Hace 23 años,
cuando tenía 19,
le disparé a un hombre y lo maté.
Yo era un joven traficante de drogas
con muy mal carácter
y una pistola semiautomática.
Pero mi historia no terminó ahí.
En realidad, empezó ahí,
y los 23 años que siguieron
son una historia de reconocerme,
de pedir disculpas y de resarcimiento.
Pero no fue como Uds. piensan
o se imaginan.
Estas cosas ocurrieron en mi vida
de un modo sorprendente,
sobre todo para mí.
Como muchos de Uds.,
de chico fui un alumno ejemplar,
un estudiante becado,
con el sueño de
graduarme de médico.
Pero todo empezó
a andar muy mal
cuando mis padres se separaron
y finalmente se divorciaron.
Los hechos reales
son bastante simples.
A los 17,
me dispararon 3 veces
en la esquina de mi calle en Detroit.
Mi amigo me llevó volando al hospital.
Los médicos me sacaron las balas,
me mejoraron,
y me mandaron de vuelta al mismo barrio
en el que me habían baleado.
A lo largo de este calvario,
nadie me abrazó,
nadie me dio un consejo,
nadie me dijo que
todo iba a estar bien.
Nadie me dijo
que viviría con miedo,
que me volvería paranoico,
ni que iba a reaccionar
con excesiva violencia
a haber sido baleado.
Nadie me dijo que un día
sería yo la persona
detrás del gatillo.
14 meses después,
a las 2 de la mañana,
hice los disparos
que hicieron que un hombre muriera.
Cuando entré a la cárcel,
estaba resentido, enojado, herido.
No me quería hacer responsable.
Culpaba a todos,
desde mis padres
hasta al sistema.
Racionalicé mi decisión de disparar
porque en el barrio del que vengo,
es mejor ser el que dispara
que el que recibe los disparos.
Cuando me senté en la celda fría,
me sentí indefenso,
rechazado y abandonado.
Sentí que no le importaba a nadie,
y reaccioné a mi encierro
con hostilidad.
Y me fui metiendo
en más y más problemas.
Tuve negocios clandestinos,
me hice usurero,
y vendí drogas que
se metían ilegalmente
en la cárcel.
Me había transformado
en lo que el alcalde del
Michigan Reformatory denominó
"lo peor de lo peor".
Y por mi actividad,
fui sometido a
confinamiento solitario
por 7 años y medio
de los que estuve preso.
Para mí, el confinamiento solitario
es uno de los lugares
más inhumanos y brutales
en el que puedas encontrarte,
pero allí fue donde
me encontré a mí mismo.
Un día caminaba por la celda
cuando un oficial vino a
traer la correspondencia.
Miré un par de cartas
antes de encontrar la carta
con la letra manuscrita
garabateada de mi hijo.
Y cada vez que
recibía carta de mi hijo,
era como un rayo de luz
en el lugar más oscuro
que puedan imaginar.
Y ese día en particular, abrí la carta
y en mayúsculas había escrito:
"Mi mamá me contó
por qué estabas preso:
por asesinato".
Decía:
"Papi, no mates.
Jesús ve lo que haces.
Rézale a Él".
Yo no era muy creyente
en esa época,
ni lo soy ahora,
pero había algo muy profundo
en las palabras de mi hijo.
Me hicieron repensar
cosas de mi vida
por primera vez.
Fue la primera vez en mi vida
en que realmente pensé
que mi hijo me veía
como un asesino.
Me volví a sentar en el catre
y pensé en algo que había leído
en [Platón],
donde Sócrates planteaba en "Apología"
que una vida sin examen
no merece ser vivida.
Allí fue cuando
comenzó la transformación.
Pero no fue algo sencillo.
Una de las cosas de
las que me di cuenta,
que formaba parte
de la transformación,
es que había 4 cosas
fundamentales.
La primera era
que tenía grandes mentores.
Bien. Sé que muchos estarán pensando:
"¿Cómo encontraste un gran
mentor en la cárcel?"
Pero en mi caso,
algunos de mi mentores
que están cumpliendo
cadena perpetua
fueron de las mejores personas
que conocí en toda mi vida,
porque me obligaron a mirar
mi vida con sinceridad
y a plantearme el desafío
de tomar mis propias decisiones.
La segunda cosa fue la literatura.
Antes de ir a la cárcel,
no sabía que existían
tantos y tan brillantes
poetas, autores y
filósofos de raza negra,
y tuve la enorme suerte
de toparme con la autobiografía
de Malcolm X,
que destrozó por completo
cada estereotipo que tenía de mí mismo.
La tercer cosa fue la familia.
Por 19 años mi padre
estuvo a mi lado
con una fe inquebrantable,
porque creía que yo tenía
lo que hacía falta
para darle un vuelco a mi vida.
También conocí a
una mujer increíble
que es la madre de Sekou,
mi hijo de 2 años,
y me enseñó a
quererme a mí mismo
de un modo sano.
La última cosa fue escribir.
Cuando me llegó
esa carta de mi hijo,
empecé a escribir un diario
en el que contaba cosas
que me habían pasado de niño
y en la cárcel,
y eso lo que hizo
fue abrirme la cabeza
a la idea del resarcimiento.
