¿Para qué molestarse?
El resultado está amañado.
Mi voto no contará.
Las opciones son pésimas.
Votar es para tontos.
Tal vez hayas pensado
algunas de estas cosas.
Tal vez incluso las has dicho.
Y si es así, no estarías solo,
y no estarías del todo mal.
El juego de la política pública actual
está manipulado de muchas maneras.
Sino, ¿cómo es que más de la mitad
de los recortes de impuestos federales
fluyen hasta el 5% más rico
de los estadounidenses?
Y nuestras opciones de hecho
a menudo son terribles.
Para muchas personas
en todo el espectro político,
la prueba A es la elección
presidencial de 2016.
Pero, en cualquier año, pueden
revisar la boleta de votación
y encontrarán muchas
razones para desmotivarse.
Pero a pesar de todo esto,
todavía creo que votar importa.
Y por descabellado que suene
creo que podemos revivir
la alegría de votar.
Hoy, quiero hablar sobre cómo
podemos hacer eso y por qué.
En algún momento en la historia
estadounidense votar era muy divertido,
cuando era mucho más que un simple
deber pesado presentarse en las urnas.
Ese momento se conoce como "la mayor
parte de la historia de Estados Unidos".
De la revolución a la era
de los derechos civiles,
los Estados Unidos tenía
una cultura participativa
vibrante y robusta sobre votar.
Había teatro en las calles,
debates abiertos, fiesta y banquetes,
desfiles y hogueras.
Durante el siglo XX, los inmigrantes y
las maquinarias políticas urbanas
ayudaron a impulsar
esta cultura de la votación.
Esa cultura creció con cada ola
sucesiva de nuevos votantes.
Durante la reconstrucción,
con los nuevos votantes negros,
los nuevos ciudadanos negros,
comenzaron a ejercer su poder,
celebraban en desfiles jubilares
que unían la emancipación a
su recién descubierto derecho al voto.
Unas décadas más tarde, las sufragistas
llevaron un espíritu de
teatralidad a la lucha,
marchando juntas vestidas de blanco
mientras reclamaban su derecho.
Y el movimiento de los derechos civiles,
que aspiraba cumplir la promesa
de igualdad entre los ciudadanos
que Jim Crow traicionó,
ponía el derecho de voto
como algo central.
Del verano de la libertad
a la marcha en Selma,
esa generación de activistas
sabía que votar importaba,
y sabía que la vigilancia y
el desempeño del poder
eran la llave para poder
reclamar el poder.
Pero ha pasado más de medio siglo
desde la ley de derecho al voto y Selma,
y en las décadas que siguieron,
esta cultura de la votación
ha casi desaparecido.
La televisión la ha matado
y también el internet.
El sofá reemplazó a las plazas.
Las pantallas convierten a
los ciudadanos en espectadores.
Y aunque es agradable compartir
memes políticos en las redes sociales,
es una ciudadanía muy discreta.
Es lo que el sociólogo Sherry Turkle
llama "estar juntos y solos".
Lo que necesitamos hoy
es una cultura electoral donde
estemos juntos juntos,
en persona,
en formas fuertes y apasionadas,
para que en lugar de ser como
"coma frutas y verduras" o "cumpla"
el voto pueda sentirse
más como "únete al club"
o, mejor aún, "únete a la fiesta".
Imagina si tuviéramos,
en todo el país en este momento,
en lugares locales en todo el país,
un esfuerzo concertado para
revivir los encuentros cara a cara
para unirse y elegir:
espectáculos al aire libre donde se
burlen de los candidatos y sus causas
y se valore un estilo satírico;
discursos improvisados de los ciudadanos;
debates públicos celebrados en bares;
calles llenas de arte político y
carteles hechos a mano y murales;
batallas de bandas que compiten
por representar a sus candidatos.
Todo esto te puede sonar
un poco del siglo XVIII
pero en realidad, no tiene
porqué ser más del siglo XVIII
que, digamos, el musical
de Broadway Hamilton,
puede ser vibrante y contemporáneo.
Y el hecho es que en todo el mundo,
hoy en día, millones
de personas votan así.
En la India, las elecciones son
coloridas, asuntos comunales.
En Brasil, el día de las elecciones
es una fiesta carnavalesca.
