¡Hola! Me llamo Sarah.
Soy activista por los derechos
de las minorías y soy egipcia.
Durante los últimos 3 años,
ser egipcia ha supuesto para mí
reivindicar que pertenezco a esta nación.
Esto se debe a que,
durante los 3 últimos años en Egipto,
he formado parte de un esfuerzo colectivo
por expresar qué somos,
pero más importante aún, qué queremos.
Esto es nuevo, ya que, en Egipto,
durante los últimos 30 años
el régimen nos ha enseñado
que lo que hacemos está conectado
con lo que somos como personas
y no con lo que queremos.
Así que, durante los últimos 20 años,
he planeado mi futuro
alejado del destino de mi propia gente,
y acabé dejando El Cairo por París
el 17 de enero de 2011,
para cursar mis estudios.
El día 18 de enero,
conocí, en un bar parisino,
a una periodista alemana llamada Camille,
que trabajaba cubriendo
los levantamientos en Túnez.
Después de unas copas
no pudo evitar preguntarme:
"Bueno, ¿qué crees que pasará
ahora que ha caído el régimen de Ben Ali?"
y yo le contesté: "¿A que te refieres?"
Ella dijo: "Sí, ¿no crees que los egipcios
van a tener su propia revolución?
Le sonreí sarcásticamente y le dije:
"Por supuesto que no."
Obviamente, ella tenía razón y yo no
porque la revolución salió adelante
y tuvo lugar el 25 de enero de 2011.
No podía creer que me hubiera marchado
de allí una semana antes de la revolución,
¡Y ahora tenía que sentarme
y verlo desde tan lejos!
Así que desarrollé una relación
de amor-odio con esta revolución.
Me gustaba porque, por primera vez
en mi vida, podía imaginar un Egipto
del que me gustaría
y podría formar parte.
De hecho, la idea de que cualquiera
pudiera ser parte de este nuevo Egipto
la odiaba porque su propia existencia
me recordaba
que había vivido los 20 años anteriores
completamente desconectada de mi gente.
En junio de 2011 volví a Egipto,
y decidí iniciar conversaciones aleatorias
con amigos y familia
para decidir lo que pensaba
sobre esta revolución.
En ese momento,
Egipto ya se cuestionaba el camino
que había tomado hacia la democracia.
Y pronto descubrí
que muchos de nosotros compartíamos
esa relación agridulce con la revolución.
Ahmad El-Gamal,
un periodista ciego que conocí
en una formación sobre los derechos
de las minorías que organicé en Egipto,
es un buen ejemplo de ello.
Puede que Ahmad sea ciego,
pero, sinceramente, tardé cinco minutos
en un ruidoso autobús de El Cairo
en descubrir que él ve Egipto
de una forma mucho más clara que yo.
Y si le preguntas a Ahmad
sobre su relación con la revolución,
te dirá dos cosas.
Te dirá que tres años
antes de la revolución,
conoció al funcionario asignado
del Ministerio del Interior.
Este funcionario se encargaba de
controlar sus escritos contra el régimen
y venía en mitad de la noche a llevárselo
para que pudiera pasar la noche
en prisión por sus artículos.
Después, Ahmad pasa rápidamente
al 28 de enero de 2011,
una fecha a la que los egipcios
llaman el "Día de la Ira",
y él contó que vio a todo Egipto
en la plaza de Tahrir.
Y dijo que fue ese día
cuando se dio cuenta de que
la libertad de Egipto llegaría.
Antes de enero de 2011
no había libertad en Egipto.
Irónicamente, la mejor forma de explicarlo
es decir que Egipto era una pirámide
y que dependiendo de la clase,
educación, sexo o religión
uno estaba colocado
en una parte de esta pirámide.
De alguna forma,
todos estabamos atrapados en categorías
que definían quienes somos
y en qué puesto de la pirámide estábamos.
No había forma de cambiar eso.
Duró tanto porque permitía que todos
excluyeran por lo menos a alguien:
los ricos excluían a los pobres;
los hombres excluían a las mujeres:
los musulmanes a los no musulmanes.
Si preguntan a un egipcio sobre
el nombre de este tipo de régimen,
dirán dos cosas.
O bien que no es un régimen dictatorial,
que no es un régimen autoritario
y que no es un régimen militar.
Rechazarán cualquiera de
las categorías que normalmente utilizamos.
O bien, dirán que no logran
ponerse de acuerdo en cómo denominarlo.
Pero algo que sí dirán es
que todos se sienten excluidos,
y eso, sin importar
a qué parte de la pirámide pertenzcan.
La única consigna con la que
todos coincidían sobre la revolución
era que todos los egipcios
querían el fin del régimen.
Por desgracia, el fin del régimen
de Mubarak en febrero de 2011
no supuso el fin del régimen de exclusión.
De hecho, en febrero de 2011,
los militares tomaron el cargo,
y, mientras anunciaban
elecciones presidenciales y parlamentarias
muchos movimientos como los sindicatos
y las agrupaciones juveniles.
se manifestaban y empezaban
a volverse violentos en noviembre de 2011.