Poco después de
mi encarcelamiento,
recibí una carta de
una pariente de la víctima.
En esa carta
me decía que me perdonaba,
porque sabía que era un chico
que había sido maltratado,
que había pasado
momentos difíciles
y que solo había tomado
una serie de decisiones equivocadas.
Fue la primera vez en mi vida
en que me sentí capaz
de perdonarme a mí mismo.
Algo me que pasó
luego de esa experiencia fue que
pensé en los otros
hombres encerrados
junto a mí
y en cuánto quería
compartir esto con ellos.
Y empecé a hablar con ellos
de sus experiencias
y me destrozó comprender
que la mayoría provenía
de los mismos entornos violentos.
Y la mayoría quería ayudar
y revertir esa situación,
pero por desgracia el sistema,
que actualmente tiene
2,5 millones de personas encarceladas,
está diseñado como un depósito,
no para rehabilitar o transformar.
Y me propuse
que si alguna vez
salía de la cárcel
haría todo lo posible
para que eso cambiara.
En 2010 salí de la cárcel
por primera vez
luego de dos décadas.
Imagínense a Pedro Picapiedra
aparecer en un capítulo
de "Los Supersónicos".
Muy parecido a
eso era mi vida.
Por primera vez,
tuve contacto con Internet,
con las redes sociales,
con autos parecidos a KITT
de "El Auto Fantástico".
Pero lo que más me fascinó
fue la tecnología de los teléfonos.
Cuando fui a la cárcel,
los teléfonos para los autos
eran así de grandes
y hacían falta dos personas
para llevarlos.
Imagínense lo que
sentí cuando agarré
mi pequeño Blackberry
por primera vez
y aprendí a mandar
mensajes de texto.
Pero el tema es que
los que me rodeaban
no entendían que
no tenía ni idea
de lo que significaban
todos esos mensajitos abreviados,
como LOL, OMG, LMAO,
hasta que un día
estaba conversando
con mensajes de texto
con un amigo
y le pedí que hiciera una cosa
a lo que respondió: "K".
Yo: "¿Qué es K?"
Y él: "K es okay".
Por adentro pensaba:
"¿Pero qué demonios pasa con K?"
Y entonces le envié
un signo de pregunta.
Y él contestó: "K = okey".
Y yo le mandé: "FU".
(Risas)
Y entonces me preguntó
por qué lo estaba insultando.
Y yo: "LOL FU",
hasta que al final entendí.
(Risas)
Estos tres años
pasaron rapidísimo,
y me está yendo
bastante bien.
Estoy becado en
el MIT Media Lab,
trabajo en una empresa increíble
que se llama BMe,
doy clases en la Universidad de Michigan,
pero es toda una lucha
porque entendí que hay más
hombres y mujeres
volviendo a sus casas
que no van a tener
estas oportunidades.
Tuve la bendición de trabajar
con hombres y mujeres increíbles,
ayudando a gente
a reintegrarse a la sociedad,
uno de ellos es
mi amigo Calvin Evans.
Estuvo 24 años en la cárcel
por un crimen que no cometió.
Tiene 45 años.
Está inscrito en la universidad.
Una de las cosas de
las que hablamos
es de las 3 cosas
que fueron importantes
para mi transformación personal.
Lo primero era reconocerlo.
Tuve que reconocer
que había dañado a otros.
Y también tuve que reconocer
que a mí me habían hecho daño.
Lo segundo era pedir perdón.
Tuve que pedirle perdón
a la gente que había dañado.
Aunque no tenía expectativas
de que lo aceptaran,
era importante hacerlo
porque era lo correcto.
Pero también tuve que
pedirme perdón a mí mismo.
Lo tercero era el resarcimiento.
Para mí, eso significaba
volver a mi comunidad
a trabajar con jóvenes en riesgo
que iban por el mismo camino,
pero también reconciliarme
conmigo mismo.
Con la experiencia
de estar encerrado,
una de las cosas
que descubrí es esta:
la mayoría de
los hombres y mujeres
que están en la cárcel
son recuperables.
Y el hecho es
que el 90 % de los hombres
y mujeres que están en la cárcel
en algún momento
regresarán a la sociedad
y somos responsables
en determinar
qué clase de hombres y mujeres
vuelven a la sociedad.
Hoy mi deseo es
que tengamos
una actitud más empática
hacia el modo en que manejamos
el encarcelamiento masivo,
que nos deshagamos
de esa mentalidad de
"encerrarlos y tirar la llave",
porque está comprobado
que no funciona.
El mío es un recorrido singular,
pero no tiene
que ser de ese modo.
Cualquiera puede transformarse
si generamos el espacio
para que eso suceda.
Lo que les estoy pidiendo hoy
es que imaginen un mundo
en el que hombres y mujeres
no sean condenados por sus pasados,
en el que los delitos y los errores
no determinen el resto de una vida.
Yo pienso que juntos
podemos hacerlo realidad.
Espero que Uds. también.
Gracias.
(Aplausos)