siguiente.

Imaginen que Uds. y yo
tenemos una discusión.

Uds. creen una proposición, P, y yo no.

Digo: "Veamos,
¿por qué creen P?".

Y Uds. me dan sus razones.

Y yo objeto: "Bien,
¿y qué me dicen de...?".

Y Uds. responden a mi objeción.

Y yo pregunto: "Pero
¿qué quieren decir con eso?,

¿cómo se aplica en este caso?".

Y Uds. responden a mi pregunta.

Ahora imaginen, al final del día,

he objetado, he cuestionado,

he planteado todo tipo de
"contra-contrarréplicas"

y he quedado satisfecho
de todas sus respuestas.

Así que, al final del día, digo:

"¿Saben qué? Creo
que tienen razón: P".

Así que tengo una nueva convicción:

y no una cualquiera,

sino una bien articulada, revisada,
una convicción a prueba de balas.

Gran ganancia cognitiva.

¿Quién ganó la discusión?

La metáfora de la guerra parece
forzarnos a decir que Uds. ganaron,

a pesar de que solo yo obtuve
una ganancia cognitiva.

¿Qué ganaron Uds. al convencerme?

Claro, les produjo cierto placer,
tal vez un refuerzo del ego,

tal vez reconocimiento profesional:

"Este tipo es bueno argumentando".

Pero desde un punto de vista cognitivo,

¿quién fue el ganador?

La metáfora bélica nos obliga a
creer que Uds. ganaron y yo perdí,

a pesar de que yo gané.

Hay algo que falla en esa imagen.

Y es la imagen que quiero
que cambiemos si podemos.

Así que, ¿cómo podemos
encontrar la manera

de hacer que las discusiones
produzcan algo positivo?

Necesitamos nuevas estrategias
de salida para las discusiones.

Pero no vamos a tener
nuevas estrategias de salida

hasta que no tengamos
nuevos enfoques de entrada.

Tenemos que pensar en
formas nuevas de discusión.

Y para hacer eso, bueno...

No sé cómo hacerlo.

Esa es la mala noticia.

La metáfora de la argumentación
como guerra es... un monstruo.

Se ha instalado en nuestra mente

y no hay bala de plata
que vaya a matarlo.

No hay varita mágica que
vaya a hacerlo desaparecer.

No tengo una respuesta,

pero tengo propuestas.

Esta es mi propuesta:

si queremos nuevas
formas de discusión,

necesitamos nuevos tipos
de argumentadores.

Prueben esto:

piensen en los roles que
intervienen en las discusiones.

Están el ponente y el oponente

de la argumentación
dialéctica, conflictiva;

está el público de
la argumentación retórica,

está el razonador
de la demostración.

Todos son roles distintos.

Imaginen ahora una discusión
en la que Uds. son el argumentador

pero también el público
que les ve argumentar.

¿Pueden imaginarse verse
a Uds. mismos discutir,

perder la discusión y,
aun así, al final decir:

"¡Vaya, qué buena discusión!"?

¿Pueden hacerlo?

Yo creo que sí. Y creo que si
pueden imaginar una discusión

en la que el perdedor le dice al ganador,
y el público y el jurado pueden decir:

"¡Sí, señor, qué buena discusión!",

habrán imaginado
una buena discusión.

Y más que eso,

habrán imaginado
un buen argumentador,

el tipo de argumentador
que deberían tratar de ser.

Pierdo muchas discusiones.

Requiere práctica convertirse
en buen argumentador,

en el sentido de saber sacarle
provecho a perder, pero por suerte,

he tenido muchos, muchos colegas
que se han ofrecido con gusto

a hacerme practicar.

Gracias.

(Aplausos)