¿Yo?
Sentí mucho asco.
Conmocionada, la verdad.
Sentí que la madre naturaleza
se burlaba de mí
y me hacía parte de una sororidad
a la que no quería pertenecer.
"¡Bienvenida a la condición de mujer!
Por cierto, de esto no se habla.
Te agradecemos no decir nada la respecto".
Estaba furiosa,
furiosa con cada mujer
que ha existido en el planeta,
desde el comienzo de los tiempos,
que no ha hecho nada para solucionar esto
antes de que yo tuviera mi primer periodo.
Es posible que en el pasado,
este no fuera un tema muy cómodo para Uds.
Las mujeres probablemente
se sientan identificadas.
Y a los hombres quiero recordarles
que tienen una hermana,
o una hija,
o una esposa.
Pero en último caso, todos
vienen de una madre, ¿verdad?
Es muy posible que amen
a una mujer que menstrúa.
(Risas)
Después de mi primer periodo,
entendía las indirectas
de las personas que me rodeaban,
y lo ocultaba:
todos los síntomas y las preguntas,
a pesar de que la mitad de la población
probablemente estaba
pasando por lo mismo que yo.
Simplemente "seguía la corriente".
(Risas)
Obviamente, conocía
las referencias de las comedias
como "esos días" o SPM.
También una versión más vulgar
en la escuela y en la calle:
"Le vino" o "Está con la regla".
Todos hemos escuchado
eufemismos, ¿no es así?
"Llegó Juana, la colorada",
"La marea roja",
"Tiene visitas".
(Risas)
Creo que mi favorita es:
"Llegó Andrés, el de cada mes".
(Risas)
Realmente, no me molestan esos eufemismos,
pero no contribuyeron a educar,
ni a normalizar un proceso
tan común para mí.
Durante 25 años,
escondí cualquier evidencia de mi periodo
como si fuera una escena del crimen.
Pero todo cambió cuando
viajé por primera vez a Haití.
En Haití, trabajé en clínicas móviles,
y en solo cuatro días, vimos 320 mujeres,
y cada una de ellas
tenía infección urinaria o candidiasis,
que son infecciones muy dolorosas,
y habían esperado semanas o meses
para hacerse revisar por un doctor.
Y la escena se repite
cada semana en Haití.
Tratando de entender por qué estas
infecciones eran tan extendidas,
supe que en Haití las mujeres tenían poco
acceso a productos de higiene femenina,
que tenían que usar trapos recortados
o la misma toalla higiénica
durante varios días.
Y eso era lo que estaba
contribuyendo a las infecciones.
Nunca antes se me había ocurrido
lo que otras mujeres
hacían durante su periodo.
Estábamos todas tan ocupadas
manteniendo esto en secreto,
que nadie hablaba del tema.
Nadie hablaba del hecho
de que hay mujeres
que no tienen acceso
a productos de higiene femenina.
Nunca se me había ocurrido.
Luego, como para sumarle
una cuota de sorpresa
a la epifanía que tuve en Haití,
tuve un periodo imprevisto.
Todo habría ando bien si hubiera
empacado las cosas esenciales
que toda mujer viajera debería llevar.
Pero no lo hice,
y experimenté el pánico de no poder
conseguir productos de aseo femenino,
y la vergüenza
de no poder hacerme cargo
de mi propio cuerpo,
y la humillación cuando manché
mi ropa con sangre,
y el alivio cuando finalmente pude
comprar toallas en aeropuerto.
Dos días,
durante dos cortos días,
viví lo que cientos de millones
de mujeres en nuestro planeta
experimentan cada mes,
mes tras mes, década tras década,
un promedio de 3500 días
en la vida de una mujer.
Volví muy diferente.
De inmediato, empecé a trabajar
en una organización sin ánimo de lucro
que hace kits de productos
de higiene femenina reutilizables
para niñas y mujeres
de países en desarrollo.
Y como los elementos de tela
que vienen en el kit son de colores,
pueden lavarse y colgarse
para que se sequen,
usando el poder desinfectante del sol.
Gracias al trabajo en esta organización,
aprendí muchísimo sobre el tema
de la menstruación en todo el mundo.
Supe que algunas mujeres,
de manera muy creativa,
recurren, por ejemplo, al uso
de pedazos de su colchón
o a hojas de maíz,
e incluso piedras, para contener el flujo.
Y algunas chicas que no tienen nada
se sientan en un tapete de cartón
y esperan a que termine
"la semana de la vergüenza".
