El 50% de la población mundial
vive en ciudades.
En países desarrollados,
una tercera parte de la población
aún vive en barrios pobres.
El 75% del consumo global de energía
ocurre en nuestras ciudades
y el 80% de las emisiones de gases
que causan el calentamiento global
viene de nuestras ciudades.
Así que las cosas que creeríamos
que son problemas globales,
como el cambio climático,
la crisis de energía
o la pobreza
son en realidad, en muchos sentidos,
problemas de las ciudades.
Y no se solucionarán
a menos que las personas
que vivimos en ellas,
como la mayoría de nosotros,
realmente empecemos a
hacer un mejor trabajo,
porque hoy en día, no lo
estamos haciendo muy bien.
Esto es claro
cuando vemos 3 aspectos
de la vida en ciudad:
Primero, el deseo de los ciudadanos
de participar
en las instituciones democráticas;
segundo, la habilidad de la ciudad para
incluir realmente
a todos sus habitantes;
y finalmente, nuestra propia habilidad
para vivir plenos y felices.
Cuando se trata de comprometerse,
los datos son muy claros.
Los votantes cambiaron el mundo
y alcanzaron su punto máximo
a finales de los 80,
y ha declinado a un ritmo
que nunca antes habíamos visto y
si esos números son
malos a nivel nacional,
a nivel de nuestras ciudades,
son simplemente deprimentes.
En los últimos dos años
dos de las más antiguas y consolidadas
democracias de EE. UU. y Francia,
tuvieron elecciones
municipales en el país.
En Francia, se alcanzó un
nivel récord de abstención.
Casi el 40% de los votantes decidieron
no ir a votar.
En EE. UU. los números
son incluso peores.
En algunas ciudades estadounidenses,
la participación electoral
fue de casi al 5%.
Detengámonos en ello un segundo.
Estamos hablando
de ciudades democráticas
en las que el 95% de la gente
decidió que no era importante
elegir a sus representantes.
Los Ángeles, una ciudad de 4 millones
eligió a su alcalde con
solo 200 000 votos.
Ésta fue la votación más baja
en 100 años.
Justo aquí, en mi ciudad Río,
a pesar de ser obligatorio votar,
casi el 30% de los electores
escogieron anular su voto
o quedarse en casa y
pagar una multa
en las pasadas elecciones.
Cuando se habla de inclusión
las ciudades no son
el mejor caso de éxito tampoco,
y de nuevo, no debemos buscar muy lejos
para encontrar ejemplos de ello.
La ciudad de Río es
increíblemente desigual.
Este es Leblon.
Leblon es el vecindario
más rico de la ciudad.
Y este es el Complexo do Alemão.
Aquí viven más de 70 000
personas de las más pobres de la ciudad.
Leblon tiene de un índice
de desarrollo humano (IDH),
de .967.
Es más alto que Noruega, Suiza
o Suecia.
El Complexo do Alemão
tiene un IDH de .711.
Está entre el IDH de
Argelia y Gabón.
Así que Río, como muchas otras
ciudades al sur del planeta,
es un lugar en el que se puede ir del
norte de Europa
al África Negra
en 30 minutos.
Si van en auto.
En transporte público son como 2 horas.
Finalmente, y tal vez sea
lo más importante,
las ciudades, con su increíble riqueza
de relaciones que ofrecen,
pueden ser el lugar ideal para que
la felicidad florezca.
Nos gusta estar rodeados de gente.
Somos animales sociales.
Sin embargo, los países
donde la urbanización
ha alcanzado un pico parecen tener
ciudades que no nos permiten ser felices.
La población estadounidense ha sufrido
un descenso general en su felicidad
durante las últimas tres décadas
y la principal razón es esta:
La forma en que se construían
las ciudades
con espacios públicos de buena calidad
han sido prácticamente eliminados
en muchas ciudades estadounidenses.
Como resultado, se ve
un declive en las relaciones,
algo que nos hace felices.
