Me siento muy afortunada de que mi primer trabajo haya sido trabajar en el museo de arte moderno en una retrospectiva de la pintora Elizabeth Murray. Aprendí mucho de ella. Después de que el curador Robert Storr seleccionó todas las pinturas que realizó durante toda su vida, me encantaba ver las pinturas de los 70s. Había algunos motivos y elementos que resurgirían después en su vida. Me acuerdo que le pregunté qué pensaba de esas obras tempranas. Si no supieran que son de ella, tal vez no podrían adivinarlo. Me dijo que algunas no alcanzan su marca personal sobre lo que quería que fueran. Una de las obras, de hecho, que no alcanzaba su marca, la había tirado a la basura en su estudio y su vecina la había tomado porque vio su valor. En ese momento, mi opinión sobre el éxito y la creatividad cambiaron. Me dí cuenta que el éxito es un momento, pero lo que siempre admiramos es la creatividad y la maestría. Pero, el quid es este: ¿qué nos lleva a convertir el éxito en maestría? Esto es algo que me he preguntado por mucho tiempo. Creo que llega cuando comenzamos a valorar el regalo de casi lograrlo. Empecé a entender esto cuando fui en un día frío de mayo a ver un torneo de arquería universitario, todas las mujeres deberían hacerlo, en la parte más septentrional de Manhattan en el complejo atlético Baker de Columbia. Quería ver lo que se llama la paradoja del arquero, La idea de que para acertar en el blanco se debe apuntar a algo ligeramente desviado de él. Fui y vi cómo el entrenador llevaba a las chicas en esa camioneta gris y salían con ese tipo de relajación concentrada. Una llevaba un helado a medio comer en una mano y flechas en la otra con plumas amarillas. Todas pasaban y me sonreían, pero me evaluaban en su camino al campo y hablaban entre sí no con palabras, sino con números, ángulos, creo, posiciones sobre cómo planeaban acertar la diana. Me puse detrás de un arquero mientras que su entrenador se ponía entre nosotras, tal vez para evaluar quién podría necesitar ayuda y la veía, y no entendía cómo siquiera una pudiera dar en el círculo de 10 puntos. El círculo de 10 puntos a una distancia estándar de 70 metros se ve tan pequeño como la punta de un cerillo sostenido en la punta de la mano. Y esto mientras se sostiene un arco de 20 kilos en cada tiro. Recuerdo que primero acertó 7 puntos y después 9 y después dos 10 y la siguiente flecha ni siquiera dio en el objetivo. Y vi que eso le dio más tenacidad y siguió una y otra vez durante tres horas. Al final de la práctica, una de las arqueras estaba tan exhausta que se acostó en el pasto a mirar las estrellas con su cabeza mirando al cielo tratando de encontrar lo que T. S. Elliot llamó ese punto fijo del mundo en movimiento. Es tan raro que en la cultura estadounidense haya tan poca vocación ya para perseverar con este nivel de exactitud, lo que significa alinear la postura corporal durante tres horas para dar en el blanco persiguiendo una excelencia en la oscuridad. Pero me quedé porque me dí cuenta de que estaba viendo algo que era muy raro de ver, la diferencia entre el éxito y la maestría. El éxito es acertar 10 puntos, pero la maestría es saber que eso no importa si no lo puedes volver a hacer una y otra vez. La maestría no es lo mismo que la excelencia. No es lo mismo que el éxito, que entiendo como un evento, un momento en el tiempo, una etiqueta que el mundo te otorga. La maestría no es lograr un objetivo si no la búsqueda constante en sí. Lo que nos hace hacer esto, lo que nos lleva adelante es valorar el casi lograrlo. ¿Cuántas veces no catalogamos algo como un clásico, incluso como una obra maestra, mientras que su creador la considera irremediablemente inacabada, plagada de dificultades y errores, es otras palabras, casi haberlo logrado? Elizabeth Murray me sorprendió con sus revelaciones sobre sus obras tempranas. Paul Cézanne generalmente pensaba que sus obras estaban incompletas que deliberadamente las había apartado con la intención de continuarlas después pero al final de su vida resultó que solo había firmado el 10% de sus pinturas. Su novela favorita era "la obra maestra incompleta" de Balzac y sentía que el protagonista era él mismo. Franz Kafka veía incompletitud mientras que otros veían obras dignas de alabanza tanto que quiso que todos sus diarios manuscritos, cartas e incluso borradores se quemaran después de su muerte. Sus amigos se negaron a cumplir su voluntad y gracias a ello tenemos todas las obras que atribuimos a Kafka: America, El proceso y El castillo una obra tan incompleta que incluso termina a la mitad de una frase. La búsqueda de la maestría, en otras palabras, es un casi hacia adelante constante. "Señor, concédeme el desear más de lo que puedo lograr", rogaba Miguel