Adaptar los derechos de autor a la economía digital | Julien Pénin | TEDxStrasbourgUniversité

Esta charla es de un evento TEDx, organizado de manera independiente a las conferencias TED.

El equilibrio entre incitación y difusión instaurado por la distribución de derechos de propiedad intelectual a los autores está siendo vulnerado por las nuevas tecnologías de reproducción. La naturaleza de los problemas que estas plantean requiere imaginar nuevas normas de derechos de autor. En esta conferencia, Julien Pénin nos presenta una propuesta para adaptar los derechos de autor a la economía digital.

Gracias por la presentación.

Solo soy director adjunto de BETA.

Si mi director ve en Internet
que le quito el cargo

empezamos mal.

Soy profesor-investigador de Economía
en la Universidad de Estrasburgo,

y mi trabajo se centra en
la propiedad intelectual,

también en gran medida
en los derechos de autor,

y tenía diapositivas,

pero me doy cuenta
de que son bastante malas

y bastante inadecuadas para el lugar,
así que lo haremos sin diapositivas.

Me doy cuenta después de un tiempo,

como mucha gente,

que al final los derechos de autor

ya no están adaptados
en absoluto a la economía digital:

Internet, la digitalización de
las obras, la difusión fácil

y voy a intentar...

en mis investigaciones
uso conceptos económicos

de los cuales voy a intentar
prescindir hoy,

para mostrarles que los economistas
pueden contribuir a este debate

y pueden mostrar que, al final,

las normas de los derechos de autor
tienen que cambiar,

porque hoy en día son un auténtico freno
para muchas cosas.

Y en nuestra jerga económica,

diríamos que al fin y al cabo

los derechos de autor ya no son
una fuente de creación de riqueza,

pero cada vez más
frenarán la creatividad.

Para empezar,

les explicaré dos breves historias

que les mostrarán algo importante,

porque no es obvio para muchos

y, sobre todo, para muchos juristas,

no es obvio que las normas
de derecho tengan que cambiar.

Para muchos,

las normas de derecho
están grabadas en piedra.

El derecho es el derecho,
y no depende del contexto.

Es bastante falso, en cualquier caso
para los economistas.

Los economistas, desde hace mucho tiempo,
han desarrollado

lo que llamamos una visión funcionalista

de la propiedad intelectual,
y del derecho más en general,

que en resumen dice
que el derecho cumple una función.

No es algo natural,

no es nada grabado en piedra,

pero el derecho cumple una función.

Esta función, para los economistas

es mejorar la riqueza
de nuestras economías,

y la manera en la que el derecho
cumple esta función

naturalmente depende del contexto.

Y si el contexto cambia,

las normas de derecho
pueden estar sujetas a cambio.

Simplemente dos ejemplos
que en mi opinión ilustran

perfectamente esta visión
funcionalista del derecho.

El primer ejemplo es el
de la propiedad inmueble.

Es un ejemplo que saco de
un escritor que quizá conocen,

Lawrence Lessig,

que ha contribuido mucho en la
creación de los creative commons

y que ha dado varias charlas,

charlas TED de verdad y no TEDx.

Lawrence Lessig nos explica que la
propiedad inmueble en Estados Unidos,

(saben que es algo sagrado),

está recogida en la constitución.

No se bromea con la propiedad
privada en Estados Unidos,

y originalmente, por alguna extraña razón,
se define en tres dimensiones.

Es decir que uno no es únicamente
propietario de su terreno,

es propietario de todo lo que hay debajo

y de todo lo que hay encima, hasta el cielo.

Si encuentran petróleo
en su terreno, es suyo,

y claro, la constitución estadounidense
es de finales del siglo XVIII,

no había aviones,

y a principios del siglo XX

hubo los primeros vuelos
transcontinentales a Estados Unidos,

y por supuesto hubo los primeros juicios.

Hay grandes propietarios inmuebles
que han llevado a juicio

a las compañías aéreas estadounidenses
que hacían el trayecto Nueva York-Chicago,

porque estas compañías
sobrevolaban sus terrenos

sin pagar derecho de paso.

Como la propiedad inmueble
se definía en tres dimensiones,

uno no tenía derecho
de sobrevolar un terreno

sin el consentimiento
del propietario.

Se trata de un caso.
Después de las apelaciones,

los jueces siempre han dado la razón
a los propietarios inmuebles,

porque un juez hace respetar la ley,
no se la inventa.

Así que llegó hasta el Tribunal
Supremo de Estados Unidos,

y el Tribunal Supremo tuvo
un dilema bastante corneliano:

o bien respetamos el derecho
y cortamos de raíz una tecnología,

los aviones, fuente de riqueza económica

y fuente de progreso
que beneficia al consumidor,

respetamos el derecho y
potencialmente matamos esta tecnología,

o hacemos evolucionar el derecho
para adaptarlo a la tecnología.