Muchas investigaciones
muestran un incremento
en la soledad y un
decremento en la solidaridad,
la honestidad y la participación
social y cívica.
Cómo empezamos a contruir
ciudades que valgan la pena.
Ciudades que aprecien
su activo más importante,
la increíble diversidad
de las personas que las habitan.
Ciudades que nos hagan felices.
Creo que si queremos cambiar
el aspecto de nuestras ciudades,
entonces realmente
debemos cambiar
el proceso de la toma de decisiones
que ha resultado en lo
que tenemos hoy en día.
Necesitamos una
revolución participativa
y la necesitamos ya.
La idea de que el voto es nuestro
único deber ciudadano
ya no tiene sentido.
La gente está cansada
de que la traten
como individuos con poder
cada determinado tiempo
cuando es hora de delegar el poder
a alguien más.
Si las protestas que recorrieron Brasil
en junio del 2013 nos enseñaron algo,
es que cada vez que queremos
ejercer nuestro poder
fuera de un contexto electoral
nos reprimen, humillan o arrestan.
Esto debe cambiar,
porque cuando lo haga,
no solo la gente se volverá a involucrar
con las estructuras de representación,
sino las complementarán
con una toma de decisiones
directa, colectiva y efectiva.
Una toma de decisiones
que ataque la desigualdad
con su naturaleza inclusiva,
una toma de decisiones
que haga de nuestras ciudades
un mejor lugar para vivir.
Pero hay un pero, obviamente:
Lograr una participación extensa
y redistribuir el poder
puede ser una pesadilla logística.
Es ahí donde la tecnología
puede jugar
un papel sumamente útil,
facilitando que la gente se organice
se comunique y tome decisiones
sin tener que estar en el mismo cuarto
al mismo tiempo.
Desafortunadamente para nosotros,
cuando se trata de fomentar
los procesos democráticos
los gobiernos de nuestras ciudades
no utilizan el potencial pleno
de la tecnología.
Hasta ahora, la mayoría de
los gobiernos han usado
la tecnología para convertir a los
ciudadanos en sensores humanos
que sirven a la autoridad
con datos sobre la ciudad:
baches, arboles caídos o
alumbrado descompuesto.
También, en menor medida,
invitan a la gente a validar
el resultado de las decisiones
que ya fueron tomadas por ellos,
justo como mi mamá
hacía cuando tenía 8 años
y me decía que tenía opciones:
tenía que dormir a las 8 de la noche,
pero podía escoger si quería mi pijama
rosa o la azul.
Eso no es participación,
y de hecho, los gobiernos no
han usado la tenología
eficazmente para
fomentar la participación
sobre lo que importa,
como a dónde va el presupuesto,
el modo en que usamos la tierra,
o cómo manejamos los recursos naturales.
Estas son el tipo de decisiones
que en verdad pueden incidir
en los problemas globales
que ocurren en nuestras ciudades.
La buena noticia es que,
y de verdad tengo buenas noticias,
no necesitamos esperar a
que los gobiernos lo hagan.
Tengo razones para creer
que es posible que los
ciudadanos construyan
su propia infraestructura de
participación.
Hace tres años, cofundé una organización
llamada Meu Rio,
y lo que hacemos es facilitarle
a la gente de la ciudad de Río
que se organicen sobre causas y lugares
que les interese de su propia ciudad
y a tener un impacto en
esas causas y lugares
todos los días.
En los últimos 3 años, Meu Rio creció
a una red de 160 000 ciudadanos de Río.
Cerca del 40% de esos miembros
son gente joven
de entre 20 y 29 años.
Eso es uno de cada 15 jovenes
de esa edad en Río.
Entre nuestros miembros
está esta pequeñita adorable,
Bia, a la derecha.
Bia tenía solo 11 años de edad
cuando empezó una campaña
usando nuestra plataforma
para salvar a su escuela modelo
de la demolición.
