Estábamos en pleno verano y ya era hora de cerrar en el bar del centro de Berkeley donde trabajábamos mi amiga Polly y yo como camareras. Al terminar el turno solíamos tomarnos una copa, pero esa noche no. "Estoy embarazada. Todavía no sé que voy a hacer", le dije. Sin pensarlo dos veces, Polly dijo: "Yo tuve un aborto". Aparte de ella, nadie me había contado que hubiera tenido un aborto. Tan solo hacía unos meses que me había graduado y acababa de empezar una relación cuando descubrí que estaba embarazada. Cuando pensaba en mis opciones no sabía cómo iba a decidir, qué criterio debía seguir. ¿Cómo iba a saber cuál era la decisión correcta? Me preocupaba arrepentirme de haber abortado después. Al haber cumplido la mayoría de edad en California del sur, había crecido en medio de las guerras por el aborto en nuestra nación. Nací en un remolque durante el tercer aniversario de Roe vs. Wade. La nuestra era una comunidad de surfistas cristianos. Nos preocupábamos por Dios, los menos afortunados y el océano. Todos estaban a favor de la vida. De niña, el aborto me ponía tan triste que ya sabía que si quedaba embarazada nunca podría hacerlo. Pero luego lo hice. Fue un paso hacia lo desconocido. Pero Polly me dio un regalo muy especial: el saber que no estaba sola y el darme cuenta de que el aborto era algo de lo que podíamos hablar. El aborto es algo común. De acuerdo con el Instituto Guttmacher, una de cada tres mujeres, en los Estados Unidos tendrá un aborto en su vida. Pero en las últimas décadas, el debate sobre el aborto en EEUU ha dejado poco lugar para perspectivas distintas a la pro-vida o pro-libre albedrío. Se trata de un asunto político y polarizador. Pero por mucho que hablemos de ello, todavía nos parece raro, como mujeres, o simplemente como personas, hablar entre nosotros sobre los abortos que tenemos. Existe una brecha entre lo que ocurre en la política y lo que ocurre en la vida real, y en medio de esa brecha, una mentalidad de campo de batalla. Una postura que echa raíces: "¿Estás con o contra nosotros?" Esto no se trata solo del aborto. Existen otros asuntos importantes de los que no podemos hablar. Encontrar maneras de convertir el conflicto en un lugar de diálogo es el trabajo de mi vida. Hay dos formas fundamentales para empezar a hacerlo. La primera es escuchar con atención. Y la segunda consiste en compartir historias. Así que hace 15 años cofundé la organización Exhale para empezar a escuchar a las personas que habían abortado. Creamos una línea de ayuda, donde mujeres y hombres podían llamar para recibir apoyo emocional. Aunque no lo crean, jamás ha existido un servicio como el nuestro, alejado de la política y libre de juicios. Necesitábamos un nuevo esquema para recoger todas las experiencias que escuchábamos en las líneas de ayuda. La feminista que se arrepiente de abortar. La católica que lo agradece. Las experiencias personales que no encajan ni en lo uno ni en lo otro. No creíamos que fuera justo pedirles que escogieran un bando. Queríamos mostrarles que el mundo entero estaba de su parte cuando tenían que atravesar esta experiencia tan dura. Así que inventamos Pro-Voice. Además del aborto, Pro-Voice trabaja otros temas difíciles contra los que hemos luchado globalmente por años, temas como: inmigración, tolerancia religiosa y violencia de género. También trabaja en asuntos personales que solo pueden importarte a ti, y a tus familiares cercanos y amigos: Los hay, que sufren enfermedades terminales, que tienen una madre que murió, o con hijos con necesidades especiales, y que no pueden hablar de ello. Escuchar y contar las experiencias son las características de Pro-Voice. Escuchar y contar historias. Esto suena muy bien. Incluso fácil, ¿no? Todos podríamos hacerlo. Pero no es fácil. Es muy duro. Pro-Voice es duro porque hablamos de cosas que nos enfrentan o de las que nadie quiere hablar. Desearía poder decirles que cuando se decide ser Pro-Voice se vive grandes momentos de logros entre jardines repletos de flores, donde escuchar y contar crea momentos maravillosos de ajá. Desearía poder contarles que habrá una fiesta feminista de bienvenida o que hay una ya perdida hermandad con integrantes dispuestos a defenderte cuando te