Soy un marine retirado
de la Primera División,
Pelotón 81, destinado en
Camp Pendleton, California.
¡Urra!
Público: ¡Urra!
(Risas)
Me alisté unos pocos meses
después del 11 de septiembre
porque sentí lo que creo que la mayoría
en este país sintió en aquel momento,
una especie de patriotismo,
venganza y deseo de hacer algo
ya que no estaba haciendo nada.
Tenía 17 años, recién terminaba
la secundaria el verano anterior
y vivía de alquiler en el cuarto
trasero de la casa de mis padres,
en la pequeña ciudad donde me crié,
en Mishawaka, en el norte de Indiana.
Puedo deletrearlo luego
para los interesados.
(Risas)
Mishawaka tiene muchas cosas buenas
pero no es el centro cultural del mundo
por lo que mi únicos encuentros
con el teatro y el cine se limitaron
a las obras que estudié
en la secundaria
y vi en Blockbuster Video,
que en paz descanse. (Risas)
Era lo suficientemente bueno
para obtener una audición para Juilliard
en el último año de secundaria;
no entré pero decidí que la universidad
no era para mí así que no me presenté
en ninguna otra parte,
lo que demuestra lo listo que era.
También intenté la odisea sobre la
que se cuenta un sinfín de historias,
la de los actores que llegan
a Los Ángeles con USD 7
buscan trabajo y tienen
una carrera exitosa.
Yo llegué hasta Amarillo, Texas,
antes de que el coche se averiara.
Gasté todo mi dinero en reparaciones
para acabar en Santa Mónica,
ni siquiera Los Ángeles,
donde me quedé 48 horas
paseándome por la playa, básicamente,
recuperé mi coche y volví a casa
poniendo así fin a mi carrera de actor.
(Risas)
Así que estoy en Mishawaka con 17 años
en la casa de mis padres, pago
alquiler, vendo aspiradoras,
hago tele-marketing,
corto el césped en los parques
de atracciones 4-H locales.
Este era mi mundo
en septiembre de 2001.
Así que después del 11-S,
abrumado por una sensación de deber
mientras estaba enojado
en general conmigo mismo,
con mis padres y el gobierno,
sin confianza, o un trabajo respetable
y con solo un minirefrigerador de mierda
que arrastré a California y de vuelta,
me uní a la Infantería
de Marina y me encantó.
Es una de las cosas que más
me enorgullece haber hecho en mi vida.
Era genial disparar armas,
conducir y detonar cosas,
pero descubrí que amaba
el cuerpo de marina por algo
que no estaba buscando en absoluto,
por lo menos no cuando me alisté,
y que era la gente: estos tipos raros,
gente de lo más variopinta
de una zona de los Estados Unidos
con la que aparentemente
no tenía nada en común.
Y con el tiempo, toda la bravuconería
política y personal
que me atrajo al ejército se disipó
y el Cuerpo de Marines se convirtió
para mí en sinónimo de mis amigos.
Al cabo de unos años de servicio
y meses antes de ser enviado a Irak,
me disloqué el esternón
en un accidente de bicicleta de montaña,
y me quedé por razones médicas.
Para los que nunca han estado en el
ejército, resulta difícil de entender
pero recibir la noticia de que no iba
a ir a Irak o Afganistán me devastó.
Recuerdo claramente dejar el hospital
de la base en una camilla
con todo mi pelotón fuera,
a la espera para ver si estaba bien.
Y entonces, de repente,
volví a ser de nuevo un civil.
Supe que quería darle
otra oportunidad a la actuación,
porque, una vez más
-- este soy yo -- pensé
que todos los problemas civiles son
pequeños comparados con los militares.
Es decir, ¿de qué puede uno
realmente quejarse ahora?
"Hace calor. Alguien debe poner el aire".
"La fila para comprarse un café
es demasiado larga".
Yo era un marine, sabía sobrevivir.
Me gustaría ir a Nueva York
y convertirme en actor.
Y si las cosas no salían bien,
iba a vivir en Central Park
y vivir del contenedor de
basura de Panera Bread. (Risas)
Me presente a otra audición para
Juilliard y esta vez tuve suerte, entré.
