¿Has estado alguna vez esperando en la fila en el supermercado, buscando en el puesto de revistas, cuando una canción te viene a la cabeza? No toda la canción, sino un fragmento que se repite y repite hasta que empiezas a poner las verduras en la cesta al compás del ritmo. Entonces se te ha pegado una melodía, y no eres al único. A más del 90 % de la gente le afectan las melodías pegadizas al menos una vez por semana y una cuarta parte lo experimenta varias veces al día. Aparecen durante tareas que no requieren mucha atención, por ejemplo, cuando se espera a que hierva el agua o que cambie un semáforo. Este fenómeno es uno de los grandes misterios de la mente. Los científicos no saben exactamente por qué es tan fácil que las melodías se peguen en nuestra cabeza. Desde una perspectiva psicológica, las melodías pegadizas son un ejemplo de las imágenes mentales. Estas imágenes pueden ser visuales, como cuando cierras los ojos e imaginas un vagón rojo, o puede ser auditivas, como cuando te imaginas el sonido de un bebé que llora, o el aceite hirviendo en una sartén. Las melodías pegadizas son una forma especial de imágenes auditivas porque son involuntarias. No enchufas los oídos e imaginas la melodía de "Who Let the Dogs Out" o, bien, probablemente tú no lo haces. Se trata solo de intrusos en tu paisaje sonoro mental y se cuelgan en tu casa como invitados no deseados. Las melodías pegadizas tienden a ser bastante intensas y normalmente son una melodía, en lugar de, digamos, armonía. Una característica notable de ellas es su tendencia a atascarse en un bucle, repitiéndose una y otra vez durante minutos u horas. También es destacable la repetición de las melodías pegadizas. Las canciones tienden a atascarse al escucharlas reciente y repetidamente. Si la repetición es un activador entonces tal vez podamos culpar de esas melodías a la tecnología moderna. En los últimos cien años se ha producido una proliferación increíble de dispositivos que ayudan a escuchar lo mismo una y otra vez. Discos, casetes, CDs o archivos de audio en línea. ¿Son estas tecnologías alimento de algún tipo de experiencia única, contemporánea, y son esas melodías pegadizas un producto de finales del siglo XX? La respuesta viene de una fuente inesperada: Mark Twain. En 1876, justo un año antes de inventarse el fonógrafo él escribió una historia imaginando cómo todo un pueblo lo toma el poder siniestro de un jingle rítmico. Esta referencia y otras, muestran que las melodías pegadizas parecen ser un fenómeno psicológico básico, quizás agravado por la tecnología de grabación pero no es nuevo de este siglo. Así que, todo gran personaje histórico, desde Shakespeare a Sacajawea, puede haber vagado por ahí con una canción pegada en la cabeza. Además de la música, es difícil pensar en otro caso de imágenes intrusivas tan generalizadas. ¿Por qué la música? ¿Por qué las acuarelas no lo hacen? ¿O el sabor de tacos de queso? Una teoría lo explica por la forma en que la música se representa en la memoria. Cuando escuchamos una canción conocida escuchamos constantemente anticipando la próxima nota. Es difícil pensar en un momento musical particular aislado. Si queremos pensar en la palabra "tú" del "Feliz cumpleaños" tenemos que empezar atrás en "Feliz" y cantarlo hasta llegar al "tú". De esta manera, una canción es como una especie de hábito. Al igual que una vez que comienzas a atarte el zapato, es automático hasta apretar el lazo, una vez que viene una melodía como, por ejemplo, cuando alguien dice, "my umbrella" tenemos que cantarla hasta llegar a un punto de parada natural, "ela, ela, ela". Pero esto es, en gran parte, especulación. Ya que no sabemos por qué somos tan susceptibles a las melodías pegadizas. Pero entender mejor, nos podría dar pistas importantes sobre el funcionamiento del cerebro humano. Tal vez la próxima vez que estemos atrapados en una canción de Taylor Swift que simplemente no va a desaparecer, la utilicemos como punto de partida para una odisea científica que abrirá misterios importantes sobre la cognición básica. Y si no, bueno, podemos simplemente quitárnoslo de encima.