Si se alinearan todos los vasos sanguíneos de tu cuerpo, hablaríamos de 95 000 kilómetros, que bombean todos los días el equivalente a más de 7500 litros de sangre, aunque esos litros son en realidad los mismos 4 o 5 litros reciclados una y otra vez, que ayudan a la distribución de oxígeno y nutrientes preciosos como la glucosa y los aminoácidos a los tejidos corporales. Toda esa sangre ejerce una fuerza sobre las paredes musculares de los vasos sanguíneos. Esa fuerza se llama presión arterial, y sube y baja al ritmo de los latidos del corazón. Es más alta durante la sístole, cuando el corazón se contrae para bombear la sangre por las arterias. Esta es la presión arterial sistólica. Cuando el corazón se encuentra en reposo entre latidos, la presión arterial se reduce hasta su valor más bajo, la presión diastólica. Cualquier individuo sano tiene una presión sistólica de entre 90 y 120 milímetros de mercurio, y una presión diastólica de entre 60 y 80. Tomadas en conjunto, una lectura normal es un poco menos de 120 con 80. La sangre atraviesa todo el cuerpo a través de los vasos del sistema circulatorio. Como en cualquier trabajo de fontanería hay varias cosas que pueden aumentar la fuerza sobre las paredes de los vasos: las propiedades del fluido, otros fluidos adicionales, o unos vasos más estrechos. Así que, si la sangre se espesa, hace falta una mayor presión para bombearla, por lo que el corazón bombeará con más fuerza. Una dieta alta en sal conducirá a un resultado similar. La sal favorece la retención de agua, y el exceso de líquido aumenta el volumen sanguíneo y la presión arterial, mientras que el estrés, la respuesta de "defensa o huida" libera hormonas como la epinefrina y la norepinefrina que constriñen los vasos principales, aumentando la resistencia al flujo y la presión. Los vasos sanguíneos pueden lidiar normalmente con estas fluctuaciones de manera fácil. Las fibras elásticas incrustadas en sus paredes los hacen resistentes, pero si su presión arterial se eleva por encima de los 140 con 90, lo que llamamos la hipertensión, y se mantiene en estos niveles, puede causar serios problemas. Eso es porque la tensión adicional creada en la pared arterial puede producir pequeños desgarros. Cuando el tejido dañado se hincha, las sustancias que responden para arreglar la inflamación, como los leucocitos, se depositan alrededor de los desgarros. Y la grasa y el colesterol que flotan en la sangre se pegan, también, hasta llegar a formar una placa que se vuelve rígida y espesa la pared arterial interior. Esta condición se llama aterosclerosis, y puede tener consecuencias peligrosas. Si la placa se rompe, un coágulo de sangre que se forme en la parte superior del desgarro puede obstruir la arteria ya estrecha. Si el coágulo es lo suficientemente grande puede bloquear completamente el flujo de oxígeno y nutrientes a las células del resto del cuerpo. Su presencia en los vasos que alimentan el corazón causará un ataque al corazón, cuando las células musculares cardíacas privadas de oxígeno comienzan a morir. Si el coágulo obstaculiza el flujo de sangre hacia el cerebro puede provocar un accidente cerebrovascular. Estos vasos sanguíneos obstruidos pueden ampliarse a través de un procedimiento llamado angioplastia. Los médicos introducen un hilo de alambre a través del vaso sanguíneo hasta al sitio obstruido, y luego colocan un catéter de globo desinflado sobre el alambre. Cuando se infla el globo, obliga a abrir paso de nuevo. A veces un tubo rígido llamado endoprótesis se coloca para mantener los vasos sanguíneos abiertos y dejar que el flujo de sangre circule libremente para reponer a las células privadas de oxígeno. Mantenerse flexible bajo presión es un trabajo duro para las arterias. El fluido que ellas bombean se compone de sustancias pegajosas y que las pueden obstruir, mientras que un corazón sano late unas 70 veces por minuto y durante al menos 2,5 millones de veces en una vida media. Puede parecer que se trata de una presión impresionante pero no te preocupes, tus arterias son muy adecuadas para este desafío.