Pero me sorprendió lo complejo que era
la transición de militar a civil.
Yo estaba bastante sano y no puedo
imaginarme pasar por ese proceso
con un daño mental o físico.
Pero independientemente
de todo esto, era difícil.
En parte, porque estudiaba actuación
y no podía pasar por alto que yo iba
a clases de voz y de oratoria,
lanzaba pelotas imaginarias de energía
hasta al fondo del aula
y hacía ejercicios
donde me daba a luz a mí mismo
(Risas)
mientras mis amigos estaban
sirviendo sin mí en el extranjero.
Pero también, porque no sabía
cómo aplicar las cosas
que aprendí en el ejército
en un contexto civil.
Quiero decir tanto en la práctica
como emocionalmente.
En la práctica, necesitaba trabajo
y yo era un marine,
acostumbrado a disparar
ametralladoras y morteros.
No hay muchos lugares en el mundo civil
donde se busquen esas habilidades.
(Risas)
Y, emocionalmente, me costó
encontrar sentido en la vida.
En el ejército, todo tiene sentido.
Lo que hacemos sigue una gran tradición
o bien tiene un propósito práctico.
No se puede fumar al aire libre
para no delatar la ubicación.
No se toca la cara porque hay que mantener
un nivel personal de salud y de higiene.
Miras hacia aquí cuando suena el himno
por respeto a los que lucharon antes.
Camina así, habla de esta manera
por esto y aquello.
El uniforme se lleva con pulcritud,
la manera de seguir
esas reglas dicen mucho de ti,
del tipo de marine que eres.
El rango indica tu pasado
y el respeto que te has ganado.
En el mundo civil no hay rango.
Aquí eres un cuerpo más,
y me sentí como si tuviera que demostrar
constantemente mi valía una y otra vez.
Y el respeto que recibí de los civiles
mientras estaba de uniforme
desapareció cuando iba de civil.
No parecía que me rodeaba
un sentido de comunidad,
mientras que en el ejército,
me sentí muy arropado.
¿Cuán a menudo se encuentran en el mundo
civil en una situación de vida o muerte
donde los amigos más cercanos
les demuestran constantemente
que no les abandonarán?
Mientras tanto,
en la escuela de actuación
(Risas)
descubrí por primera vez
autores y personajes y obras
que no tenían nada que ver
con los militares,
pero que de alguna manera
describían mi experiencia militar
de un modo inconcebible
para mí hasta entonces.
Y cada vez me sentía menos agresivo,
ya que podía expresar con palabras
mi sentimientos por primera vez
y me di cuenta de que era
una herramienta muy valiosa.
Y al pensar en mi servicio militar
dejé de notar los típicos ejercicios
disciplinarios y el dolor que producían
y más bien recordaba estos pequeños
momentos humanos íntimos,
repletos de sentimientos, con amigos
ausentándose sin permiso
por echar de menos a sus familias,
amigos que iban a divorciarse,
que lloraban o celebraban juntos,
mientras éramos militares.
Los vi luchar con estas circunstancias
y vi la ansiedad en ellos y en mí
dejándonos incapaces de expresar
nuestros sentimientos al respecto.
En realidad, la comunidad militar
y la teatral son muy similares.
Hablamos de un grupo de personas
que intentan llevar a cabo una misión
más grande que ellos
donde no se trata de ti,
sino que tienes un papel, y hay que
saber cuál es dentro de ese equipo
que tiene un líder o un director
a veces inteligente, a veces no.
Uno está obligado a intimar con extraños
en un corto período de tiempo;
autodisciplinarse y ser autosuficiente.
Y pensé qué sería fantástico crear
un espacio que pudiese reunir
estas dos comunidades
aparentemente disímiles
para entretener a un grupo de personas
que, teniendo en cuenta su ocupación,
les vendría bien un poco más de reflexión
en lugar de la típica
diversión obligatoria
de la cual recuerdo disfrutar
voluntariamente en el ejército.
(Risas)
Eventos todos bien intencionados
pero ligeramente ofensivos
como "Gana una cita con una animadora
de los San Diego Chargers",
donde si contestas correctamente
a una pregunta de la cultura pop,
ganas la cita, que es un paseo
acompañado durante el desfile
con esta animadora casada y embarazada.
