Mi madre murió cuando yo era niña,
así que mi padre y mis abuelos
maternos tuvieron que dar el paso
y afrontar un papel mucho
más grande de lo esperado.
Lo hicieron de todo corazón
y mis hermanas y yo
nos beneficiamos enormemente
de su amor y su gran dedicación.
Por supuesto, vivía con
mi padre tiempo completo.
Mis abuelos tenían en la soleada Florida
una casa para pasar el invierno.
Y crearon lo que cariñosamente llamaron:
"El Programa de la Invitada de Honor",
en el que invitaban a sus nietas
una a la vez y dedicarle
completa atención.
En estas visitas literal y figurativamente
nos tendían la alfombra roja,
Cuando llegaba, podía comer
todas mis comidas favoritas.
Podía hacer todas las cosas
que me gustaban,
pasaba un tiempo maravilloso
con esta pareja a la que adoraba.
Pasábamos el día paseando por la playa.
En estos paseos mi abuelo,
que era un pescador empedernido,
me explicaba la relación
entre lo que hacían las gaviotas
y lo que hacían los pelícanos,
cómo se comportaban,
el aspecto de la marea,
del viento y de la temperatura.
Todas estas cosas le servirían luego,
por la tarde, cuando saliera a pescar.
Mi abuela era una mariscadora experta,
me enseñó los nombres
de todos los moluscos de la playa.
Me enseñó cuál no debía tocar
porque aún estaba vivo
y cuál podía tomar.
En esos días aprendí sobre la vida
y forjé una relación con mis abuelos
que atesoro para el resto de mi vida.
Por las tardes, el abuelito
se iba a la cama temprano
y la abuelita y yo
nos metíamos en otro cuarto
y ella sacaba un rompecabezas.
Las dos pasamos horas y horas
armando ese rompecabezas
y charlando tranquilamente.
La abuelita tenía una regla
muy particular con los rompecabezas,
que era no mirar la caja.
La caja no se podía poner en la mesa
y ver cómo era la imagen,
sino que teníamos que tomar
cada pieza y decidir dónde encajaba mejor
basándonos en los colores y
las formas que veíamos.
Estas visitas como Invitada
de honor me dieron tanto,
mucho más de lo que
podría describir aquí.
Parte de lo que aprendí,
aunque me di cuenta
mucho después, fue cómo pensar.
Avancemos para llegar al verano de 2001.
Yo vivía en Cincinnati
y estaba vacacionando con
mis hijos en el norte de Michigan.
Estoy convencida de que
por muy ocupado que uno esté,
por mucho que se valoren
el trabajo y la ética laboral,
algo de lo que se me podría
acusar de ser exagerada,
tomarse unas vacaciones
resulta tan productivo.
Las mejores ideas que he tenido
me han llegado cuando me detengo
y tomo un descanso.
En este caso estaba
de vacaciones con mis hijos
y por mi cabeza rondaban
una serie de ideas,
aparentemente sin relación.
Cosas como mi trabajo con
unas iniciativas de voluntariado
y sabía como funcionaban.
Todas tenían a menudo
el persistente problema,
de que no recibían
donaciones significativas;
recibían donativos pequeños,
que eran bienvenidos,
pero nunca tenían suficiente
para levantarse del escritorio
y pensar estratégicamente
mirar hacia el horizonte
y poner manos a la obra.
Por otro lado, tenía unas amigas
maravillosas, talentosas,
que no tenían ningún tipo
de compromiso con la comunidad.
Cada una tenía sus razones, muy válidas.
Su trabajo las obligaba a viajar,
tenían que cuidar a sus hijos en la casa.
Pensaban que no tenían nada que ofrecer.
Ni el tiempo, ni el dinero, ni la energía,
ni esperteza.
Pero yo, en mi corazón,
sabía que se equivocaban.
Entonces quise encontrar el modo
de que estas mujeres se comprometieran,
Porque sabía que si lo hacían,
recibirían tanto como lo que darían.
Y también sabía que
la comunidad de beneficiencia
y toda la comunidad
necesitaba de sus habilidades.
Necesitaba todo lo que
esas mujeres pudieran aportar.
Así, ese verano me la pasé pensando,
empezó a dibujarse la imagen
con la estructura de Impacto 100.
Impacto 100 se convirtió en esa imagen
cuando todas las piezas del
rompecabezas encajaron bien.
En el 2001, y con la ayuda
de unas brillantes mujeres
de Cincinnati, Ohio, se lanzó Impacto 100.
La idea era muy simple:
reunir por lo menos a 100 mujeres
que donaran USD 1000 cada una
y juntar todo ese dinero
en una donación significativa.