Ángel a ese Dios del viejo testamento de la Capilla Sixtina como si él mismo fuera ese Adán con su dedo buscando y casi tocando la mano de Dios. La maestría es el buscar, no el llegar. Es la búsqueda constante de cerrar la brecha entre lo que se es y lo que se quiere ser. La maestría es sacrificarse por su arte y no por hacer una carrera. ¿Cuántos inventores y emprendedores anónimos viven esto? Vemos esto incluso en la vida del explorador del ártico Ben Saunders que me dijo que su triunfo no es únicamente el resultado de un gran logro, sino el resultado de una cadena de casi lograrlo. Progresamos cuando superamos nuestros límites. Es una sabiduría que entendió Duke Ellington cuando dijo que su canción favorita de su repertorio era siempre la siguiente, siempre la que aún no componía. Parte de la razón del casi lograrlo en lograr la maestría es porque a mayor sea nuestro desempeño, más claramente podemos ver que no sabemos todo lo que creíamos. Se le llama el efecto Dunning-Kruger. James Baldwin, cuando le preguntaron para The Paris Review, "¿Qué crees que incrementa el conocimiento?" respondió "Aprender que sabes muy poco". El éxito nos motiva, pero el casi lograrlo nos catapulta a una búsqueda constante. Uno de los ejemplos más vívidos de esto es cuando vemos la diferencia entre los medallístas olímpicos de plata y los de bronce después de la competencia. Thomas Gilovich y su equipo de Cornell estudiaron esta diferencia y encontraron que la frustración que sufren los ganadores de plata comparada con la de los de bronce, que están un poco más felices no haber llegado en cuarto lugar y no ganar ninguna medalla, les da a los ganadores de la plata un objetivo para mejorar en la competencia. Vemos esto incluso en la industria de las apuestas en el que aplicamos este fenómeno del casi lograrlo y creamos los billetes de rascar que tiene un promedio de casi ganadores mayor y así compelemos a que compren más billetes que se conocen como ganafáciles y se utilizó en la serie de abusos de la industria de apuestas en Inglaterra durante la década de los 70s. La razón del porqué casi ganar da esta propulsión es porque cambia nuestra manera de ver las cosas y pone nuestras metas, a las que tendemos a poner a la distancia, más cerca de donde estamos. Si les pidiera que pensaran cómo sería un gran día la próxima semana lo describirían en términos generales. Pero si les preguntara cómo sería un gran día en el TED de mañana puede que lo describan con claridad granular y práctica. Y esto es lo que el casi lograrlo hace. Nos hace concentrarnos, en este momento, en lo que planeamos para alcanzar las estrellas. Es Jackie Joyner-Kersee, que en 1984 perdió el oro en heptatlón por un tercio de segundo y su esposo predijo que eso le daría la tenacidad para seguir en la competencia En 1988 ganó el oro en heptatlón e impondría una marca de 7291 puntos, una marca a la que ningún atleta se ha acercado desde entonces. Progresamos no cuando ya hicimos todo, sino cuando aún hay algo por hacer. Pienso e imagino en las distintas formas de casi lograrlo en este salón, cómo sus vidas lo tomarían, porque creo que en cierto nivel lo sabemos. Sabemos que progresamos cuando estamos en nuestro propio límite y es por eso que la incompetencia deliberada está en la creación de los mitos. En la cultura navajo, algunos artesanos y mujeres deliberadamente ponen imperfecciones en sus textiles y cerámicas. Es lo que se llama una línea de espíritu, un error deliberado en el patrón para mostrar el creador o al tejedor, pero también una razón para seguir trabajando. Los maestros no son expertos porque hayan llevado algo a su final conceptual. Son maestros porque se dan cuenta que no existe uno. Pienso, mientras hablo de esto, en el porqué el entrenador de los arqueros me dijo al final de la práctica, lejos de los oídos de los arqueros, que él y sus colegas sienten que nunca pueden dar lo suficiente por sus equipos, sienten no hay suficientes técnicas de visualización ni entrenamientos de posturas con los que les ayuden a superar ese casi lograrlo. No sonaba como una queja, exactamente, sino como para dejarme saber, para admitir algo, para recordarme que se estaba entregando a una tarea voraz e incompleta que siempre requiere algo más. Nos construimos a partir de una idea inacabada, aún cuando esa idea sea nuestro anterior yo. Esta es la dinámica de la maestría. Acercarse a lo que pensaban que querían puede ayudarlos a obtener más de lo que nunca hayan soñado. Es lo que imagino que Elizabeth Murray pensaba cuando la vi sonreír sobre esas primeras obras en la galería. Aún si creamos utopías, creo que debemos dejarlas incompletas. La completud es la meta, pero espero que nunca sea el final. Gracias. (Aplausos)