(Risas)
No tengo nada en contra
de ellas, me encantan,
pero no sería genial
introducir el teatro
mediante personajes accesibles
sin ser condescendiente.
Así que abrimos "Artes en las Fuerzas
Armadas", una empresa sin ánimo de lucro
donde intentamos hacer eso, unir a estas
dos comunidades aparentemente opuestas.
Elegimos una obra
o seleccionamos monólogos
de teatro estadounidense contemporáneo
igual de diversos en edad y raza
como lo es una audiencia militar.
Contamos con un grupo de actores
de teatro increíbles,
les damos material increíble
mientras mantenemos el valor
de la producción al mínimo:
sin decorados, vestuario,
iluminación, solo lecturas,
todo para poner en evidencia el lenguaje
y demostrar que se puede hacer
teatro en cualquier entorno.
Es algo muy poderoso,
esto de encontrarse en una habitación
rodeado por completos extraños
para recordarnos a nosotros mismos
nuestra humanidad,
y ver que este poder de expresión
es una herramienta igual de valiosa
que un rifle al hombro.
Y para una organización como la militar
que se enorgullece de hablar poco
uno puede sentirse perdido al tratar
de explicar una experiencia colectiva.
Y no hay mejor comunidad que necesite
una nueva manera de expresarse
que la que protege nuestro país.
Hemos estado de gira por todos
Estados Unidos y el mundo,
de Walter Reed en Bethesda, Maryland,
a Camp Pendleton,
o Camp Arifjan en Kuwait,
a USAG Baviera y teatros en Broadway
o por toda Nueva York,
Y a los artistas que traemos les
brindamos una ventana hacia una cultura
que de otra manera
no llegarían a conocer.
Y para los militares
es exactamente lo mismo.
Y el hacer esto durante
los últimos seis años,
siempre me obliga recordar que
la actuación es muchas cosas.
Es un arte, un acto
político, un negocio,
lo que más consideren oportuno
en su caso,
pero también es un servicio.
Yo no llegué a terminar el mío,
así que siempre que tengo
la oportunidad de servir
a esta definitiva industria de servicios,
los militares, para mí, una vez más,
no hay mayor honor.
Gracias.
(Aplausos)
Interpretaremos un fragmento
de la obra de Marco Ramírez,
llamada "No soy Batman".
Jesse Pérez un actor increíble
y buen amigo mío, nos va a leer
y estará acompañado por Matt Johnson que
acabo de conocer hace un par de horas,
por primera vez, así que
ya veremos cómo sale.
Jesse Pérez y Matt Johnson.
(Aplausos)
Jesse Pérez: Es medianoche
y el cielo rojo radiactivo,
que ilumina como loco.
Y si observas, quizá puedas ver la luna
a través de una espesa capa de humo de
cigarrillo y de gases de escape de avión
que cubre la ciudad como un mosquitero
que no deja pasar ni a los ángeles.
Y si miras lo suficientemente alto,
me verás a mí, parado en el borde
de un edificio de 87 pisos.
Y allí arriba, en este lugar para gárgolas
y relojes rotos en las torres,
que permanecen inmóviles
desde hace quizás 100 años,
allí estoy yo.
(Toque de tambor)
Y soy el maldito Batman.
(Toque de tambor)
Y tengo batimóviles y batibúmerangs
y malditas cuevas llenas
de murciélagos, en serio.
Y todo lo que necesito es
un armario de la limpieza
o un cuarto trasero
o una escalera de incendios,
para hacer desaparecer
a mis vaqueros de segunda mano.
Y mi polo azul marino,
que me queda bien
pero tiene ese agujero
desde cuando me enganché
en la valla de tela metálica
detrás de "Arturo's"
aunque no es gran cosa
porque me lo meto en los pantalones
y todo queda bien.
Aquel polo azul, ¡adiós, también!
Y me me vuelvo...,
me... ¡me transformo!
(Toque de tambor)
Y nadie saca el cinturón para zurrar
a Batman por responder.