La donación mínima de
Impacto 100 sería de USD 100 000.
Dedicarlo a cualquiera
de las siguiente cinco áreas:
educación, medio ambiente, cultura,
bienestar y salud o familia.
La idea era que no quedara
en la comunidad una sola iniciativa
que no se pudiera financiar.
Y funcionó. ¡Funcionó!
Era muy sencilla y fue creciendo.
La razón de ello, en mi opinión,
es algo que descubrí poco después.
Resulta que
cuando uno da, obtiene mucho a cambio,
mejorando al mismo tiempo
la calidad de vida de la comunidad.
Y eso se va autoalimentando,
a medida que la calidad de vida
de la comunidad va mejorando,
más gente da y mejora más la comunidad.
Es como un vórtice de generosidad.
Y a medida que crece
el mundo sigue mejorando.
Eso me recordó a los moluscos
que mi abuela y yo recogíamos en la playa.
Esa forma en espiral es igual
a lo que pasa en las comunidades.
Y aprendí una cosa más.
Resulta que estamos programados
biológicamente para dar,
lo cual me parece impresionante.
Lo que pasa cuando nos damos
es que nuestro cuerpo produce oxitocina.
La oxitocina les debe sonar familiar
pues se conoce como la hormona
de la "confianza" o del "amor".
Justo después de dar a luz
se produce un montón de oxitocina
y eso es parte del vínculo que se produce.
Así, lo bueno de la generosidad
es que si tú das algo,
ya sea tiempo, talento o riquezas,
produces un poquito de oxitocina,
lo cual está bastante bien.
El destinatario de tu generosidad
también produce un poquito
de oxitocina y se siente bien.
Incluso alguien que sea testigo
de este hecho producirá un poco.
Pues aquí hay algo más:
nuestros cuerpos quieren y necesitan
que produzcas oxitocina.
Esto se remonta a la
supervivencia de nuestra especie.
Porque una cosa que hace la oxitocina
es suprimir el cortisol,
la hormona del estrés.
Por eso cuando estamos muy estresados
somos menos generosos, ¿o no?
También tenemos menos tendencia
a la vinculación emocional.
Cuanto más das, cuanta más oxitocina,
más te empuja tu propio cuerpo
para que hagas más
y al hacer más el ciclo continúa.
Más interesante aún,
en nuestras familias, ahora,
el mejor indicador para saber
si un niño de adulto será generoso
y cuando digo generoso, o filantrópico,
quiero decir alguien que se preocupa
por dar a su comunidad.
Uno de los mayores indicadores
es si tienen o no un modelo
a seguir durante su crecimiento
dándole un ejemplo de lo que es dar.
Datos más recientes sugieren
que sólo con hablar con este niño
es muy probable que esa conversación
le ayude a convertirse
en un adulto generoso.
Así que ahora que sabemos
que la generosidad es contagiosa
y que es así como los niños
aprenden, te preguntarás,
¿cómo es que no estamos todos hablando
de generosidad en nuestras familias?
Esa historia la dejo para otra ocasión.
Pero lo que yo sugiero
es que es hora de empezar,
no sólo para que los niños
se vuelven más generosos,
cuando hablan del tema
con un modelo a seguir,
obtienen aún más beneficios.
Beneficios que todos querríamos
para las nuevas generaciones.
Consiguen una mayor autoestima,
se sienten más conectados,
tienen más confianza,
menor tendencia a sufrir depresión
o a tener pensamientos suicidas.
Esto es significativo.
En cuanto a nuestros mayores,
los jubilados que dan,
afirman que están más conectados,
le ven más sentido a su vida.
Incluso tienen mejor salud
y estadísticamente viven más
que aquellos que no dan.
Al aplicar este ejemplo
al lugar de trabajo,
el resultado no es tan sólo
un entorno "cómodo y acogedor"
donde todo el mundo se quiere
porque todos damos.
No es oneroso organizar un programa
de generosidad en el trabajo,
en la iglesia, en la escuela
o en la comunidad.
Y sin embargo,
los resultados son impactantes.
La gente que es generosa,
por estadística, también es más creativa,
es mejor resolviendo problemas.
Tienen mayor grado de empatía
y se comportan de manera más ética.
Todo esto afecta al resultado final
de un modo significativo
y mejora la calidad de vida
de la comunidad.
Por eso lo que yo quisiera proponer
es que la epidemia de generosidad
empiece aquí y ahora,
que empiece en sus familias
y en sus comunidades,
en sus trabajos y en sus escuelas.
Espero que me acompañes
porque el impacto de
la generosidad es enorme.
(Aplausos).