Buenas noches.
Este [micrófono] sí funciona.
¿Qué es lo que determina
a un alpinista a subir montañas?
La pasión.
Yo más bien empecé
escalando montañas de roca,
y aun recuerdo la primera vez
que puse mis dedos y pies
sobre la vertical y los agarres,
y sentí que era poesía en movimiento.
Desde ese momento me sumergí
en una aventura apasionada
y claro, con los primeros obstáculos.
El primero fue mi mamá
diciéndome "no vas".
(Risas)
Lograr su permiso fue muy difícil, pero
seguía escalando, yendo a las montañas,
y me di cuenta que obtuve su apoyo
porque no le quedó de otra.
Ese apoyo después lo necesité,
mucho más intenso,
cuando mi sueño voló
al otro lado del planeta,
a las montañas más altas del mundo
que están en la cordillera del Himalaya.
Ir tras ideas en las que pocos confían,
o que muchos no creen, me inspira.
Porque si ya pasó por mi cabeza
estoy segura que es posible,
y así fue como después de dos
expediciones a montañas del Himalaya,
finalmente se presentaba
una oportunidad dorada en mi camino,
que fue llegar a
una expedición de mujeres
para intentar escalar una montaña
de más de 8 mil metros en el Tíbet.
Ahí estaba, por supuesto, antes de ir
surgieron muchos cuestionamientos,
la mayoría de ellos
se repetían una y otra vez,
"Oye eres mujer, ¿por qué no te dedicas
a algo que realmente las mujeres hagan?
Ese deporte es para hombres".
Saben, el hecho de ser mujer
no me impide cargar pesadas mochilas,
ni fijar una cuerda, ni afilar
mis trampones y mi piolet.
De hecho, gracias a eso,
nunca tuve problemas
para que algún alpinista
me incluyera en su equipo.
Otra pregunta que surgía una y otra vez:
"Es muy caro ese deporte
¿Cómo crees que vas a poder
si no es un deporte olímpico
donde el gobierno te apoye?"
¿Cuantas cosas así no hay? Hubo
que trabajar durísimo pero sí se pudo.
Otra, "¿Cómo crees que vas a poder
subir a más de 8 mil metros?
Si la montaña más alta de México
no llega ni a 6 mil.
¿Cómo vas a saber si puedes?
Había que descubrirlo e ir hacia allá.
Después de esa invitación
femenina para ir al Tíbet,
estaba una mañana despertándome
con la desagradable noticia
de que habían robado uno de los barriles
en donde estaba el equipo.
Y que el que habían robado era el mío
y que lo que faltaba eran mis botas.
¿Cómo podía aspirar
a subir la montaña sin botas?
Sin embargo, yo seguía en la montaña,
caminé, llegué al campamento base,
ahí encontré a una expedición italiana
que se retiraba de la montaña,
y uno de sus miembros, pequeño como yo,
aunque calzaba más grande,
me vendió sus botas.
Después de muchos pares de calcetines,
logré que me quedaran
y además que gente me prestara equipo
porque me faltaban cosas.
Finalmente empezamos el trabajo
de armar campamentos en la montaña,
y de acostumbrar al organismo
a la falta de oxígeno.
Cuando estaba haciendo este trabajo,
me di cuenta que el plan inicial
de ir en el equipo de mujeres
por diversas causas no funcionó.
Entonces dije, aquí está mi oportunidad
y no la puedo a perder ¿qué voy a hacer?
Adherirme a gente que sí quisiera subir,
entonces seguí con ellos subiendo
y llegó el momento esperado:
el intento de llegar a la cumbre.
Aquel día empezamos en la madrugada,
y empecé a ver en la ladera,
cuando ya salió el sol,
unas prominencias rocosas
que se convirtieron en mi meta.
Dije: "Tengo que llegar a ese lugar".
Después de mucho esfuerzo
y que llegué a ese lugar,
me senté a respirar el oxígeno que había
a darme cuenta que ya llevaba
bastante camino subido
porque había montañas
y montones de nubes ahí abajo.
Lo siguiente fue continuar
y cada vez que avanzaba
se reducía la distancia en que tenía
que pararme a descansar.
Hasta que llegué a 8 mil metros y ahí,
la altura a la que vuelan
los aviones comerciales,
de repente la estrategia tuvo que cambiar.
Mi estrategia tuvo que ser:
unos cuantos pasos.
Luego de 20 pasos me recargaba
y la recompensa era un descansito
para jalar el poco oxígeno que había.
Conforme fui ganando altura,
esos espacios de 20 pasos
se fueron reduciendo hasta los 5 pasos.
Finalmente, ya no había
más montaña que subir.
Ya estaba ahí y ese momento
hizo que aquellas preguntas
que eran incertidumbre,
se convirtieran en una gran certeza.
La gente quería sembrar
esos cuestionamientos,
pero para mí era una certeza
estar en aquella cumbre,
y hacer el primer ascenso
femenino latinoamericano
a una montaña de más de 8 mil metros.
Romper ese tipo de paradigmas
es tan importante para mí,
es cuando dices, "Sí es posible".
Estar hasta allá arriba
me hizo darme cuenta,
de todas las montañas que estaba viendo,
y todas esas montañas que veía
las traduzco como oportunidades
para hacer escalada, están esperando ahí,
esperando a alpinistas osados.
Luego cambié el rumbo hacia la Patagonia,
la parte más austral del continente.
Ahí ya no era la altura
sino la dificultad técnica
y sobre todo las condiciones climáticas.
Vientos de más de 100 km/h,
no puedes poner una tienda,
porque sería arrancada por el viento,
ahí hay que cambiar la estrategias.
Como tallar una cueva en el hielo
y quedarse ahí hasta el momento oportuno.
