Los humanos observamos
los cometas durante miles de años
porque sus órbitas los han traído
a corta distancia visible de la Tierra.
Como aparece en los
registros históricos,
estas misteriosas luces
que salían de la nada
y desaparecían tras un corto
periodo de tiempo
se vinculaban a malos presagios
de guerra y el hambre,
o a la ira de los dioses.
Pero la investigación reciente
revela que los cometas están conectados
más profundamente a la humanidad
y a nuestra presencia en la Tierra
que cualquiera de estas
explicaciones míticas.
Cuando piensas en el sistema solar,
es probable que te imagines nueve,
perdón, ocho, planetas en
la órbita alrededor del Sol.
Pero más allá de Neptuno,
lejos del calor del Sol,
hay un anillo formado
por trozos de hielo
que van del tamaño de canicas
a la de planetas pequeños.
Y miles de veces más lejos
en los confines del sistema solar
se encuentra una nube esférica
de pequeños fragmentos y gases.
Muchos de estos antiguos cúmulos
de polvo estelar son restos de la formación
del sistema solar de hace
4,6 millones de años,
mientras que otros más distantes incluso
pueden provenir de un sistema vecino.
Pero a veces la gravedad de los planetas
o las estrellas que pasan
empuja hacia nuestro Sol,
comenzando un viaje que puede durar
hasta millones de años.
A medida que el objeto congelado
viaja más lejos en el sistema solar,
a partir de una chispa distante,
el Sol se vuelve un infierno,
fundiendo el hielo por primera vez
en miles de millones de años.
El gas y el vapor expulsan
polvo en el espacio,
formando una nube circundante brillante,
llamada coma,
que puede crecer aún más
que el Sol mismo.
Mientras tanto, la intensa corriente
de partículas de alta energía
constantemente emitida por el Sol,
conocido como el viento solar,
expulsa partículas
lejos de núcleo del cometa,
formando un reguero de escombros
de incluso millones de km de largo.
El hielo, el gas y el polvo reflejan
la luz que brilla intensamente.
Un cometa nace en órbita alrededor del Sol,
junto con el resto de los objetos
en nuestro sistema solar.
Pero a medida que el cometa viaja
por el sistema solar,
el viento solar desgarra y recombina
las moléculas en diferentes compuestos.
En algunos de los compuestos
que descubrieron los científicos,
en los escombros dejados por un meteorito
que se desintegró sobre el norte de Canadá,
y en las muestras recogidas por
una nave espacial de la cola de un cometa,
eran nada ni más ni menos
que los aminoácidos.
Reuniéndose para formar proteínas siguiendo
instrucciones codificadas en el ADN,
estos son los principales componentes activos
en todas las células vivas,
desde las bacterias
hasta las ballenas azules.
Si en los cometas se formaron por primera vez
estos bloques de construcción de la vida,
entonces ellos son la fuente última
de la vida en la Tierra,
y, tal vez, de otros lugares
que visitó también.
Los planetas orbitan casi todas
las estrellas en el cielo nocturno,
y uno de cada cinco tiene un planeta similar
a la Tierra en tamaño y temperatura.
Si planetas y moléculas que se encuentran
en el ADN similar a la Tierra no son anomalías,
podemos ser solo un ejemplo
de lo que es posible
cuando un planeta en condiciones
adecuadas se siembra
con moléculas orgánicas
por un cometa que pasa.
Así que, en vez de
un presagio de muerte,
el cometa que trajo por primera vez
aminoácidos a la Tierra
podría haber sido
un presagio de vida,
una predicción de un futuro lejano,
donde las criaturas de polvo estelar
volvería al espacio para encontrar
los misterios de donde vinieron.