Y por supuesto el Tribunal Supremo
decidió modificar la ley

y decir que los aviones

podrían sobrevolar las propiedades
inmuebles estadounidenses

sin pagar derechos de paso
y sin pedir autorizaciones

a condición de que volasen
a una altitud mínima.

Esto ocurrió en 1946,

y es una buena muestra de una
visión funcionalista del derecho,

el derecho tiene que
adaptarse al contexto

y, sobre todo,
al contexto tecnológico.

El segundo ejemplo está sacado
de la propiedad intelectual

y...

estamos a finales de los años 70,

y llega una tecnología bastante rara,

los primeros magnetoscopios.

Claro, ¿qué hacemos
con un magnetoscopio?

Grabamos películas,
programas de televisión, etc.

Al igual que el avión,

el magnetoscopio es una fuente
de riqueza económica extraordinaria.

Es fundamental para los consumidores,

podemos grabar el partido de fútbol
que nos hemos perdido.

Podemos grabar películas.

Es una auténtica fuente
de riqueza económica.

El problema es que el magnetoscopio

es una fuente de violaciones
de los derechos de autor.

No tenemos el derecho de grabar algo

que esté protegido por
los derechos de autor.

Así que de nuevo
hay un juicio ruidoso,

Hollywood contra Sony,

un juicio que llegó hasta el
Tribunal Supremo de EE.UU.

Los primeros jueces
dieron la razón a Hollywood

y, otra vez, los jueces
del Tribunal Supremo

tenían que tomar una decisión,

una decisión complicada.

Es decir si respetamos la ley,
en este caso, matamos el magnetoscopio,

y no sabemos en qué
sociedad viviríamos hoy.

Sin magnetoscopio quizá
no habría reproductor de DVD,

y quizá tampoco smartphones.

No lo sabemos,

eso habría podido tener
influencias irreversibles

sobre la evolución tecnológica.

Por lo tanto adaptamos el derecho
a esta nueva tecnología,

y es lo que los jueces del Tribunal
Supremo decidieron nuevamente,

en 1984 en Estados Unidos
y en 1988 en Francia,

se introdujo el derecho
a la copia privada.

Es decir que cualquiera
puede copiar cosas,

grabar películas,

a condición de que la copia
permanezca en la esfera privada.

Lo pueden mostrar a sus hijos,
su familia, sus amigos.

No pueden vender
lo que hayan grabado,

y no lo pueden mostrar públicamente.

De nuevo, es un buen ejemplo

que demuestra que el derecho tiene que
adaptarse a la evolución tecnológica.

Volveré a hablar de ello al final
de mi presentación,

es más que una anécdota en mi opinión,

pero evidentemente,
diez años después de este juicio

por el cual Hollywood se había pasado
años quejándose, lloriqueando,

tengo ganas de decir, explicar, que
si autorizásemos el magnetoscopio,

ya no habría películas,
ya no habría nada,

sería el final de la creación, etc.

Diez años después del final
de este juicio,

más del 50 % del volumen
de ventas de Hollywood

se realizaba vendiendo
cintas de vídeo,

y más tarde vendiendo DVD.

Mi interpretación es que

el cambio tecnológico
no mata la creatividad

pero exige nuevos modelos de negocio,

nuevas organizaciones.

Evidentemente, volveremos a ello
al hablar de Internet.

Estos dos ejemplos muestran que los
derechos de autor tienen que adaptarse,

e históricamente, los derechos de autor
para los economistas siempre han sido

una forma de arbitrar entre dos cosas.

Los derechos de autor
son una forma de arbitrar

entre crear incitaciones
a invertir en la creación.

Si no hay derechos de autor,

todo el mundo puede
copiarlo todo gratuitamente,

y quizá no habrá creatividad,

porque sabemos que las motivaciones
de los creadores

son esencialmente intrínsecas,

la gente tiene la necesidad de crear.

Así pues, quizá habrá creación,

pero quizá no habrá industria creativa.

Tal vez no habrá gente

que quiera invertir masivamente
en la difusión de las creaciones,

porque efectivamente,
si se puede copiar todo,

no hay interés en invertir.

Por un lado,

hay que incitar a la gente
a invertir en la creación,

pero por otro lado, la exclusividad
creada por los derechos de autor,

los derechos de autor, derechos exclusivos
dados a los autores y derechohabientes,

esta exclusividad tiene
un coste para el consumidor,

porque impide que el consumidor
se beneficie de la música,

los DVD,

todo lo que se puede grabar.

El consumidor tiene que pagar por ello,

no puede beneficiarse gratuitamente.

Por eso hay un coste, está claro.

