En 1845, los vastos campos irlandeses de patatas enfermaron a causa de una plaga invasiva de hongos que infestó rápidamente este cultivo esencial. El efecto fue devastador. Un millón de personas murieron de hambre, y más de un millón más se vieron obligados a abandonar Irlanda. Hoy en día, evitamos estas catástrofes agrícolas con la ayuda de pesticidas, una gama de productos químicos artificiales que controlan los insectos, las malezas molestas, los hongos, los roedores y las bacterias y que constituyen una amenaza para nuestro suministro de alimentos. Son una parte esencial de nuestro sistema alimentario. A medida que la población ha aumentado el monocultivo, el cultivo único, nos ha ayudado a alimentar a la gente de manera eficaz, pero también expuso nuestra comida al ataque masivo de plagas. A la vez, nos hemos vuelto más dependientes de los pesticidas. Hoy en día, rociamos la tierra cada año con más de 2200 millones de kilos de pesticidas para controlar a estos visitantes no deseados. La batalla contra las plagas, especialmente los insectos, ha marcado la larga historia de la agricultura. Los registros de hace miles de años sugieren que los humanos quemaron activamente algunos de sus cultivos después de la cosecha para librarlos de plagas. Hay incluso registros antiguos acerca del uso de otros insectos para esa tarea. En 300 d.C., los agricultores chinos criaron feroces hormigas depredadoras en naranjos para proteger los árboles de otros insectos. Más tarde, a medida que la agricultura aumentó a gran escala, empezamos a rociar arsénico, plomo, y tratamientos de cobre en los cultivos. Pero estos eran increíblemente tóxicos para los humanos también. Como demandamos más productos y los queríamos más seguros también necesitábamos productos químicos eficaces que pudieran controlar las plagas a escala mayor. Esto dio paso a la era de los pesticidas químicos. En 1948, un químico suizo llamado Paul Hermann Müller fue galardonado con el Premio Nobel por su descubrimiento del diclorodifeniltricloroetano, también conocido como DDT. Esta nueva molécula tenía un poder sin precedentes para controlar muchas especies de insectos hasta la década de 1950, cuando los insectos se hicieron resistentes a ella. Aún peor, los productos químicos en realidad causaron un dramático descenso en la población aviar envenenaron las fuentes de agua, y finalmente se encontró que causaron problemas de salud a largo plazo en los seres humanos. En 1972, prohibieron el DDT en EE.UU. y aun así, encontramos rastros en el ambiente hasta hoy. Desde entonces, los químicos han estado buscando alternativas. Con cada nueva ola de invenciones, han encontrado el mismo obstáculo... la evolución rápida de las especies. Conforme los pesticidas destruyen las plagas, a la vez, dejan atrás solo a los individuos más resistentes, que luego pasan sus genes resistentes a los pesticidas a la siguiente generación. Así es como surgieron los súper bichos, como el escarabajo de la patata de Colorado, que es resistente a más de 50 insecticidas diferentes. Otro inconveniente es que otros bichos también están afectados. Algunos de estos son predadores útiles de plagas de plantas o polinizadores vitales, así que eliminarlos de la agricultura anula sus beneficios, también. Los pesticidas han mejorado con el tiempo y actualmente están regulados por estrictas normas de seguridad, pero todavía tienen el potencial de contaminar el suelo y el agua, afectan a la fauna silvestre e incluso dañan a los humanos. Así que considerando todos estos riesgos, ¿por qué seguimos usando pesticidas? Aunque son imperfectos, actualmente son nuestra mejor apuesta contra los principales desastres agrícolas, por no hablar de las enfermedades transmitidas por los mosquitos. Hoy, los científicos están buscando estrategias alternativas de control de plagas que equilibren las demandas de la producción de alimentos con las preocupaciones ambientales. La naturaleza se ha convertido en una fuente importante de inspiración, desde las plantas naturales y productos químicos fúngicos que pueden repeler o atraer a los insectos, hasta reclutar otros insectos como guardaespaldas de cultivos. También estamos recurriendo a soluciones de alta tecnología, como los drones. Programados para sobrevolar los cultivos, estas máquinas pueden usar sus sensores y GPS para llevar a cabo rociados más exactos que limitan el impacto medioambiental de estos pesticidas. Combinando conocimientos biológicos, con la conciencia ambiental y tecnologías mejoradas, tenemos mejores oportunidades de encontrar una solución holística a las plagas. Los pesticidas químicos no podrán nunca limpiar su polémica reputación pero con su ayuda, podemos asegurarnos de que las catástrofes agrícolas sean claramente una cosa del pasado.