Para muchas personas
que vivían desconectadas
de la política, como yo misma,
esto era una doble lucha.
Era una lucha
por la participación política,
pero también una lucha contra nuestros
minigobiernos: nuestras madres.
Porque nos prohibían,
mi madre está entre el público...
(Risas)
nos prohibían ir a estas manifestaciones.
Así unos amigos y yo decidimos
que tomaríamos el bus a la universidad
y después acordaríamos
con el conductor de la universidad
que nos llevara a la plaza de Tahrir
y después a casa.
Así que fuimos allí
y gritamos a pleno pulmón
y luego volvíamos a casa como si nada.
(Risas)
Como un periodista dijo entonces:
"Egipto es el único país en el que
los jóvenes temen más a sus padres
que a los tanques".
(Risas)
Tras una larga lucha, conseguimos
elegir al primer presidente civil
en junio de 2012.
Los perdedores del antiguo régimen
eran ahora los ganadores del nuevo.
Todo era maravilloso,
hasta que el 22 de noviembre de 2012,
recibí una llamada de una amiga, Manar,
periodista de más o menos mi edad,
mientras conducía mi auto negro
por las locas calles de El Cairo,
me dijo: "¿Dónde estás?"
Le conteste: "Voy donde hemos quedado"
Me indicó: "Vale, aparca",
y eso hice,
y dijo: "El presidente Morsiacaba
de anunciar un decreto constitucional
que protege sus decisiones
de todas las formas posibles".
Me quedé en silencio en el auto,
ahogándome en mis peores
y más oscuros miedos.
Me sentí traicionada, me sentí furiosa
porque era un "déjà vu",
y la pregunta de cómo habíamos llegado
a eso no dejaba de rondar mi cabeza.
Conduje hasta donde estaba mi amiga
y no paramos de hablar,
nuestra rabia se convirtió
en odio hacia los islamistas.
¡Y ahí me dí cuenta!
Me di cuenta de que el mayor crimen
cometido contra los egipcios
durante los últimos 30 años
era el régimen de exclusión.
Estaba tan incrustado en nuestras cabezas,
en nuestras almas, en nuestro ser,
que no sabíamos ni que existía.
No lo supimos hasta que tocamos fondo,
y ese fondo era que
nuestro primer presidente electo
nos acabara de excluir
de la toma de decisiones.
Cuanto más lo pienso, más me convenzo
de que la revolución de enero
y el movimiento de junio
y todas las revoluciones venideras
son inevitables,
porque los regímenes de exclusión
conllevan a su propia destrucción.
Con tiempo y resistencia,
se vuelven violentos.
Y no solo hablo del tipo de violencia
que tuvo que soportar Ahmad El-Gamal.
Hablo de todo tipo de violencia
muy sutil y que termina
marginando a todo el mundo.
Mucha gente nos pregunta
por qué nos rendimos en noviembre
y por qué fuimos no fuimos
contra Morsi en junio.
Mi respuesta es: "porque
no es una cuestión de elecciones
y tampoco sobre el sistema parlamentario.
Se trata de crear un sistema
en el que todo el mundo tenga sitio
y sea consciente de todo su potencial."
No, no teníamos miedo a morir
porque no queríamos vivir en un país
donde tener que vender la libertad
y los derechos a cambio del pan.
Así que no podemos responsabilizar
a nuestros gobiernos
de todos los otros tipos de exclusión
a los que nos enfrentamos a diario.
La gente me pregunta por qué trabajo por
los derechos de las minorías en Egipto,
por qué no trabajo en educación,
en fomentar la concienciación
para ayudar a la democracia
a dar el golpe.
Mi respuesta es: "porque creo que
la democracia empieza con los marginados".
Sólo cuando una sociedad
se mira a sí misma
y se da cuenta de los regímenes
de exclusión que produce ella misma,
puede ser democrática de verdad.
Hoy en día, la cuestión en Egipto
y, en mi opinión, en cualquier lugar es:
¿Cómo podemos hablar de igualdad
si no hablamos de discriminación?
¿Cómo podemos hablar de justicia
si no podemos hablar de la violencia
a la que se nos ha sometido?
Pero, más importante aún, ¿de la violencia
de los unos contra los otros?
De los últimos 3 años de revolución
en Egipto he aprendido una cosa,
es que la democracia se basa en el diálogo
y no el atractivo y endulzado diálogo
que vemos en los medios
sobre todo lo que hacemos bien.
Hablo del diálogo brusco,
honesto y doloroso
que tenemos que tener los unos
con los otros sobre lo que hacemos mal.
En la actualidad, los egipcios han creado
el primer mapa electrónico
sobre acoso sexual.
Han participado en monólogos
para contarle al resto las experiencias
de violencia que viven.
Han hecho cosas como esta y esta
en la que pintan un muro,
que fue creado para prohibirles protestar,
para mostrar su propia visión de
lo que debería ser y su visión de futuro.
Por eso, si hoy me preguntan,
si creo que la revolución egipcia triunfará,
"¡Por supuesto que sí!"
Muchas gracias.
(Aplausos)