Algunas de las más importantes lecciones de mi vida las aprendí de los traficantes de drogas, de los pandilleros y las prostitutas, y he tenido unas de las conversaciones teológicas más profundas no en los sagrados recintos de un seminario sino en la esquina de alguna calle un viernes por la noche, a la 1 de la madrugada. Eso es un poco raro, ya que soy pastor baptista de profesión, y he pastoreado una iglesia por más de 20 años, pero es cierto. Esto se debe a mi participación en el plan para la seguridad pública y la reducción de la delincuencia, que logró bajar la tasa de delitos violentos un 79 % en unos 8 años en una ciudad importante. Pero no empecé porque quisiera formar parte de este plan estratégico para la reducción de la delincuencia. Tenía 25 años, trabajaba en mi primera iglesia. Si me hubieran preguntado cuál era mi ambición por aquel entonces, habría respondido que era ser pastor de una megaiglesia. Yo quería una iglesia de 15 000, 20 000 miembros. Quería mi propio canal de TV. Mi propia línea de ropa. (Risas) Quería ser su proveedor a distancia. Ya saben, todo lo que haga falta. (Risas) Después de aproximadamente un año de labor pastoral, tenía unos 20 feligreses. Así que me quedaba un largo camino para llegar a pastor de una megaiglesia. Pero en serio, si me hubieran preguntado cuál era mi ambición, habría dicho que solo quería ser un buen pastor, y poder compartirlo con gente de cualquier condición, predicar mensajes que tengan una aplicación real para la gente. Y para la cultura afroestadounidense, poder representar a la comunidad que sirvo. Pero sucedía algo más en mi ciudad y en todo el área metropolitana, y en la mayoría de las áreas metropolitanas en Estados Unidos, concretamente, la tasa de homicidios empezó a subir vertiginosamente. Y había gente joven matándose entre sí por razones que pensé que eran muy triviales, como tropezarse con alguien en el pasillo de la escuela, y luego, después de clases, disparar a esa persona. Alguien que llevaba el color equivocado de camiseta en la esquina de una calle equivocada en el momento equivocado. Y algo había que hacer al respecto. Se llegó al punto de que comenzó a cambiar el carácter de la ciudad. Si ibas a cualquier barrio de viviendas subvencionadas como, por ejemplo, el que estaba en la misma calle de mi iglesia, y te adentrabas en él, era una ciudad fantasma, porque los padres no dejaban a sus hijos salir a jugar, incluso en verano, debido a la violencia. En el barrio, en una noche cualquiera, se podían escuchar... para los que no estén acostumbrados a esto, parecían fuegos artificiales, pero eran disparos. Se podían oír casi todas las noches, cuando estabas preparando la cena, a la hora de contarle a tu hijo un cuento antes de ir a dormir, o simplemente mientras veías la televisión. Y si ibas a las urgencias en cualquier hospital, veías tendidos en las camillas a jóvenes negros y latinos tiroteados y moribundos. Y yo me ocupaba de los funerales pero no de las matriarcas y patriarcas venerados que vivieron una vida larga y de los cuales había mucho que decir. Estaba preparando funerales de gente de 18 años, de 17, de 16, y allí estaba de pie en una iglesia o en una funeraria, luchando por decir algo que pudiera tener algún impacto significativo. Así que mientras mis colegas construían estas catedrales grandes y altas y compraban propiedades fuera de la ciudad para llevar allí a sus congregaciones, para que pudieran crear o recrear sus ciudades de Dios, el tejido social del centro urbano se deterioraba bajo el peso de toda esta violencia. Así que me quedé, porque alguien tenía que hacer algo, y basándome en lo que tenía, partí de ahí. Empecé a predicar denunciando la violencia en la comunidad. Y empecé a consultar la programación de mi iglesia, y crear programas para motivar a los jóvenes en situación de riesgo, los que estaban en el cerco de la violencia. Incluso intenté innovar en mis sermones. Todos han oído hablar de la música rap, ¿verdad? ¿La música rap? Incluso intenté rapear un sermón una vez. No funcionó, pero al menos lo intenté. Nunca olvidaré al joven que se me acercó después de aquel sermón. Esperó hasta que todo el mundo se había ido, y me dijo, "Reverendo, un sermón rapeado, ¿eh?"; "Sí, ¿qué te parece?" Y me dijo: "No vuelva a hacerlo, reverendo". (Risas) Pero he predicado y creado estos programas, y pensé que tal vez si mis compañeros hicieran lo mismo esto marcaría la diferencia. Pero la violencia alcanzó niveles incontrolables, y gente que no participaba en estos actos acababa tiroteada y moría, ya fuera alguien que iba a comprar un paquete de cigarrillos a la tienda, alguien que estaba sentado en una parada esperando el autobús, o niños que estaban jugando en el parque, ajenos a la violencia que ocurría en el otro lado del parque, pero que se acercaba a