Su escuela hoy en día
está entre las mejores
escuelas públicas en el país
e iba a demolerse
por el gobierno estatal
de Río de Janeiro
para construir, no les miento,
un estacionamiento
para la Copa del Mundo
justo antes de celebrarse.
Bia empezó una campaña e incluso vimos
su escuela 24/7 con un
monitoreo por cámara web,
y muchos meses después,
el gobierno cambió su postura.
La escuela de Bia quedó en su sitio.
También está Jovita.
Es una mujer increíble cuya hija
desapareció hace 10 años
y desde entonces,
ha estado buscando
a su hija.
En su búsqueda, encontró
primero, que no estaba sola.
Solo en el último año, 2013,
6 000 personas desaparecieron
en el estado de Río.
Pero también encontró que,
a pesar de ello,
Río no tiene un sistema
policial centralizado
para resolver los casos de desapariciones.
En otras ciudades
brasileñas, esos sistemas
han ayudado a resolver hasta el 80%
de los casos de desapariciones.
Empezó una campaña,
y después de que el secretario de
seguridad recibió 16 000 emails
de gente que le pedía hacer esto,
respondió y empezó a
crear la unidad de la policia
especializada en esos casos.
Se abrió al público
a finales del mes pasado,
y Jovita estaba presente,
dando entrevistas.
También está Leandro.
Leandro es una persona increíble
de un barrio pobre en Río.
Creó un proyecto de
reciclaje en su barrio.
A finales del año pasado,
el 16 de diciembre,
recibió una orden de desalojo
del gobierno de Río de Janeiro
que le daba 2 semanas para
desalojar el espacio
que había estado usando durante 2 años.
El plan era entregarlo a un desarrollador
que iba a construir ahí.
Leandro empezó una campaña
usando una de nuestras herramientas,
la olla de presión,
de la misma manera en
que la usaron Bia y Jovita
y nuestro gobierno cambió sus planes
antes de Navidad.
Estas historias me hacen feliz,
pero no solo porque tiene un final feliz.
Me hacen feliz porque tiene
un comienzo feliz.
Los profesores y padres
de la escuela de Bia
están buscando la manera de mejorar
ese espacio aún más.
Leandro tiene planes ambicioso
para llevar su modelo a otras
comunidades de bajos ingresos en Río
y Jovita es voluntaria en
la unidad policial
que ayudó a crear.
Bia, Jovita y Leandro
son ejemplos vivientes de algo
que los ciudadanos y los gobiernos
alrededor del mundo
necesitan saber:
Estamos listos.
Como ciudadanos estamos listos
para decidir nuestro destino común,
porque sabemos que la manera
en que repartimos el poder
dice mucho acerca de lo que
en realidad le importa a todos,
y porque sabemos
que participar en las políticas locales
es una señal clara de que nos importan
nuestras relaciones entre nosotros
y estamos listos para esto
en las ciudades alrededor
del mundo hoy mismo.
Con la red Nuestras Ciudades,
el equipo de Meu Rio
desea compartir lo que hemos aprendido
con otras personas que deseen crear
iniciativas similares
en sus propias ciudades.
Ya lo empezamos a hacer en Sao Paulo.
con resultados increíbles
y queremos llevarlo a
todas las ciudades del mundo
a través de una red
centrada en los ciudadanos
de organizaciones dirigidas
por ciudadanos
que nos inspiren,
que nos estimulen y que
nos recuerden exigir
participación real en nuestras ciudades.
Depende de nosotros
decidir si queremos escuelas
o estacionamientos,
proyectos comunitarios de reciclaje
u obras de construcción,
soledad o solidaridad,
autos o autobuses
y es nuestra responsabilidad
hacerlo hoy,
por nosotros, por nuestras familias,
por las personas que hacen que
nuestras vidas valgan la pena vivirse
y por la creatividad increíble,
por la belleza y la maravilla que
hacen de nuestras ciudades,
a pesar de sus problemas,
la mayor invención de nuestra era.
Obrigado. Gracias.
(Aplausos)