Probablemente no me conozcan,
pero soy de ese 1 %
que escuchan y leen por ahí,
y bajo cualquier definición razonable,
soy un plutócrata.
Esta noche me gustaría
hablarle directamente
a otros plutócratas, a mi gente,
porque siento que
es hora de que todos
tengamos una charla.
Como la mayoría de los plutócratas,
también soy un capitalista
orgulloso y sin complejos.
He fundado, cofundado o financiado
más de 30 empresas en varias industrias.
Fui el primer inversor
no familiar en Amazon.com.
Cofundé una empresa
llamada aQuantive
que vendimos a Microsoft
en USD 6400 millones.
Con mis amigos tenemos un banco.
Les cuento esto... (Risas)
Increíble, ¿no?
Les cuento esto para mostrarles
que mi vida es como la de
la mayoría de los plutócratas.
Tengo una perspectiva amplia
sobre el capitalismo
y los negocios,
y he sido recompensado
obscenamente por eso
con una vida que la mayoría de Uds.
no puede ni imaginar:
varias casas, un yate, mi propio avión,
etc., etc., etc.
Pero seamos honestos: no soy la persona
más inteligente que hayan conocido.
Desde luego tampoco soy
el que más trabaja.
Fui un estudiante mediocre.
No soy para nada técnico.
No sé escribir ni una línea de código.
En verdad, mi éxito es consecuencia
de una suerte espectacular,
de cuna, de circunstancias
y de actuar a tiempo.
Pero soy bastante bueno
para un par de cosas.
Una es que tengo tolerancia
inusualmente alta al riesgo,
y la otra es que se me da bien,
tengo buena intuición para
lo que ocurrirá en el futuro,
y pienso que esa intuición
sobre el futuro
es la esencia del
buen emprendedorismo.
¿Qué veo hoy en nuestro futuro?,
se preguntarán.
Veo horcas,
turbas enojadas con horcas,
porque mientras los plutócratas
vivimos más allá de los
sueños de la avaricia,
el otro 99 % de nuestros conciudadanos
están cayendo cada vez más.
En 1980, el 1 % más rico de EE.UU.
tenía un 8 % de la renta nacional,
mientras que el 50 % de la parte inferior
tenía el 18 %.
Treinta años después, hoy, el 1 % más rico
tiene más del 20 % de la renta nacional,
mientras que el 50 % de la parte inferior
tiene el 12 % o el 13 %.
Si la tendencia continúa,
el 1 % más rico tendrá
más del 30 % de la renta nacional
en otros 30 años,
mientras que el 50 % de la parte inferior
tendrá solo el 6 %.
Como ven, el problema no es tener
cierta desigualdad.
Cierta desigualdad es necesaria
para una democracia capitalista
de alto rendimiento.
El problema es que la desigualdad
hoy está en máximos históricos
y empeora día a día.
Y si la salud, el poder y la renta
sigue concentrándose
en la cima de la pirámide,
nuestra sociedad pasará
de una democracia capitalista
a una sociedad rentista neofeudal
como la del s. XVIII en Francia.
Eso era Francia
antes de la Revolución
y las turbas con las horcas.
Por eso tengo un mensaje para
mis compañeros plutócratas
y multimillonarios
y para cualquier persona que viva
encerrada en una burbuja:
Despierten.
Despierten. No puede durar.
Porque si no hacemos algo
para corregir las desigualdades económicas
evidentes en nuestra sociedad,
las horcas vendrán hacia nosotros,
porque ninguna sociedad libre
y abierta puede soportar
este aumento en la
desigualdad económica.
Nunca ha ocurrido. No hay ejemplos.
Muéstrenme una sociedad altamente desigual,
y les mostraré un estado policial
o un levantamiento.
Las horcas vendrán por nosotros
si no abordamos esto.
No es cuestión de si ocurrirá,
sino de cuándo ocurrirá.
Y será terrible cuando vengan
por todos,
pero en particular
por nosotros los plutócratas.
Sé que debo sonar como un
buen samaritano progresista.
No lo soy. No tengo
el discurso moral
de que la desigualdad
económica está mal.
Digo que la desigualdad
económica en aumento
es algo tonto y en última
instancia autodestructivo.
El aumento de la desigualdad
no solo aumenta nuestro riesgo
de la horca,
sino que es terrible
para los negocios también.
El modelo para nosotros los ricos
debería ser el de Henry Ford.
