La diabetes mellitus ha flagelado el mundo desarrollado; se estima que 400 millones de personas en todo el mundo sufren esta enfermedad, y se predice un 50% más en el plazo de 20 años. Sus primeros síntomas, sed y aumento de grandes volúmenes de orina, se reconocieron ya en 1500 aC en Egipto. Aunque el término diabetes, que significa "pasar a través", lo utilizó por primera vez en 250 aC el médico griego Apolonio de Memphis, las diabetes tipo 1 y tipo 2, asociadas, respectivamente, con la juventud y la obesidad, se identificaron como enfermedades separadas por médicos de India hacia el siglo V aC. Pero a pesar de conocerse la enfermedad, el diagnóstico de la diabetes siguió siendo equivalente a una sentencia de muerte hasta principios del siglo XX, ya que no se conocía qué la causaba. Lo que cambió esta situación calamitosa fue la ayuda del compañero animal de siempre de la humanidad: canis lupus familiaris, domesticado de lobos grises hace miles de años. En 1890, los científicos alemanes von Mering y Minkowski demostraron que la extirpación del páncreas de un perro provocaba que se desarrollan todos los síntomas de la diabetes, estableciendo así el papel central del órgano en la enfermedad. Sin embargo, el mecanismo exacto de cómo ocurría fue un misterio hasta 1920 cuando un joven cirujano canadiense llamado Frederick Banting y su estudiante, Charles Best, desarrollaron los hallazgos de sus colegas alemanes. Trabajando con el profesor Macleod de la Universidad de Toronto, confirmaron que el páncreas era responsable de la regulación de la glucosa en sangre, y trataron con éxito a los perros diabéticos inyectándoles un extracto que habían preparado a partir de tejido pancreático. En 1922, los investigadores que trabajan con el bioquímico James Collip pudieron desarrollar un extracto de páncreas vacuno para el primer tratamiento de un niño diabético de 14 años, seguido de seis pacientes más. El proceso de fabricación de este extracto, ahora conocido como insulina, finalmente se entregó a una empresa farmacéutica que fabrica los diferentes tipos de insulina inyectable de hoy. Banting y Macleod recibieron el Premio Nobel de Medicina en 1923 por su descubrimiento. Pero Banting decidió compartir su parte con Charles Best, por su ayuda en los estudios iniciales que involucraron a perros. Pero aunque la experimentación médica con animales sigue siendo controvertida, en este caso al menos, no fue solo una explotación de perros para necesidades humanas. Los perros desarrollan diabetes a razón de dos casos por cada 1000 perros, casi la misma que la de los seres humanos de menos de 20. La mayoría de los casos caninos son de la diabetes tipo 1, similar al tipo que desarrollan los niños pequeños tras la destrucción del páncreas por el sistema inmunológico. Los estudios genéticos han demostrado que la enfermedad canina tiene muchas características similares a la humana. Esto ha permitido a los veterinarios a su vez cambiar la situación, utilizando con éxito la insulina para tratar la diabetes por los últimos 60 años en el mejor amigo del hombre. Muchos dueños de perros se comprometen a controlar la diabetes de sus perros con insulina inyectada dos veces al día, la alimentación regulada, y los análisis de sangre periódicos utilizando los mismos monitores de glucosa caseros utilizados por pacientes humanos. Y si la insulina de cerdo purificada utilizada comúnmente para perros no funciona para un perro en particular, el veterinario puede incluso formular insulina humana, cerrando el círculo. Después de todo lo que los perros han hecho por nosotros por siglos, incluyendo su papel en un descubrimiento médico que ha salvado innumerables vidas humanas, utilizar el mismo conocimiento para ayudarles es lo mínimo que podemos hacer.