golpeen. Pero contar nuestra propia historia puede ser agotador y hacernos vulnerables si sentimos que a nadie le importa. Si nos escuchamos de verdad unos a otros, escucharemos cosas que exigen que cambiemos nuestras percepciones. No hay un tiempo ni un lugar idóneos para entablar una conversación difícil. Nunca habrá un momento en el que todos estemos en la misma página, compartamos la misma mirada o conozcamos la misma historia. Hablemos, entonces, de escuchar y de cómo ser un buen oyente. Hay muchas formas de serlo y les voy a hablar de solo dos de ellas. Una consiste en formular preguntas abiertas. Nos podemos preguntar a nosotros mismos o alguien que conozcamos, "¿Cómo te sientes?" "¿Cómo fue aquello?" "¿Qué esperas ahora?" Otra forma de ser un buen oyente es usando un lenguaje reflexivo. Si alguien está hablando sobre su experiencia personal, usemos las palabras que ellos utilizan. Si alguien habla sobre un aborto y pronuncia la palabra "bebé", puedes decir "bebé". Si dicen "feto", puedes decir "feto". Si alguien se refiere a sí mismo como "marica", digámosle "marica". Si alguien tiene apariencia de un él pero dice que es ella, está bien. Llamémosla ella. Cuando reflejamos la lengua de la persona que comparte su historia estamos mandando el mensaje de que nos interesa entender quiénes son y por lo que están pasando. De la misma forma en que esperamos que la gente se interese por conocernos. Nunca se me olvidará la vez que estaba en una reunión de Exhale escuchando a un voluntario hablar de la cantidad de llamadas que recibía de mujeres cristianas que hablaban de Dios. Algunos de nuestros voluntarios son creyentes, pero esta, en particular, no lo era. Al principio se sintió incomoda hablando con los usuarios de Dios. Entonces, decidió buscar una mayor comodidad. Se paró frente al espejo en casa y dijo la palabra "Dios". "Dios". Una y otra vez, hasta que la palabra ya no sonó rara saliendo de su boca. Decir la palabra Dios no convirtió a esta voluntaria en cristiana, pero la hizo mucho mejor escucha de mujeres cristianas. Otra forma de ser Pro-Voice es contar historias y un riesgo que se asume cuando comparten su historia con alguien, es descubrir que bajo circunstancias similares a las suyas, ellos podían haber tomado una decisión diferente. Descubrir, por ejemplo, cuando cuenta la historia de su aborto, que ella podía haber tenido el bebé. Podía haberlo dado en adopción. Podía haberle dicho a sus padres y a su pareja, o no. Podía haberse sentido segura y confiada, aunque una se sintiera sola y triste. Eso está bien. La empatía se genera cuando nos colocamos en los zapatos de los otros. No significa que todos tengamos que terminar en el mismo lugar. No es acuerdo, no es igualdad lo que Pro-Voice busca. Pro-Voice crea una cultura y una sociedad que valora lo que nos hace especiales y únicos. Valora lo que nos hace humanos, nuestras fallas e imperfecciones. Y esta forma de pensar nos permite ver las diferencias con respeto, y no con temor. Y genera la empatía que necesitamos para superar las distintas formas en que intentamos herirnos los unos a los otros. Estigma, lástima, prejuicio, discriminación, opresión. Pro-Voice es contagioso, y cuanto más se practica, más se esparce. El año pasado quedé embarazada otra vez. Esta vez esperaba la llegada de mi hijo. Y mientras estuve embarazada, nunca me preguntaron cómo era que estaba sintiendo tantas cosas en mi vida. (Risas) Y sin embargo, respondí que, así me sintiera maravillada, excitada o totalmente asustada, siempre hubo alguien allí diciéndome "aquí estamos". Fue sorprendente. Fue una bienvenida, aunque drámatica despedida, de lo que experimento cuando hablo de la mezcla de mis sentimientos sobre mi aborto. Pro-Voice tiene que ver con historia reales de gente real que tienen impacto en la forma como el aborto y otros temas politizados y estigmatizados se entienden y discuten. Desde la sexualidad hasta la salud mental, desde la pobreza hasta la prisión. Más allá de su definición como derecho o como decisiones equivocadas, nuestras experiencias configuran todo un espectro. Pro-Voice centra esa conversación en la experiencia humana y hace del apoyo y el respeto algo posible para todos. Gracias. (Aplausos)