El área que rodea el Polo Norte puede parecer un entorno congelado y desolado, donde nunca nada cambia, pero en realidad es un sistema natural complejo en un delicado equilibrio, cuya ubicación extrema le hace sensible a procesos de retroalimentación que pueden aumentar incluso los cambios más pequeños de la atmósfera. De hecho, los científicos describen a menudo al Ártico como el canario de la mina de carbón cuando se trata de predecir el impacto del cambio climático. Uno de los principales tipos de retroalimentación climática incluye la reflectividad. Las superficies blancas como la nieve y el hielo son altamente eficaces en reflejar la energía solar de vuelta al espacio, mientras que las superficies más oscuras, como la tierra y el agua, absorben mucha más luz solar. Cuando el Ártico se calienta un poco, parte de la nieve y del hielo se derriten, dejando al descubierto la tierra y el océano que hay debajo. La cantidad de calor absorbido por estas superficies aumenta, causando aún más deshielo y así, sucesivamente. Y aunque la situación actual en el Ártico sigue la tendencia de calentamiento lo contrario también es posible. Un pequeño descenso de las temperaturas causaría más congelación, y un aumento de la cantidad de la nieve y el hielo reflectante. Esto resultaría en menos luz solar absorbida, lo que conduciría a un ciclo de enfriamiento igual al de la edad de hielo. El hielo marino del Ártico es también el responsable de otro mecanismo de retroalimentación a través del aislamiento. Al formar una capa en la superficie del océano, el hielo actúa como un amortiguador entre el gélido aire ártico y el agua relativamente más caliente que hay debajo. Pero cuando disminuye en grosor, se rompe, o se funde en cualquier punto, el calor se escapa del océano, calentando la atmósfera que a cambio, causa que más hielo se derrita. Ambos son ejemplos de circuitos de retroalimentación positiva, y no porque hagan algo bueno, sino porque el cambio inicial aumenta en la misma dirección. Por otra parte, un bucle de retroalimentación negativa es cuando el estado inicial conduce a efectos visibles en la dirección opuesta. El deshielo también causa un tipo de retroalimentación negativa mediante la liberación de la humedad a la atmósfera. Esto aumenta la cantidad y el grosor de las nubes existentes que pueden enfriar la atmósfera al bloquear el paso de más luz solar. Pero este bucle de retroalimentación negativa tiene una vida corta debido a los cortos veranos árticos. Durante el resto del año, cuando la luz solar escasea, el aumento de la humedad y nubes en realidad calienta la superficie atrapando el calor de la Tierra, transformando el circuito de retroalimentación en positivo salvo durante un par de meses. Mientras el circuito de retroalimentación negativa fomenta la estabilidad al empujar el sistema hacia el equilibrio, el circuito de retroalimentación positiva lo desestabiliza posibilitando desviaciones más y más grandes. El impacto del incremento reciente de las retroalimentaciones positivas puede tener consecuencias mucho más allá del Ártico. En un planeta que se está calentando estas retroalimentaciones aseguran que el Polo Norte se calienta a un ritmo más rápido que el ecuador. La reducción de la diferencia de temperatura entre las dos regiones puede conducir a corrientes de chorro más lentas y a una reducción de la circulación atmosférica lineal en las latitudes medias donde vive la mayor parte de la población mundial. Muchos científicos están preocupados de que los cambios en los patrones climáticos durarán más y nos afectarán de una forma más radical, con fluctuaciones a corto plazo que se convertirán en olas de frío persistentes olas de calor, sequías e inundaciones. Así que la sensibilidad del Ártico no solo sirve como una advertencia temprana para el cambio climático del resto del planeta. Sus bucles de retroalimentación pueden afectarnos de maneras mucho más directas e inmediatas. Como los climatólogos a menudo advierten, lo que sucede en el Ártico no siempre se queda allí.