¿Qué es el amor?
Es un término difícil de definir
en tanto que tiene una amplia aplicación.
Puedo amar el correr.
Puedo amar un libro, una película.
Puedo amar los escalopes.
Puedo amar a mi esposa.
(Risas)
Pero existe una gran diferencia
entre un escalope y mi esposa,
por ejemplo.
Es decir, si valoro el escalope,
éste, por su parte,
no me valorará recíprocamente.
Mientras que mi esposa me llama
la estrella de su vida.
(Risas)
Es que solo otra
persona que desea
me puede concebir como un ser deseable.
Lo sé, por eso
el amor se puede definir
de una manera más precisa
como el deseo de ser deseado.
De ahí el problema eterno del amor:
¿cómo llegar a ser y
seguir siendo deseable?
El individuo suele encontrar
una respuesta a este problema
sometiendo su vida a las normas
de la comunidad.
Hay un papel específico
que desempeñar
según el sexo, la edad,
el estatus social,
y solo hay que interpretar ese papel
para ser valorado y amado
por toda la comunidad.
Piensen en la mujer joven que debe
permanecer casta hasta el matrimonio.
Piensen en el hijo más joven
que debe obedecer al mayor,
quien a su vez debe obedecer al patriarca.
Pero hay un fenómeno
que comenzó en el siglo XIII,
sobre todo en el Renacimiento,
en occidente,
y que causó la mayor crisis de identidad
en la historia de la humanidad.
Este fenómeno es la modernidad.
Básicamente podemos resumirla
como un proceso triple.
Primero, un proceso de racionalización
de la investigación científica,
que ha acelerado el progreso técnico.
A continuación, un proceso de
democratización política,
que ha fomentado
los derechos individuales.
Finalmente, un proceso de racionalización
de la producción económica
y de la liberalización del comercio.
Estos tres procesos entrelazados
han aniquilado completamente
todos los aspectos tradicionales de
las sociedades occidentales,
con consecuencias radicales
para el individuo.
Ahora los individuos son libres
de valorar o depreciar
cualquier actitud, elección u objeto.
Pero como resultado, se enfrentan
con la misma libertad que los demás tienen
para valorar o depreciar.
En otras palabras,
mi valor fue alguna vez asegurado
al someterme a las autoridades tradicionales.
Ahora se cotiza en la bolsa de valores.
En el mercado libre de
los deseos individuales,
yo negocio mi valor cada día.
De ahí la angustia
del hombre contemporáneo.
Está obsesionado:
"¿Soy deseable? ¿Cuán deseable?
¿Cuántas personas me amarán?"
Y ¿cómo responde él a esta ansiedad?
Bueno, recolectando histéricamente
símbolos de deseo.
(Risas)
Yo llamo a este acto de recolectar,
junto con otros, el capital de la seducción.
De hecho, nuestra sociedad de consumo
se basa en gran parte en
el capital de la seducción.
Se dice de este consumo
que nuestra época es materialista.
¡Pero no es cierto! Nosotros
solo acumulamos objetos
con el fin de comunicarnos
con otras mentes.
Lo hacemos para que nos amen,
para seducirlas.
Nada puede ser menos materialista,
o más sentimental,
que un adolescente
comprándose jeans nuevos
y rompiéndolos en las rodillas,
porque quiere complacer a Jennifer.
(Risas)
El consumismo no es materialismo.
Es más bien lo que se tragó
y sacrificó en el nombre
del dios del amor
o mejor dicho, en el nombre del
capital de la seducción.
A la luz de esta observación
sobre el amor contemporáneo,
¿qué podemos pensar del amor
en los años por venir?
Podemos imaginar dos hipótesis:
La primera de ellas consiste en apostar
que este proceso de capitalización
narcisista se intensificará.
Es difícil decir qué forma
tomará esta intensificación,
ya que depende en gran medida
de las innovaciones sociales y técnicas,
que son, por definición,
difíciles de predecir.