Cuando Ford presentó
los famosos USD 5 al día,
que era 2 veces el salario
vigente en la época,
no solo aumentó la productividad
de sus fábricas,
convirtió a trabajadores
pobres y explotados
en una clase media próspera
que ahora podía permitirse
comprar los productos
que fabricaba.
Ford intuyó lo que
ahora sabemos es cierto,
que una economía se entiende
mejor como un ecosistema
caracterizado por los mismos
ciclos de retroalimentación
que un ecosistema natural,
un ciclo de retroalimentación
entre clientes y empresas.
El aumento de los salarios
aumenta la demanda,
que aumenta la contratación,
y a la vez aumenta los salarios
la demanda y los beneficios,
y ese ciclo virtuoso
de aumento de la prosperidad
es precisamente lo que falta
en la recuperación de la economía actual.
Y es por eso que tenemos que dejar atrás
las políticas del derrame que dominan
ambos partidos políticos
y adoptar algo que llamo
la economía de clase media.
La economía de clase media rechaza
la idea económica neoclásica
de que las economías son eficientes,
lineales, mecanicistas,
de que tienden al equilibrio y la equidad,
y en cambio adopta la idea del siglo XXI
de que las economías son ecosistemas
complejos, adaptativos,
que se alejan del equilibrio
y tienden a la desigualdad;
que no son en absoluto eficientes
pero que son eficaces
si se gestionan bien.
Esta perspectiva del siglo XXI
permite ver con claridad
que el capitalismo
no asigna eficientemente
los recursos existentes.
Funciona eficientemente
creando nuevas soluciones
a los problemas humanos.
La genialidad del capitalismo
es ser un sistema evolutivo
de búsqueda de soluciones.
Recompensa a unas personas por resolver
los problemas de otras personas.
La diferencia entre una sociedad pobre
y una sociedad rica, obviamente,
es el grado en que esa sociedad
ha generado soluciones en forma
de productos para sus ciudadanos.
La suma de soluciones
que tenemos en nuestra sociedad
es nuestra prosperidad, y esto explica
por qué empresas como Google, Amazon,
Microsoft y Apple
y los emprendedores que
crearon esas empresas
han contribuido tanto
a la prosperidad de nuestra Nación.
Esta perspectiva del siglo XXI
deja claro también
que lo que pensamos como
crecimiento económico
se entiende mejor como
el ritmo con el que
resolvemos problemas.
Pero ese ritmo depende totalmente
de cuántos solucionadores
variados y capaces tenemos
y, por lo tanto, de cuántos
de nuestros conciudadanos
participan activamente
como emprendedores que
pueden ofrecer soluciones,
y como consumidores
de esas soluciones.
Pero esta maximización
de la participación
no ocurre por accidente.
No ocurre por sí misma.
Requiere esfuerzo e inversión,
y por eso
las democracias capitalistas
altamente prósperas
se caracterizan por inversiones masivas
en la clase media y en la infraestructura
de la que esta depende.
Los plutócratas tenemos que entender
que la economía del derrame subyacente,
esta idea de que cuanto mejor nos va,
mejor le irá a todos los demás,
no es verdad. ¿Cómo podría serlo?
Yo gano 1000 veces el salario mínimo,
pero no compro 1000 veces más cosas,
¿no?
De hecho, compré 2 pares
de estos pantalones,
lo que mi socio Mike llama
mis "pantalones de gerente".
Podría haber comprado 2000 pares,
pero ¿qué haría con ellos? (Risas)
¿Cuántos cortes de cabello puedo hacerme?
¿Cuán a menudo puedo ir a cenar?
Independientemente de lo que
ganemos unos pocos plutócratas,
nunca podremos mantener
una economía nacional fuerte.
Solo una clase media próspera
puede hacerlo.
No hay nada que hacer,
pueden decir mis amigos plutócratas.
Henry Ford es de otra época.
Quizá no podamos hacer algunas cosas.
Quizá podamos hacer algunas otras.
El 19 de junio de 2013
Bloomberg publicó
un artículo mío titulado:
"Defensa capitalista de un
salario mínimo de USD 15 la hora".
La buena gente de la revista Forbes,
de mis más grandes admiradores,
lo llamaron "La propuesta casi-demente
de Nick Hanauer".
