Estos son objetos simples: relojes, llaves, peines, gafas. Son los objetos que las víctimas del genocidio de Bosnia llevaban consigo en su último viaje. Todos conocemos bien estos objetos terrenales, de todos los días. Que algunas victimas llevaran artículos personales, como pasta de dientes y cepillos es una señal clara de que no tenían ni idea de lo que iba a pasarles. Normalmente se les decía que les iban a intercambiar por prisioneros de guerra. Estos artículos han sido recuperados de las numerosas fosas comunes encontradas en mi país y mientras hablamos, los forenses siguen exhumando cuerpos de más fosas comunes recién descubiertas, 20 años después de la guerra. Y quizá, es la fosa común más grande de la historia. Durante los 4 años que duró el conflicto que asoló Bosnia en los años 90, cerca de 30 000 personas, la mayoría civiles, desaparecieron, presuntamente asesinadas, y otras 100 000 fueron asesinadas durante los combates. La mayoría fueron asesinadas sea al comienzo de la guerra, sea hacia el final de las hostilidades cuando las zonas protegidas por Naciones Unidas, como Srebrenica, cayeron en manos del ejército serbio. El Tribunal Penal Internacional emitió una serie de sentencias por crímenes contra la humanidad y genocidio. El genocidio significa la destrucción sistemática y deliberada de un grupo racial, político, religioso o étnico. El genocidio no solo significa matar, sino también destruir la propiedad de estos grupos, su patrimonio cultural, y, en última instancia, las mismísimas pruebas de su existencia. En un genocidio no solo se trata de matar; se trata también de negar una identidad. Siempre quedan rastros, el crimen perfecto no existe. Siempre queda algo de los que han fallecido, algo más duradero que sus frágiles cuerpos y nuestra memoria selectiva y perecedera. Estos artículos se han recuperado de las numerosas fosas comunes, y el objetivo principal de esta colección es una tarea única, de identificar a los desaparecidos en los asesinatos en este primer acto de genocidio en suelo europeo desde el Holocausto. Ni un solo cuerpo debe quedar sin ser descubierto o identificado. Una vez recuperados, estos artículos que las víctimas llevaban consigo de camino a la ejecución, son cuidadosamente limpiados, analizados, catalogados y almacenados. Miles de artículos son envasados en bolsas de plástico blanco como las que se ven en CSI. Estos objetos se usan como herramienta forense en la identificación visual de las víctimas, pero también se usan como pruebas forenses muy valiosas en las procesos por crímenes de guerra que están en curso. Se llama de vez en cuando a los supervivientes para tratar de identificar físicamente estos artículos, pero una identificación de este tipo es algo extremadamente difícil, ineficaz y doloroso. Una vez que los forenses, los médicos y los abogados han terminado su labor, dichos artículos se convierten en huérfanos de la historia. Por extraño que pueda parecer, muchos artículos se destruyen, o simplemente se almacenan perdiéndose de vista y olvidándose. Hace unos años decidí fotografiar todos y cada uno de los artículos extraídos para crear un archivo visual que los supervivientes pudieran consultar fácilmente. Como creador de narrativas visuales me gusta restituir algo a la comunidad. Ir más allá de la sensibilización. En este caso, alguien podría reconocer estos artículos, o al menos quedarán sus fotografías como un recordatorio eterno, imparcial y preciso de lo que sucedió. La fotografía es empatía, y la familiaridad de estos artículos garantiza la empatía. En este caso, yo no soy más que una herramienta, un forense, si quieren, y el resultado que propongo es una fotografía lo más cercana posible a un documento. Una vez identificadas todas las personas desaparecidas, solo quedarán sus cuerpos pudriéndose en sus tumbas y estos objetos cotidianos. Estos artículos, en toda su simplicidad, son los últimos testigos de la identidad de las víctimas, el último recuerdo permanente de que estas personas existieron alguna vez. Muchas gracias. (Aplausos)