Pero podemos, por ejemplo,
imaginar un sitio web de citas
que, un poco como los programas
de puntos de lealtad,
utiliza puntos de capital de seducción
que varían de acuerdo a mi edad,
mi relación altura/peso,
mi título, mi salario
o el número de clics en mi perfil.
También podemos imaginar
un tratamiento químico para las rupturas
que debilite los sentimientos de apego.
Por cierto, ya hay un programa en MTV
en el que maestros de la seducción
tratan el dolor del corazón
como una enfermedad.
Estos maestros se llaman
a sí mismos "pick-up artists".
"Artist" es fácil,
significa "artista".
"Pick-up" es recoger a alguien,
pero no a cualquiera,
es recoger chicas.
Por lo que son artistas
en recoger chicas.
(Risas)
Y llaman al dolor de corazón "one-itis".
En Inglés, "itis" es un sufijo
que significa infección.
One-itis se puede traducir como
"infección de uno".
Es un poco desagradable. De hecho,
para los artistas pick-up,
enamorarse de alguien
es una pérdida de tiempo,
es malgastar su capital de seducción,
por lo que debe ser eliminado
como una enfermedad, como una infección.
También podemos imaginar
un uso romántico del genoma.
Todo el mundo lo llevaría a todas partes
y lo presentaría como
una tarjeta de visita
para verificar si la seducción
puede progresar hacia la reproducción.
(Risas)
Por supuesto,
esta carrera por la seducción,
como toda competencia feroz,
creará enormes disparidades
en la satisfacción narcisista
y por lo tanto también una gran cantidad de
soledad y frustración.
Así que podemos esperar que
la propia modernidad,
que es el origen del capital de seducción,
se ponga en sintonía.
Estoy pensando sobre todo en la reacción
de las comunas neofascistas o religiosas.
Pero ese futuro no tiene que existir.
Otro camino para pensar en el amor
puede ser posible.
Pero, ¿cómo?
¿Cómo renunciar a la necesidad
histérica a ser valorado?
Bueno, al tomar conciencia
de mi inutilidad.
(Risas)
Si,
Soy inútil.
Pero pueden estar seguros:
ustedes también.
(Risas)
(Aplausos)
Todos somos inútiles.
Esta inutilidad se demuestra fácilmente,
ya que para poder ser valorado
necesito que otro me desee,
lo que demuestra que
no tengo ningún valor propio.
Yo no tengo ningún valor intrínseco.
Todos nosotros pretendemos tener un ídolo;
todos pretendemos ser un ídolo para
otra persona, pero en realidad
todos somos unos impostores,
un poco como alguien en la calle
que aparenta ser indiferente y dueño de sí,
porque en realidad
ha anticipado y calculado
que todos los ojos estarán puestos en él.
Creo que al tomar conciencia
de esta impostura general,
que nos concierne a todos,
se aliviarían nuestras relaciones amorosas.
Esto es porque quiero ser amado
desde la cabeza a los pies,
justificando en cada elección,
que existe la histeria en la seducción.
Por tanto, quiero parecer perfecto
para que otro me puede amar.
Quiero que ellos sean perfectos
de modo que yo pueda estar
seguro de mi valor.
Esto lleva a las parejas
obsesionadas con el rendimiento
que romperán, así como así,
a la menor muestra de bajo rendimiento.
En contraste con esta actitud,
hago un llamado a la ternura,
al amor tierno.
¿Qué es la ternura?
Ser tierno es aceptar
las debilidades del ser amado.
No se trata de convertirse en
un aburrido par de sometidos.
(Risas)
Eso es muy malo.
Por el contrario,
hay una cantidad de encanto y
felicidad en la ternura.
Hablo específicamente del tipo de humor
que es, por desgracia, mal utilizado.
Es una especie de poesía
de la torpeza deliberada.
Me refiero a la burla de uno mismo.
Para una pareja que ya no se sostiene,
apoyada
por las restricciones de la tradición,
Creo que burlarse de uno mismo
es uno de los mejores medios para
que la relación perdure.