Hay que arbitrar, si quieren,
entre la incitación a crear

y la difusión de obras

que es beneficiosa de por sí
para el consumidor.

Lo que voy a intentar
demostrarles ahora

es que este equilibrio
entre incitación y difusión

ha sido profundamente transformado
por la llegada de nuevas tecnologías,

esencialmente la digitalización
de las obras del intelecto.

Hoy podemos digitalizarlo
prácticamente todo

y difundirlo todo fácilmente en Internet.

Así que la digitalización
junto con Internet

ha transformado por completo
este equilibrio frágil

entre incitación y difusión,

y hoy, hay dos problemas esenciales

relacionados con los derechos
de autor que voy a comentar

y que al fin y al cabo defienden
una modificación profunda

de las normas de los derechos de autor,
y voy a terminar en este punto.

El primer problema actual
relacionado con los derechos de autor

es que por primera vez
en la historia de la humanidad, creo yo,

vivimos en un mundo donde podemos
difundir obras del intelecto

de forma prácticamente gratuita.

La copia es gratis.

Si tomamos el ejemplo
de un CD,

o el de un libro
o de un manuscrito,

hoy podemos
hacer copiar y pegar

casi gratuitamente.

El único coste
es el de la electricidad

para mantener el computador encendido.

Podemos copiar una película

o una canción de forma casi gratuita.

Esto nunca había ocurrido
en la historia de la humanidad.

Antes de la imprenta,
para copiar un libro,

se necesitaban monjes escribanos

que se pasaban años intentando
hacer bellas miniaturas.

Después de la imprenta,
seguía siendo caro.

Más tarde llegaron los magnetoscopios,
y esos no eran gratuitos.

Hoy, por primera vez,

copiar obras digitalizadas
es casi gratuito.

Lo que significa,

y voy a dejar de lado la demostración
económica que es más bien compleja,

pero económicamente podemos demostrar

que hoy la pérdida
de los derechos de autor,

la pérdida para el consumidor
generada por los derechos de autor

es todavía más importante.

Hoy, como la copia se ha convertido
en algo prácticamente gratuito,

oponerse a esta copia

genera un coste todavía más considerable.

Voy a tomar un ejemplo
relativamente representativo

que, en mi opinión, me permitirá
evitar la demostración técnica.

Tomemos el ejemplo de
las películas Walt Disney.

Imagínense que las películas Walt Disney
no fueran de dominio público.

Perdón, no lo son.

Imagínense que fueran
de dominio público.

Si la mayoría de las películas Walt Disney
fueran de dominio público,

hoy en día cualquiera en el mundo

podría ver películas Walt Disney.

Eso genera una riqueza extraordinaria
para el consumidor.

El problema actual

es que las películas Walt Disney todavía
están protegidas por los derechos de autor,

y hay que comprarlas muy caras,

de 10 a 15, y a veces más, 20 o 25 euros
en Fnac para no citarlas.

Por lo tanto, los derechos de autor
generan una pérdida para el consumidor,

que hoy es absolutamente enorme.

Y el problema,

lo que me suele fastidiar al escuchar
los debates del público general

es que solo se habla de incitación.

Cuando hablamos de los derechos de autor,
solo hablamos de incitación,

nunca del coste de la no difusión,

el coste de la exclusividad
para el consumidor.

Y este coste es tan importante
como las incitaciones.

No estoy diciendo que
las incitaciones no lo sean,

se necesitan las incitaciones,

pero hay que equilibrar
las incitaciones con la difusión.

Y hoy hay un desequilibrio que
me parece absolutamente flagrante.

En segundo lugar,
voy a ir un poco más rápido,

los derechos de autor hoy en día
pueden frenar la creación.

Es paradójico,

porque los derechos de autor
se establecieron para incitar a crear,

pero en la actualidad,
estamos en un mundo...

así que la creación siempre
se ha hecho por combinación,

de forma más o menos
inconsciente o consciente.

Cuando creamos,
nos inspiramos en el pasado.

Es la metáfora de los
hombros de gigantes,

todos estamos a hombros de gigantes.

Nos inspiramos en cosas del pasado.

Lo que ha cambiado ahora

es que cada vez más podemos
crear haciendo copia y pega.

Es el principio del remix,

el principio de los mash up.

toman trocitos de canciones,
de películas,

lo mezclan
y lo suben a YouTube.

El copia y pega no era posible antes
de la digitalización e Internet,

o, en todo caso, el copia y pega
era muy caro.

Solo los individuos que disponían
de material técnico sofisticado

podían hacer copia y pega.

Por lo tanto,

hoy Internet hace que la creación
por copia y pega sea muy fácil,

y quien sea puede crear cosas.

Después podemos criticar

el valor creativo de lo que
encontramos en YouTube.