¿Sabían que hay lugares en el planeta
donde se restringe el acceso
de las mujeres a ciertos lugares,
y se dicta lo que pueden hacer o no
cuando están con su periodo?
Hay mujeres y niñas que conocen
el poder del trabajo y de la educación
para revertir los ciclos de pobreza,
y son forzadas
a intercambiar favores sexuales
por toallas higiénicas.
Esto es lo que vi y compartí
con mi comunidad
mientras reunía fondos para esta causa.
La respuesta, sin excepción,
es casi idéntica a la mía:
"Nunca se me ocurrió lo que otras mujeres
hacían para lidiar con su periodo".
Hablar de la menstruación de otras mujeres
fue como abrir las compuertas
y permitir a las mujeres de mi comunidad
la posibilidad de hablar de su periodo.
En los eventos educativos, me encanta
caminar entre las mesas de mujeres
y escucharlas hablar
de su primera menstruación.
¡Las cosas que no sabía!
Momentos vergonzosos.
Había una niña que creía
que ocurría una sola vez:
un solo periodo, uno y ya no más.
(Risas)
La vida sería muy distinta
si ese fuera el caso.
Varias mujeres comentaron
que se enteraron, con dolor,
que cuando usaron
un tampón por primera vez,
el aplicador debía quitarse y botarse.
Sí...
A través de estas conversaciones,
supe que la capacidad de hablar
abiertamente de la menstruación,
y el acceso a productos de aseo femenino,
no es algo que solo estaba
pasando allá lejos,
en Uganda, Guatemala o Haití,
sino aquí,
en nuestro país,
nuestro estado, nuestra ciudad.
Precisamente aquí afuera
hay mujeres de nuestra comunidad
que tienen problemas para acceder
a productos de aseo femenino.
Los indigentes que habitan las calles
son particularmente
susceptibles a infecciones
y no tienen acceso a productos de aseo.
Los centros de refugiados, los bancos
de comida y los centros de ayuda
necesitan productos de aseo femenino.
¡Incluso algunos colegios locales!
La enfermera escolar entrega los productos
y se acaban antes de la próxima compra.
Los vales de comida no sirven
para comprar tampones.
Y, como comunidad, intentamos
ayudar a los que tienen dificultades
y de cubrir necesidades básicas
como agua, comida y refugio.
Pero los productos de aseo femenino
son una necesidad silenciada,
una necesidad que no es satisfecha
porque nadie habla de eso.
Lo interesante es que mientras
hablaba con miles de voluntarios
acerca de las necesidades
a nivel mundial y local,
noté que yo misma obviaba
el tema de la menstruación.
Tengo cuatro hijos varones,
y convertimos nuestra casa
en una fábrica de toallas higiénicas
para mujeres de todo el planeta.
Pero me di cuenta de que todavía
escondía mis propios productos de higiene.
Los llevaba como contrabando
de la tienda al baño
para no incomodar a nadie.
Cuando noté la incongruencia,
decidí hacer un cambio.
Hice un experimento:
tomé una caja de tampones,
y dentro puse dinero
con una nota que decía:
"¡Felicitaciones por la valentía de abrir
esta caja! ¡El dinero es tuyo!".
(Risas)
Puse la caja en medio
del mesón de la cocina
y me quedé esperando.
Nadie la tocó en tres semanas.
(Risas)
Finalmente, cuando me fui de viaje,
el papá, que era cómplice
del experimento, presionó a los chicos:
- "Abran la caja"
- "Puaj, no, no".
Mi hijo de 12 años no sabía
realmente qué estaba pasando,
y cuando sus hermanos mayores
le explicaron, se fue de la cocina.
Él no se iba a involucrar con nada de eso.
Finalmente, después de mucha
presión, mi hijo de 9 años,
con sus rápidos reflejos de ninja,
abrió la caja y fue corriendo
a la otra habitación
antes de que el contenido
lo afectara de algún modo.
(Risas)
Mi hijo de 15 años
espió dentro de la caja
y se quedó con el dinero
por el mérito de su valentía.
Este experimento no fue solo por ellos,
también fue por mí.
No les estaba haciendo
un favor, ni a ellos ni a mí,
al esconder el proceso
biológico que les dio la vida.
Por eso, yo no vuelvo a esconder
mis productos, mis síntomas, mi periodo.
Hay un costo en el silencio y la vergüenza
que atribuimos a la menstruación.
Es individual,
es local y es global.
