Pocas especies en el planeta comparten un rasgo aparentemente misterioso: un ciclo menstrual. Somos uno de los pocos elegidos. Monos, simios, murciélagos, humanos, y, posiblemente, musarañas elefante son los únicos mamíferos terrestres que menstrúan. También lo hacemos más que cualquier otro animal, a pesar de ser una pérdida de nutrientes y que puede ser un inconveniente físico. Entonces, ¿cuál es el sentido de este raro proceso biológico? La respuesta comienza con el embarazo. Durante este proceso, los recursos del cuerpo se usan hábilmente para crear un entorno adecuado para el feto, un refugio interno para que la madre pueda nutrir a su niño en crecimiento. A este respecto, el embarazo es impresionante, pero eso es solo la mitad de la historia. La otra mitad revela que el embarazo pone a la madre y a su hijo en pugna. Como todo ser viviente, el cuerpo humano evolucionó para promover la propagación de sus genes. Para la madre, significa que debe intentar abastecer igualmente a toda su descendencia. Pero una madre y su feto no comparten exactamente los mismos genes. El feto hereda genes de su padre también y esos genes pueden promocionar sus propios genes extrayendo más recursos de la cuenta de su madre. Este conflicto de intereses evolutivo pone a la mujer y a su hijo por nacer en pie de guerra biológica que ocurre dentro del útero. Un factor que contribuye a esta pelea interna es la placenta, el órgano fetal conectado al suministro de sangre de la madre y que nutre al feto mientas crece. En la mayoría de los mamíferos, está tras una barrera de células maternas. Esta barrera permite el control del suministro de nutrientes al feto. Pero en humanos y en otras pocas especies, la placenta penetra en el sistema circulatorio de la madre para acceder directamente a su torrente sanguíneo. A través de la placenta, el feto bombea hormonas en las arterias de la madre para abrirlas y asegurar un flujo permanente de sangre rica en nutrientes. Un feto con dicho acceso sin restricciones puede fabricar hormonas para aumentar el azúcar en la sangre de la madre, dilatar sus arterias, y aumentar su presión arterial. La mayoría de los mamíferos expulsan o reabsorben embriones, si es necesario, pero en humanos, una vez que el feto se conecta al torrente sanguíneo, cortar esa conexión puede resultar en hemorragia. Si el feto se desarrolla mal o muere, la salud de la madre está en peligro. Conforme crece, el feto en busca de recursos puede provocar fatiga intensa, alta presión sanguínea, y enfermedades como diabetes y preeclampsia. Debido a estos riesgos, el embarazo es siempre una enorme, y a veces peligrosa, inversión. Por eso es lógico que el cuerpo examine cuidadosamente los embriones para detectar cuáles merecen el desafío. Aquí entra en juego la menstruación. El embarazo comienza con un proceso de implantación, donde el embrión se incrusta en el endometrio que recubre el útero. El endometrio evolucionó para dificultar la implantación de manera que solo los embriones sanos puedan sobrevivir. Pero al hacerlo, también selecciona los embriones vigorosamente más invasores, creando un ciclo de retroalimentación evolutiva. El embrión tiene un diálogo hormonal complejo exquisitamente sincronizado que transforma el endometrio para permitir la implantación. ¿Qué pasa cuando un embrión no pasa la prueba? Todavía podría lograr adherirse, o incluso ingresar parcialmente al endometrio. Mientras muere lentamente, podría dejar a su madre vulnerable a la infección, y todo el tiempo, podría emitir señales hormonales que interrumpan sus tejidos. El cuerpo evita este problema simplemente eliminando cada posible riesgo. Cada vez que la ovulación no termina en un embarazo saludable, el útero se deshace de su revestimiento endometrial, junto con óvulos no fecundados, enfermos, moribundos o embriones muertos. Ese proceso de protección se conoce como menstruación, y lleva al periodo. Este rasgo biológico, por extraño que sea, nos pone en camino para continuar la raza humana.