Así me di la oportunidad
de llegar a la Aguja Poincenot,
que no tenía ningún
ascenso femenino en el mundo.
Eso también me alimentaba bastante.
Una experiencia que quisiera
rápidamente compartirles,
es el ascenso a la montaña
más alta del mundo.
Porque no llegué hasta la cumbre
en el primer intento. Hice tres intentos.
En el primero llegué a 8750 metros,
a 98 metros de la cumbre,
y tal vez ustedes se pregunten:
¿Por qué no seguiste
si sólo eran 98 metros?
Yo tenía un principio de edema cerebral,
si hubiera continuado, hubiese empeorado,
si hubiera empeorado
me habría muerto, y si hubiera muerto
no estaría aquí platicando la historia.
(Risas)
En ese momento yo aprendí
que quería ser una anécdota viviente
y no una estadística muerta,
las estadísticas son muy sencillas.
Con eso en mente, regresé
10 años después a la montaña.
En ese momento también yo ya era madre,
y había una gran responsabilidad,
Desde mis momentos de entrenamiento
me dije: "Esta vez voy a ganar".
Con esa convicción fui a la montaña
y después de dos meses fuera de mi país,
llegué a la cumbre más alta del planeta.
(Aplausos)
¿Qué ocurre cuando llegan a tu vida
montañas que no eliges?
Ni más ni menos esa montaña
llegó en mi casa,
y la ruta era la escalera entre dos pisos.
Empecé a subir la escalera y no pude,
me tuve que recargar en el barandal
y contrario a aquella experiencia
que les narré de mi primer 8 mil,
donde jalaba aire y me recuperaba,
aquí no me recuperaba,
empezaba con unas palpitaciones
impresionantes que no podía controlar.
FInalmente acabé la escalera y me desmayé.
Cuando recobré el conocimiento
encontré las caritas de mis pequeños.
Me decían, "Mamá ¿qué pasa contigo?
Tú antes subías montañas".
Mi hija me dijo después, "Ma, tengo miedo,
¿Qué pasará con nosotros si te mueres?"
En ese momento había que transformar
el miedo de mis hijos
y el mío en acciones positivas.
Les dije a mis hijos,
"Me voy a morir igual que todos,
pero no ahorita,
vamos a buscar al mejor doctor".
Me implantaron un marcapasos y dijeron:
"Con ese marcapasos vas a quedar bien".
Yo estaba muy feliz.
Dejé a mis hijos otro día en la escuela,
luego me fui a correr como hacía
en muchas ocasiones después de dejarlos
y apenas llevaba dos minutos corriendo
cuando sentí mi brazo derecho dormido.
Lo empecé a sacudir y dije:
"¿En qué postura venía?"
Yo vivo en un pueblo
donde las distancias son pequeñas.
Veía mi brazo y pensaba:
"¿Qué le está pasando?"
Empecé a ver cómo
se me engarrotaba la mano,
cómo se ponía todo blanco y empecé
a sentir que perdía la audición
y me estaba mareando, indicios
de que me iba a desmayar.
Busqué un lugar
para recargarme y no golpearme.
Estando ahí se me empezó a paralizar,
la mitad derecha de mi cuerpo.
Entonces dije, "No, no puede ser"
y ocurre algo increíble.
El cerebro se dividió en dos,
una parte le decía a la otra:
"Parece que me está dando una embolia",
empecé a sentir cómo se me jalaba la cara;
y la otra parte dijo: "Bueno,
ya te dio, al menos quédate bonita".
Me jalé la cara y yo creo
que ese momento de risa, de apertura,
hizo que las venas del cerebro se abrieran
y que ese coagulito
pequeño pasara, y la isquemia,
que así se llama
técnicamente pasara también.
Finalmente una parte del cerebro
le decía a la otra:
"Oye, imagínate qué hubiera pasado
--era la parte víctima--
tus hijos y tú vives de dar conferencias".
Y la otra parte la pateaba y decía:
"No te pasó, así es que adelante,
sigue y vámonos, aunque sea arrastrándote
mientras puedas moverte lo vas a hacer.
Eso hice.
Posteriormente, me han dado
cuatro infartos cerebrales.
En uno de ellos fue increíble sentir
cómo se agudizaban todos mis sentidos.
Como cuando llegó el doctor
y me pidió mi mano,
sentía cada franja
de mi huella dactilar sobre su piel.
Cómo percibía los olores
tan impresionantemente,
cómo escuchaba a distancia
las conversaciones preocupadas.
Fue cuando me di cuenta,
que fue como un llamado a un despertar.
A un despertar de mi vida
y sé que el padecimiento lo tengo.
Sé que existe, sin embargo
¿cómo quiero vivir mi vida?
¿Sufriendo? O vivirla
intensamente y llena de alegría.
Cómo desapegarme del pasado,
cómo vivir la montaña de tu vida.
Desapegarme del pasado significó romper
con una imagen que la prensa
se había encargado de hacer,
de una super mujer
que todo podía con su voluntad.
Esa montaña me hizo darme cuenta
de que sí puedo hacer las cosas,
pero que también quiero
abrirme desde el corazón.
Quiero sentir, quiero ser vulnerable,
quiero que me apapachen.
Para mí vivir intensamente
significa entregarme en cada momento.
Despertar, sentir que respiro
y ese respiro compartirlo
porque me siento entonces abrazada,
me siento querida
y yo así quiero estar siempre,
compartiendo ese amor
con esas personas que me rodean.
Entonces, ¿cómo quieren vivir su vida?
Mi sueño ideal es que todos
los alpinistas de la vida,
como ustedes lo son, se atrevan a ser
una anécdota viviente
y no una estadística muerta.
Que vivan día tras día
con pasión en la cumbre.
Gracias.
(Aplausos)