El costo va desde la energía y el esfuerzo
que me tomó mantenerla oculta por 25 años,
hasta la niña de Middletown, en pleno
Estados Unidos, que vive con su papá,
y siente mucha vergüenza de pedirle
que le compre toallas higiénicas,
y prefiere pedírselas
a la enfermera de su colegio.
O la niña de Uganda, que ante
los indicios de su primer periodo
piensa que va a morirse,
porque nadie le dijo lo que iba
a pasar con su cuerpo.
Y hasta las niñas de toda África,
que dejan la escuela,
en proporciones notablemente
mayores que los varones,
en cuanto llegan a la pubertad,
por la falta de productos de aseo.
Estos costos se extienden a Nepal,
a las mujeres que son
retiradas de la comunidad
y deben sentarse en una choza
y esperar toda la semana
hasta que estén limpias
y puedan volver a la comunidad.
Todos esos son los costos.
Celeste Mergens dijo:
"Este planeta nunca va
a aprovechar su potencial completo
si la mitad de su población
oculta su naturaleza biológica".
Hay un costo por esa vergüenza
y por ese silencio.
En el pasado, tal vez pensaban
que el silencio que caracterizaba
a la menstruación era simple discreción.
Después de todo, nadie
anda contando abiertamente
lo que pasa en el baño, ¿cierto?
Pero hay una diferencia entre
el silencio y la vergüenza por un lado,
y la discreción por el otro.
Por ejemplo, podemos comprar
papel higiénico sin sentir vergüenza
y podemos ponerlo visible en el baño.
Pero las personas se sienten humilladas
por comprar productos de aseo femeninos,
especialmente, si el cajero es hombre,
y los ocultamos, para que nadie los vea.
La discreción es no hablar
de la menstruación en la mesa.
Y la vergüenza es que los tampones
se diseñen de tal manera
para que no hagan ruido
al abrir el empaque.
¿Para que la mujer del baño contiguo
no sepa que estoy sangrando?
Nos han enseñado a sentir vergüenza
de la menstruación incluso entre mujeres.
Hay un esfuerzo global para acabar
con el estigma de la menstruación.
Y ha tomado varias formas.
Es el caso de una mujer de Inglaterra
que corrió una maratón mientras
sangraba sin usar productos,
o una artista norteamericana,
que crea fotografías en las que capta
su propia sangre menstrual.
Creo que son hermosas.
Para algunos, estas manifestaciones
pueden parecer extremas,
pero déjenme recordarles
que en el otro extremo
está la mujer que cruza su aldea
sangrando, sin usar productos,
no por elección, sino por obligación.
Y está esa mujer de Nepal
que muere de frío, confinada
en aquella choza para menstruar.
Independientemente
de lo que nos hayan enseñado,
tenemos la obligación con las niñas
y mujeres de todo el mundo
y con las generaciones futuras
de cambiar nuestra percepción
de la menstruación,
de pasar del silencio y la vergüenza,
a la educación y la aceptación.
La forma en que lo hagamos
es como se empieza con cualquier
idea que vale la pena divulgar:
con una conversación.
¡Felicitaciones!
¡Algunos de Uds. ya tuvieron la primera!
(Risas)
Y a todos los que están aquí,
los invito a que salgan
y redoblen la apuesta.
Incluso pueden hacer su propio
experimento con los tampones.
O simplemente pueden buscar
a alguien hoy y preguntarle:
¿sabías que hay mujeres en el mundo que
no tienen productos higiénicos femeninos?
Pueden hacer preguntas como:
¿qué me podrías comentar
sobre la menstruación?
¿Cómo fue tu primer periodo?
Podemos empezar así
y luego hacer otras, como:
¿qué toxinas hay en nuestros
tampones exactamente?
¿Debería haber impuestos sobre
los productos higiénicos femeninos?
Podemos preguntar:
¿quiénes necesitan productos de higiene
femeninos y quién debería proveerlos?
y ¿podrían Uds., sin importar
cuáles sean sus esfuerzos,
local o globalmente, preguntar
a las niñas y mujeres que los rodean
si tienen los productos que necesitan?
Debemos empezar a hablar
sobre la menstruación
y a hacer preguntas acerca del periodo.
Ahora bien, si me preguntaran,
yo les respondería.
Ya no pienso que las mujeres
deberían ocultar su periodo.
Pero sí creo que los hombres
y las mujeres valientes
tienen el poder de acabar
con la vergüenza y el silencio.
Todo este planeta ha sido
poblado por periodos.
(Risas)
No hay por qué avergonzarse de eso.
(Aplausos)