visitarles. Las cosas estaban fuera de control, y no sabía qué hacer, y luego pasó algo que lo cambió todo para mí. Se trata de un niño llamado Jesse McKie, que se iba andando a casa junto con su amigo Rigoberto Carrión en el barrio de viviendas subvencionadas en la misma calle donde está mi iglesia. Se encontraron con un grupo de jóvenes de una pandilla de Dorchester, y acabaron muertos. Jesse echó a correr y fue mortalmente herido, en la dirección de mi iglesia, pero murió a unos 100 o 150 metros. Si hubiera llegado a la iglesia, no habría cambiado su suerte porque las luces estaban apagadas; no había nadie. Y eso fue para mí una señal. Cuando atraparon a algunos de los que habían cometido este acto, para mi sorpresa, era gente de mi edad, y el abismo que había entre nosotros era inmenso. Era como si estuviéramos en 2 mundos completamente diferentes. Así que mientras pensaba en todo esto y contemplaba lo que estaba pasando, me di cuenta de repente de que había una paradoja dentro de mí, y era esta: en todos esos sermones que predicaba y donde condenaba la violencia, también hablaba de fortalecer la comunidad pero de repente me di cuenta de que había un cierto segmento de la población que no incluí en mi definición de comunidad. Así que la paradoja era esta: si realmente quería a la comunidad a la que predicaba, necesitaba dirigirme e incluir este grupo que había excluido de mi definición. Y eso no quería decir solo crear aquellos programas para acercar a los que estaban cerca del círculo de la violencia, sino dirigirme e incluir a los que cometían los actos de violencia, los pandilleros, los traficantes de drogas. Tan pronto como me di cuenta de esto una pregunta me vino a la cabeza. ¿Por qué yo? Quiero decir, ¿no es esto un tema para las autoridades? ¿No es esa la razón por la cual tenemos a la policía? Tan pronto como surgió la pregunta, "¿Por qué yo?" con la misma rapidez llegó la respuesta: ¿Por qué yo? Porque soy el que no puede dormir por la noche pensando en ello. Porque soy el que está mirando a su alrededor diciendo que alguien tiene que hacer algo al respecto, y estoy empezando a darme cuenta de que ese alguien soy yo. Quiero decir, ¿no es así como aparecen los movimientos? Porque no empiezan con una gran asamblea y gente que se reúne y luego avanzan juntos a base de una declaración. Sino que empiezan con solo unos pocos, o tal vez uno solo. Empezó conmigo en este caso, así que decidí investigar la cultura de la violencia en la que se movían estos jóvenes que estaban cometiéndola, y empecé por hacer voluntariado en la secundaria. Después de 2 semanas de voluntariado en la secundaria, me di cuenta de que los jóvenes a los cuales yo trataba de llegar, no iban a la secundaria. Empecé a moverme por el barrio, y no hacía falta ser un genio para darse cuenta de que no estaban por la calle durante el día. Así que empecé a salir a la calle por la noche, a altas horas de la noche, por los parques donde estaban, estableciendo relaciones. En Boston ocurrió una tragedia que llevó a un número de clérigos a juntarse, y había un pequeño grupo que nos dimos cuenta de que teníamos que salir de las 4 paredes de nuestros santuarios y conocer a los jóvenes allí dónde estaban, en lugar de tratar de averiguar cómo hacer que vengan ellos. Y así decidimos caminar juntos, y nos juntábamos en uno de los barrios más peligrosos de la ciudad, en una noche de viernes o sábado por la noche, a las 10, y no nos movíamos por el barrio hasta las 2 o 3 de la mañana. Entiendo que esto fue algo inusual cuando empezamos a hacerlo, quiero decir, no éramos narcotraficantes. No éramos clientes. No éramos la policía. Algunos saldrían con el alzacuellos puesto. Probablemente fue una cosa muy extraña. Pero empezaron a hablarnos después de un tiempo, y descubrimos que mientras veníamos, nos observaban, y querían asegurarse de un par de cosas: primero, que íbamos a ser constantes en nuestro comportamiento, que íbamos a seguir viniendo por ahí; y en segundo lugar, querían asegurarse de que no estábamos allí para usarlos. Porque siempre hay alguien que dice, "Vamos a recuperar las calles", pero siempre parece haber una cámara de televisión con ellos, o un reportero, para mejorar su propia reputación en detrimento de los de las calles. Así que cuando vieron que no éramos nada de eso, decidieron hablar con nosotros. Y fue cuando nosotros, como predicadores, hicimos algo asombroso. Decidimos escuchar y no predicar. Vamos, me merezco unos aplausos. (Risas) (Aplausos) Está bien, vamos, me están acortando mi tiempo, ¿de acuerdo? (Risas) Pero fue increíble. Les dijimos, "No conocemos nuestras comunidades después de las 9 de la noche, desde las 9 hasta la 5 de la madrugada, pero Uds. sí. Son expertos en la materia en esa franja horaria. Así que hablen con nosotros, enséñennos. Ayúdennos a ver