En Taiwán y Hong Kong hay un espectáculo,
un espectáculo impresionante,
de teatro de la calle por las elecciones.
Te puedes preguntar, bueno, aquí
en EE.UU., ¿quién tiene tiempo para eso?
Y te diría
que el estadounidense promedio
ve cinco horas de televisión al día.
Te puedes preguntar,
¿quién tiene la motivación?
Y te voy a decir,
cualquier ciudadano que
quiera que lo vean y lo oigan
no como un apoyo, no como
un tema de conversación,
sino como un participante, un creador.
Pues bien, ¿cómo podemos
hacer que esto suceda?
Simplemente haciendo que suceda.
Es por eso que un grupo de colegas y yo
hemos puesto en marcha un nuevo
proyecto llamado "La alegría de votar".
En cuatro ciudades de los Estados Unidos,
Filadelfia, Miami,
Akron, Ohio, y Wichita, Kansas,
hemos reunido a artistas y activistas,
educadores, políticos amigos,
vecinos, ciudadanos comunes
para unirse y crear proyectos
que pueden fomentar esta cultura
de la votación de manera local.
En Miami, eso significa fiesta
toda la noche con DJs de moda
donde la única manera de entrar
es mostrar que estás empadronado.
En Akron hay obras políticas
que se realizan en
la plataforma de un camión
que se mueve de un barrio a otro.
En Filadelfia,
hay una casería del tesoro temático de
la votación en la parte colonial antigua.
Y en Wichita, se trata de hacer
mixtapes y grafitis en directo
en el extremo norte para
promover la votación.
Hay 20 de estos proyectos,
y son notables por
su belleza y diversidad
y están cambiando a la gente.
Déjenme decirles
acerca de un par de ellos.
En Miami, encargamos a
un joven artista llamado Atómico,
que creara unas imágenes vivas y vibrantes
para una nueva serie
de calcomanías "Yo Voté".
Pero la cosa es que Atómico
nunca había votado.
Ni siquiera estaba empadronado.
Entonces mientras creaba estas
obras de arte para las calcomanías
también empezó a no sentirse
intimidado por la política.
Se empadronó,
se informó acerca de
la próxima elección primaria,
y el día de elección ahí estaba
no solo para repartir calcomanías
sino para conversar con los votantes
y animar a la gente a votar
y hablar de las elecciones
con los transeúntes.
En Akron, una compañía de teatro
llamada "Estética Errante"
montó obras sobre camionetas.
Y, para ello, hacen una convocatoria
abierta al público
pidiendo discursos, monólogos,
diálogos, poemas,
fragmentos que puedan leerse en voz alta
e integrarse en una actuación.
Tienen docenas de contribuciones.
Una de ellas era un poema
escrito por nueve estudiantes
en una clase de ESL,
todos ellos trabajadores
migrantes hispanos
de la cercana Hartville, Ohio.
Quiero leerles este poema.
Se llama "La alegría de votar".
"Me gustaría votar por primera vez
porque las cosas están
cambiando para los hispanos.
Yo solía tener miedo a los fantasmas.
Ahora tengo miedo de la gente.
Hay más violencia y racismo.
Votar puede cambiar esto.
El muro de la frontera no es nada.
Es solo una pared.
El muro de la vergüenza es algo.
Es muy importante votar
para poder tirar ese muro de la vergüenza.
Tengo la pasión en mi corazón.
Votar me da una voz y poder.
Puedo levantarme y hacer algo".
"La alegría de votar"
no se trata solo de alegría.
Es sobre esta pasión.
Se trata de sentir y creer
y que no es solo el trabajo
de nuestra organización.
A lo largo de todo este país,
en este momento,
inmigrantes, jóvenes, veteranos,
personas de orígenes diversos
se unen para crear este tipo de
actividades apasionadas, alegres
en torno a las elecciones,
en estados rojos y azules,
en comunidades urbanas y rurales,
personas de cualquier filiación política.
Lo que tienen en común
es simplemente esto:
su trabajo se desarrolla localmente.
Porque, toda ciudadanía es local.
Cuando la política es solo
una elección presidencial,
gritamos y gritamos a las pantallas
y luego nos derrumbamos, exhaustos.