(Toque de tambor)
O por no responder.
Y nadie llama a Batman simplón
o estúpido o delgaducho.
Y nadie despide al hermano de Batman
de la Eastern Taxi Company
porque están haciendo recortes tampoco.
Porque todos lo respetan.
Y no como el respeto que viene del miedo
sino más bien, respeto-respeto.
(Risas)
Porque nadie te tiene miedo.
Porque Batman no quiere
hacer daño a nadie.
(Toque de tambor)
Nunca.
(Golpe doble)
Porque todo lo que quiere Batman
es salvar a la gente
y tal vez pagar las facturas
de su abuela y un día morir feliz.
Y quizás volverse famoso de verdad.
(Risas)
Ah, y matar al Acertijo.
(Redoble de tambor)
Esta noche, al igual que
casi todas, estoy solo.
Y vigilo y espero como
un águila, o como un...
No, mejor como un águila.
(Risas)
Y mi capa ondea en el viento
porque es jodidamente larga
y mis orejas puntiagudas
están levantadas
y la máscara que cubre la mitad
de mi cara también la tengo puesta.
Y mi ropa es a prueba de balas
para que nadie pueda hacerme daño.
Y nadie, ¡nadie!, se interpondrá
entre Batman y la justicia.
(Batería) (Risas)
Desde donde estoy puedo oírlo todo.
(Silencio)
En alguna parte hay una anciana
recogiendo sobras de espuma de
poliestireno de un bote de basura
mientras se come un trozo de pollo
con sésamo que alguien escupió.
Y en algún lugar hay un médico
con un corte de pelo raro
con una bata de laboratorio negra
tratando de encontrar una cura
para una enfermedad que un día
acabará con todos nosotros.
Y en algún lugar hay un hombre
en uniforme de portero,
de camino a casa, borracho y mareado,
que gastó la mitad de su paga
en botellas de cerveza de un litro,
y la otra mitad en una visita de 4 horas
a la casa de una señora que vive
donde cierta gente disparó
a las luces de la calle
ya que prefieren hacer lo que hacen
en esta ciudad en la oscuridad.
Y muy cerca del conserje,
hay un grupo de buenos-para-nada
que no saben hacer nada mejor
que esperarle armados
con cadenas de bicicleta oxidadas
y unos bates de imitación.
Y si ven que no tiene dinero,
-- que no tendrá --
le pegarán hasta que se les cansen
los músculos de los brazos
y hasta que no queden
más dientes por romper.
Pero ellos no cuentan conmigo.
No cuentan con ningún
caballero de la noche,
con el estómago lleno de macarrones,
queso de marca y salchichas vienesas.
(Risas)
Prefiero que crean que no existo.
Y desde donde estoy, a 87 pisos de altura,
oigo a uno de ellos decir así de rápido:
"¡Dame el dinero!"¡,
"¡Dame el puto dinero!"
Y veo al conserje murmurar algo
en el lenguaje borracho y palidecer.
Y desde los 87 pisos de altura,
siento cómo el miedo le invade
y busca una vía de escape.
Así que me abalanzo rápidamente
en la oscuridad, vuelo en picada
y lanzo un batibúmerang
a una de las bombillas.
(Platillos)
Y les oigo decir: "¡Caramba!
¿Quién ha apagado las luces?"
(Risas)
"¿Qué es eso de ahí?"
"¿Qué?"
"¡Dame todo lo que tienes, viejo!"
"¿Has oído esto?"
"¿Oír qué? Si no hay nada.
¡No, en serio, no hay ningún murciélago!"
Y entonces,
uno de los tres holgazanes
recibe un golpe: ¡pam!
Mientras que el segundo lucha
a ciegas contra mi capa oscura
y antes de que su puño golpee algo
le tiro la tapa de un contendedor
de basura en pleno estómago.
Y el tercero intenta patearme de un salto
pero yo también sé karate y judo,
así que le golpeo así.
(Batería)
¡Dos veces!
(Batería)
(Risas)
(Batería)
Y antes de que pueda hacer más daño,
todos oímos de repente un "clic-clic".
Y de repente todo se vuelve tranquilo.