lo que no estamos viendo. Ayúdennos a entender lo que no entendemos. Y todos estaban más que dispuestos a hacerlo, y nos dieron una idea de lo que era la vida en las calles, muy diferente a lo que se ve en las noticias de las 11, muy diferente a lo que se retrata en los medios populares y las redes sociales. Y al hablar con ellos, una serie de mitos fueron cayendo poco a poco. Y uno de los mayores mitos era que estos jóvenes eran implacables y sin corazón y excesivamente atrevidos en su violencia. Lo que descubrimos fue exactamente lo contrario. La mayoría de los jóvenes que estaban en la calle están tratando de buscarse la vida. Y también descubrimos que algunas de las personas más inteligentes y creativas, magnificas y sabias que jamás hemos conocido estaban en la calle, comprometidos en una lucha. Y sé que algunos lo llaman supervivencia, pero yo los llamo vencedores, porque cuando se está en las condiciones en las que ellos se encuentran, lograr vivir cada día significa autosuperación. Y como resultado de eso, les preguntamos: "¿Cómo ven esta iglesia, ¿cómo creen que esta institución puede ayudar en esta situación?" Y hemos desarrollado un plan a partir de las conversaciones con estos jóvenes. Dejamos de verlos como el problema a resolver, y empezamos a verlos como socios, como activos, como colaboradores en la lucha para reducir la violencia en la comunidad. Imagínense la elaboración de un plan, donde tienen por un lado a un pastor y por el otro a un traficante de heroína, para encontrar una manera en que la iglesia ayude a toda la comunidad. El Milagro de Boston fue unir a la gente. Teníamos otros socios. Tuvimos a la ley como socia. Tuvimos policías. No era toda la policía, porque todavía había algunos que tenían la mentalidad de "arréstalos a todos" pero había otros policías que se sintieron honrados de participar en la comunidad, quienes se sentían responsables de trabajar como socios con los líderes comunitarios y religiosos para reducir la violencia en la comunidad. Lo mismo con los oficiales de libertad condicional, lo mismo con los jueces, con la gente que pertenecían a la cadena de la ley, porque se dieron cuenta, igual que nosotros, de que nunca nos detenemos a nosotros mismos para salir de esta situación, que no habrá nunca suficientes juicios, y llenar las cárceles no es la forma de resolver el problema. Ayudé a la creación de una organización basada en la fe para hacer frente a este problema hace 20 años. La dejé hace unos 4 años y empecé a trabajar en muchas ciudades estadounidenses, 19 en total, y descubrí que en esas ciudades siempre sobresalía este detalle en los líderes comunitarios que trabajaban incesantemente, que se olvidaban de sus egos y veían a la comunidad como algo mayor que sus integrantes, y que se juntaban para trabajar con los jóvenes en las calles, que la solución no es más policías, sino aprovechar los activos que hay en la comunidad, para fortalecer ese componente comunitario para colaborar y reducir la violencia. Actualmente en Estados Unidos hay un movimiento iniciado por los jóvenes del cual estoy muy orgulloso, que están lidiando con los problemas estructurales que hay que cambiar si queremos ser una sociedad mejor. Pero existe esta estrategia política de enfrentar a la brutalidad y a la mala conducta policial contra la violencia que hay dentro de la población afroestadounidense. Pero es una ficción. Todo está conectado. Cuando se piensa en la décadas de políticas fallidas en materia de vivienda social y los insuficientes programas educativos cuando se piensa en la omnipresencia del desempleo y del subempleo en una comunidad, cuando se piensa en el mal estado de la sanidad y luego añades drogas de por medio y bolsas llenas de armas, no hay que extrañarse que emerja toda una cultura de la violencia. Y entonces la solución que da el Estado es más policías y más represión en las zonas calientes. Todo está conectado, y una de las cosas maravillosas que logramos hacer es poder mostrar el valor de la cooperación, de la comunidad, de la ley, del sector privado, la ciudad... para reducir la violencia. Hay que valorar este componente comunitario. Creo que podemos acabar con la era de la violencia en nuestras ciudades. Creo que es posible y que la gente trabaja en ello ahora mismo. Pero necesito su ayuda. No puede venir solo de la gente que lo dan todo por la comunidad. Ellos necesitan apoyo. Necesitan ayuda. Vuelvan a sus ciudades. Encuentren a esas personas. "¿Necesitas ayuda? Te daré una mano". Busquen a esas personas. Están allí. Reúnanlos con la policía, con el sector privado, y la ciudad, con el objetivo de reducir la violencia, pero asegúrense de que ese componente comunitario es fuerte. Porque el viejo dicho de Burundi es cierto: lo que haces para mí, sin mí, me afecta. Dios los bendiga. Gracias. (Aplausos)