Pero cuando la política es sobre nosotros
y nuestros vecinos y otras personas
de nuestra comunidad
que se unen para crear una experiencia
colectiva de voz e imaginación,
entonces empezamos
a recordar que importa.
Empezamos a recordar que
esta es la base del autogobierno.
Lo que me lleva de vuelta
a donde empecé.
¿Para qué molestarse?
Hay una manera de
responder a esta pregunta.
El voto importa porque es un acto
auto cumplido de creer.
Se alimenta del espíritu
de interés mutuo que
hace que cualquier sociedad prospere.
Cuando votamos, incluso si
lo hacemos enojados,
somos parte de un salto de fe
creativo y colectivo.
La votación nos ayuda a generar
el poder que nos gustaría tener.
No es casualidad que
la democracia y el teatro
surgieran en la misma época
en la antigua Atenas.
Ambos llevan a la persona
de lo privado a lo público.
Ambos crean grandes experiencias
comunes de un ritual compartido.
Ambos dan vida a la imaginación
en formas que nos recuerdan que
todos nuestras relaciones al final
se imaginan y se pueden reimaginar.
Este momento, ahora,
cuando pensamos en
el significado de imaginación,
es tan fundamentalmente importante,
y nuestra habilidad de tomar ese espíritu
y entender que
hay algo más grande,
no es solo una cuestión
de conocimientos técnicos.
No es solo una cuestión de
tener el tiempo o saber hacerlo.
Es una cuestión de espíritu.
Pero voy dar una respuesta a
"¿para qué molestarse?"
un poco menos espiritual y
un poco más enfocada.
¿Para qué molestarse en votar?
Por que no hay no votantes.
No votar es votar,
por todo a lo que se oponen y detestan.
No votar puede entenderse
como un acto de resistencia
de principios pasiva
pero en realidad no votar
entrega activamente el poder
a aquellos cuyos intereses
están en contra del suyo
y que estarían muy contentos
de sacar ventaja de tu ausencia.
No votar es para los tontos.
Imagina dónde estaría este país
si todas las personas que
en 2010 crearon el Tea Party
hubieran decidido que la política
es demasiado complicada,
votar es demasiado complicado.
No hay posibilidad de que
nuestros votos sumen nada.
No se silencian
preventivamente a sí mismos.
Se presentan,
y al presentarse, cambiaron
la política estadounidense.
Imagínese si todos los seguidores
de Donald Trump y Bernie Sanders
hubíeran decidido no hacer
añicos el status quo político
y destruir el marco de
lo anteriormente posible
en la política estadounidense.
Lo hicieron mediante el voto.
Vivimos en un tiempo en este momento,
dividido, a menudo muy oscuro,
donde tanto en la izquierda y la derecha,
se habla mucho de revolución
y la necesidad de la revolución
para perturbar la democracia cotidiana.
Bueno, aquí está la cosa:
la democracia todos los días ya nos
da una guía para la revolución.
En la elección presidencial de 2012,
los votantes jóvenes, los latinos,
estadounidenses de origen asiático,
los de bajos ingresos,
todos se presentaron
en al menos el 50%.
En las elecciones de 2014,
la participación fue del 36%,
que fue la mínima en 70 años.
Y en su elección local promedio,
la participación se sitúa cerca del 20%.
Los invito a imaginar un 100%.
Imagínense un 100%.
Movilicen al 100%,
y durante la noche,
tendremos la revolución.
Durante la noche, las prioridades de
la política cambiarían drásticamente,
y todos los niveles de gobierno
serían radicalmente más sensibles
a todas las personas.
¿Qué se necesita para movilizar al 100%?
Bueno, tenemos que enfrentar los esfuerzos
en todo el país en este momento
para que votar sea más difícil.
Pero al mismo tiempo,
tenemos que crear activamente
una cultura positiva de la votación
a la que la gente quiera pertenecer,
ser parte y experimentar juntos.
Tenemos que crear propósitos.
Tenemos que hacerlo alegre.
Así que sí, vamos a tener la revolución,
una revolución
del espíritu, de las ideas,
de la política y la participación,
una revolución contra el cinismo,
una revolución en contra del
sentimiento de impotencia auto cumplido.
Votemos para que la revolución exista,
y ya que estamos en ello,
vamos a divertirnos un poco.
Muchas gracias.
(Aplausos)