Sin embargo, apenas 350 días
después de publicado el artículo,
el alcalde de Seattle,
Ed Murray, firmó
una ordenanza aumentando
el salario mínimo en Seattle
a USD 15 la hora,
más del doble
que la tasa federal actual
de USD 7,25.
¿Cómo ocurrió esto?,
preguntará la gente razonable.
Ocurrió porque un grupo de nosotros
le recordó a la clase media
que son la fuente
de crecimiento y prosperidad
en las economías capitalistas.
Le recordamos que cuando los
trabajadores tienen más dinero,
los comercios tienen más clientes
y necesitan más empleados.
Les recordamos que
cuando los comercios
le pagan a los trabajadores
un salario digno,
los contribuyentes
se liberan de la carga
de la financiación de los
programas contra la pobreza
como cupones de alimentos,
asistencia médica
y asistencia para alquileres
que necesitan los trabajadores.
Les recordamos que los
trabajadores de bajos ingresos
son pésimos contribuyentes,
y que cuando uno eleva
el salario mínimo
para todas las empresas,
todas se benefician
y pueden competir.
La reacción ortodoxa, por supuesto,
es que aumentar el salario mínimo
produce desempleo, ¿no?
Los candidatos siempre repiten
esa idea del derrame que dice:
"Si uno aumenta el costo laboral,
¿qué ocurre? Hay menos empleo".
¿Están seguros?
Porque hay evidencia de lo contrario.
Desde 1980, los salarios de
los CEOs en nuestro país
pasaron de unas 30 veces
el salario medio
a 500 veces.
Eso es elevar el costo laboral.
Y, sin embargo, que yo sepa,
nunca he visto una empresa
externalizar el puesto de CEO,
automatizar su trabajo,
o exportarlo a China.
De hecho, parece que estamos empleando
más CEOs y altos directivos que nunca.
Así también para los
especialistas en tecnología
y en servicios financieros,
que ganan varias veces el salario medio
y aún así empleamos cada vez más de ellos,
de modo que claramente podemos
aumentar el costo laboral
y tener más empleos.
Sé que mucha gente
piensa que el salario mínimo
de USD 15 la hora
es un experimento económico
loco y arriesgado.
No estamos de acuerdo.
Creemos que un salario mínimo
de USD 15 la hora
en Seattle
es en realidad la continuación
de una política económica lógica.
Le está permitiendo a nuestra ciudad
desplazar a otras ciudades.
Porque, como ven,
el estado de Washington ya tiene
el salario mínimo más alto
de toda la Nación.
Le pagamos a todos los trabajadores
USD 9,32 la hora,
casi el 30 % más
que el mínimo federal
de USD 7,25 la hora
pero, fundamentalmente, 427 % más
que el piso mínimo federal
de USD 2,13 la hora.
Si los pensadores del
derrame tuvieran razón
el estado de Washington
debería tener desempleo masivo.
Seattle debería estar
hundiéndose en el mar.
Sin embargo Seattle
es de las grandes ciudades la de
crecimiento más rápido en el país.
El estado de Washington está generando
empleos en pequeñas empresas
a un ritmo mayor que cualquier
otro estado importante
de la Nación.
¿Y los restaurantes en Seattle? En auge.
¿Por qué? Porque la ley
elemental del capitalismo
dice que si los trabajadores
tienen más dinero
los negocios tienen más clientes
y necesitan más trabajadores.
Cuando los restaurantes le pagan
a sus empleados lo suficiente
como para que ellos mismos
coman en restaurantes,
eso no es malo para
el sector gastronómico.
Es bueno para el sector,
a pesar de lo que digan
algunos de sus miembros.
¿Es más complicado de lo que cuento?
Claro que sí.
Hay varias dinámicas en juego.
Pero ¿podemos dejar de insistir con eso
de que si los trabajadores de bajos
ingresos ganan un poco más,
se disparará el desempleo
y se derrumbará la economía?
No hay evidencia de eso.
Lo más traicionero
de la economía del derrame
no es la idea de que si
el rico se vuelve más rico,
todos estaremos mejor.
Es la idea de quienes se oponen
al aumento del salario mínimo
de que si el pobre se vuelve más rico,
eso será malo para la economía.
Eso no tiene sentido.
Entonces, ¿podemos, por favor,
abandonar esta retórica
que dice que los ricos como yo
y mis amigos plutócratas
construimos el país?