Y el último holgazán que queda en pie
agarra una pistola y apunta
directamente hacia arriba,
como si fuera que tiene a Jesús de rehén
y está listo para agujerear la luna,
mientras que el primero
a quién golpeé en la cabeza
y trató de patearme,
junto con el otro,
tratan de retirarse y alejarse de la
silueta oscura que tienen delante.
Y el borracho, el conserje,
está acurrucado en un rincón
y reza a San Antonio ya que es
el único a quién recuerda.
(Golpe doble)
Y allí estoy yo:
con los ojos brillando en la oscuridad
y la capa ondeando suavemente en el aire
(Batería)
con el pecho palpitando
y el corazón latiendo
en código Morse, que dice:
"Métete conmigo solo una vez.
Vamos, inténtalo".
Y el bueno-para-nada
que queda en pie,
con el arma en la mano,
me mira y se ríe.
Y baja el brazo con el arma
apuntándome a mí ahora
en vez de a la luna.
Y apunta justo entre
mis orejas puntiagudas
que sirven de postes de portería
como si fuera que es
de los equipos especiales.
El conserje sigue rezando
a San Antonio, pero no se levanta.
Y por un segundo, parece
que tal vez, voy a perder.
¡Qué va!
(Batería)
¡Bang! ¡Bang! Disparos.
"¡No me mates, hombre!"
¡Pam! ¡Llave de muñeca!
¡Golpe a la garganta!
Le arrojo ácido a la cara mientras grita.
Está en el suelo y yo encima
de él, sujetando su arma
y no me gustan las pistolas, no me gustan
las armas porque soy Batman.
Y, paréntesis: A Batman
no le gusta las armas
porque así murieron sus padres
hace mucho tiempo.
Pero solo por un segundo me brillan
los ojos, porque tengo esta cosa
con la que puedo hablar con el holgazán
en un idioma que quizás entienda mejor.
¡Clic-clic!
(Golpe de batería)
Y el holgazán se esfuma
como un residuo tóxico
de vuelta a la pocilga llena
de lodo de donde salió.
Y quedo solo yo con el portero.
Y lo levanto, le quito el sudor
y el perfume barato de la frente.
Y él me implora que no le haga daño
mientras le agarro
por el cuello de la camisa.
Y le acerco, y resulta que es más alto
que yo pero la capa ayuda,
por lo que me escucha cuando
le miro directamente a los ojos.
Y le digo solo esto: "Vete a casa".
Y lo hace, mirando por encima
del hombro a cada paso,
mientras yo salto de edificio
en edificio adelantándome
porque sé dónde vive.
Y veo como le tiemblan las manos
mientras saca la llave
y abre la puerta de su edificio.
Y estoy de vuelta en mi cama
mucho antes de que él entre
por la puerta principal.
Y lo escucho abrir el grifo, servirse
un vaso de agua caliente del grifo
poner el vaso de vuelta en el fregadero.
Y escucho sus pasos.
Y el ruido disminuye mientras
se acerca a mi habitación.
Y entreabre la puerta muy,
muy lentamente.
Y entra, lo que nunca hizo hasta ahora.
(Golpe)
Y está mirando el vacío, con un rostro
del mismo color que las aceras en verano.
Y finjo que acabo de despertarme
y digo, "¿Qué pasa, papá?"
Y el conserje no me dice nada.
Pero yo veo en la oscuridad.
Veo como sus brazos se relajan,
su cabeza gira hacía mí
y la levanta para que pueda
ver su cara y sus ojos.
Y sus mejillas están mojadas
pero no de sudor,
mientras se queda ahí
con la respiración entrecortada
como si recordara mis ojos brillando
y mi pecho a prueba de balas,
como si recordara que es mi papá.
Y me quedo sin decir nada.
Él se da la vuelta
con la mano en el picaporte.
Ya no me mira.
Pero oigo como murmulla:
"Lo siento".
Y vuelvo a echarme en la cama
y abro la ventana solo un poco.
Si miras lo suficientemente alto,
puedes verme.
Y desde dónde estoy...
(Platillos)
Puedo oírlo todo.
(Aplausos)
Gracias.
(Aplausos)