Podemos decir que el 99 % de lo que
hay en YouTube no tiene ningún interés,

pero no se trata de eso,

el problema es que este contenido
no deja de ser creación,

buena o no,

y los derechos de autor se oponen
a este tipo de creación.

Cuando hacen eso,

cuando hacen copia y pega,

están violando los derechos de autor.

Y hoy los derechos de autor

pueden oponerse a la creación
por recombinación en Internet.

Lo cual no deja de ser
bastante paradójico,

porque los derechos de autor no se crearon
para oponerse a la creación,

sino para fomentarla.

Entonces, ¿qué deberíamos hacer?

¿Qué nos dirían muchos economistas ahora?

En mi opinión, hay que hacer
tres cosas, por lo menos.

Tres evoluciones de los derechos
de autor se imponen.

La primera evolución fundamental:

hay que reequilibrar la situación
entre productores y consumidores,

y por eso, hay que acortar la
duración de los derechos de autor.

Hoy en día, estos derechos duran 70 años
después del fallecimiento del autor.

Uds. pueden crear una canción hoy,
morir en 60 años,

y tener 130 años de monopolio.

130 de exclusividad es demasiado caro
para el consumidor.

Durante 130 años, el consumidor
tendrá que pagar el precio caro.

El ejemplo de Walt Disney.

Por lo tanto hay que reducir
los derechos de autor necesariamente

para que los consumidores
se puedan beneficiar

de las obras del intelecto
más fácilmente.

Y mucha gente ahora piensa

que una duración de por ejemplo
20 años sería perfecta.

Una duración de 20 años

significa que todo lo que
ha sido creado antes de 1994

se puede descargar legal
y gratuitamente por Internet.

Todas las películas y canciones,

todo lo que se haya
creado antes de 1994

sería descargable
legal y gratuitamente.

Imagínense el beneficio
para el consumidor,

y no creo que fuese en detrimento
de las incitaciones.

Porque 20 años de monopolio bastan.

Este sería el primer paso. Reducir
la duración de los derechos de autor.

El segundo: pedir que
los derechos de autor

para poder beneficiarse de ellos,
tengan que registrarse.

Sería muy fácil.

Hoy, por defecto,
tienen derechos de autor.

Crean lo que sea, lo difunden,

y están protegidos por los derechos
de autor, sin tener que pedirlos.

Obtienen los derechos de autor
por defecto.

Lo que crea una situación
completamente incierta.

Hay derechos de autor
por todas partes,

todos los creadores
se benefician de ellos,

incluso sin pedirlo.

Estoy hablando de los derechos
patrimoniales, los derechos económicos.

Podríamos exigir perfectamente

que [para] los creadores que quieren
beneficiarse de los derechos de autor

exista un sitio

igual que existe para otros derechos
de propiedad intelectual,

las patentes, las marcas...

y en este lugar habría
que registrarse

si se quieren beneficiar
de los derechos de autor.

Y si no se registran,

pueden seguir beneficiándose
de su derecho de paternidad,

por supuesto, siguen siendo el creador,

pero quien sea pueda copiarles
sin remunerarles,

algo que no constituye ningún problema
para muchos creadores.

Mis cursos, por ejemplo,

por defecto están protegidos
por los derechos de autor,

aunque no haya pedido
derechos de autor.

Tendríamos que exigir el registro.

Y finalmente, el último paso
que quizá es más delicado,

habría que conseguir
definir una frontera

entre el uso activo y pasivo.

El uso pasivo

son los consumidores
que usan el arte

solo para consumir arte.

Escuchan una canción
o ven una película,

pero no quieren crear.

El consumidor activo es el que
quiere utilizar una obra de arte

para crear algo.

No es lo mismo para nada,

y si lográsemos de forma jurídica
(es bastante complicado),

esta es la tercera posibilidad,

que sería la más complicada de aplicar,

pero si lográsemos establecer
una estrecha frontera

entre el uso activo y pasivo,

podríamos por ejemplo decir que
el usuario pasivo,

el que solo quiere consumir arte,

paga, como es normal,

hay que remunerar
a los artistas, desde luego,

pero el usuario activo, el que
quiere crear algo,

no tendría que pedir [la autorización]

de los usuarios del pasado.

Es un poco lo que
quería decirles hoy,

espero haber demostrado
que visto el nuevo contexto,

vistas las nuevas tecnologías,

es totalmente necesario que las normas
de los derechos de autor evolucionen,

hay que cambiar las normas de derecho,

porque hoy

los derechos de autor cada vez más
pueden representar un freno a la creación,

mientras que originalmente fueron creados
para fomentar la creación,

y observamos cada vez más

una auténtica corrupción
de los derechos de autor.

Les doy las gracias.

(Aplausos)