Los plutócratas sabemos,
aunque no lo queramos admitir en público,
que si hubiéramos nacido en otro lugar,
no aquí en Estados Unidos,
podríamos muy bien ser solo
muchachos descalzos
que venderían fruta
a la vera del camino.
No es que no haya buenos
emprendedores en otros lugares
incluso en lugares muy, muy pobres.
Es solo que eso es todo
lo que los clientes de esos
emprendedores pueden pagar.
Esta es una idea para
un nuevo tipo de economía,
un nuevo tipo de política
que llamo capitalismo nuevo.
Reconozcamos que el capitalismo
es mejor que las alternativas,
pero también que cuanto
más personas incluyamos,
tanto emprendedores como clientes,
mejor funcionará.
Disminuyamos por todos los medios
el tamaño del gobierno
pero no recortando los
programas contra la pobreza,
sino asegurando que los trabajadores
ganen lo suficiente
como para que no necesiten esos programas.
Invirtamos lo suficiente en la clase media
para hacer que nuestra economía
sea más justa e inclusiva,
y, al ser más justa, que sea
verdaderamente más competitiva,
y al ser verdaderamente más competitiva,
que pueda generar soluciones
a los problemas humanos
que son los verdaderos motores
del crecimiento y la prosperidad.
El capitalismo es la
mejor tecnología social
de la historia
para crear prosperidad
en las sociedades humanas,
si es bien gestionado;
pero el capitalismo,
debido a las dinámicas
multiplicativas inherentes
a los sistemas complejos,
tiende, inexorablemente,
a la desigualdad
a la concentración
y al colapso.
La tarea de las democracias
es maximizar la inclusión de la multitud
para crear prosperidad,
y no permitir que
unos pocos acumulen dinero.
El gobierno crea prosperidad y crecimiento
generando las condiciones para que
tanto los emprendedores como sus clientes
puedan prosperar.
Equilibrar el poder
de capitalistas como yo
y de los trabajadores
no es malo para el capitalismo.
Es esencial para el capitalismo.
Programas como un salario mínimo razonable,
cuidado de la salud asequible,
pago de licencia por enfermedad,
y la tributación progresiva necesaria
para pagar la infraestructura importante
necesaria para la clase media
como: educación, I+D,
son herramientas indispensables
que deberían adoptar
los economistas sagaces
para impulsar el crecimiento porque
nadie se beneficia tanto con eso
como nosotros.
Muchos economistas
les habrán hecho creer
que su especialidad
es una ciencia objetiva.
No estoy de acuerdo
y pienso que además
es una herramienta
que usamos los humanos
para hacer valer y codificar
nuestras preferencias sociales y morales
y nuestros prejuicios
sobre el status y el poder,
y es por eso que
los plutócratas como yo
siempre necesitamos encontrar
historias convincentes
para contarle a todo el mundo
por qué nuestras posiciones relativas
son moralmente justas y buenas para todos,
como: somos indispensables, creamos empleos,
y Uds. no lo son;
como: nuestros recortes de
impuestos generan crecimiento
pero que se invierta en Uds.
aumentará nuestra deuda
y llevará a nuestro
gran país a la quiebra.
Que nosotros somos importantes,
que Uds. no lo son.
Durante miles de años
llamamos a estas historias
derecho divino.
Hoy, se las llama
economía del derrame.
¡Qué obvio y abiertamente egoísta
es todo esto!
Los plutócratas tenemos que entender
que somos producto de Estados Unidos,
y no al revés;
que una clase media próspera
es la fuente
de la prosperidad en las
economías capitalistas,
y no una consecuencia de ella.
Y nunca deberíamos olvidar
que incluso el mejor de nosotros
en la peor de las circunstancias
estaría vendiendo frutas
descalzo a la vera del camino.
Compañeros plutócratas,
creo que llegó el momento
de volver a comprometernos
con nuestro país,
de comprometernos con un
nuevo tipo de capitalismo
que sea a la vez
más inclusivo y más eficaz,
un capitalismo que asegure
que la economía de EE.UU. siga siendo
la más dinámica y próspera del mundo.
Aseguremos nuestro futuro,
el de nuestros hijos
y el de los hijos de ellos.
O si no, podríamos no hacer nada,
escondernos en nuestros barrios cerrados
y escuelas privadas,
disfrutar de nuestros
aviones y yates
-- son divertidos --
y esperar las horcas.
Gracias.
(Aplausos)