Cuenta la historia que el legendario
arquero Guillermo Tell
fue obligado a aceptar un cruel
desafío de un noble corrupto
que iba a ejecutar al hijo de William
a menos que este pudiera disparar
una flecha a través de una manzana
puesta sobre su cabeza.
William lo logró, pero imaginemos
que el cuento tiene dos variantes.
En la primera variante,
el noble contrata a un bandido para
robarle la mejor ballesta a William,
por lo que él se verá obligado a pedir
prestada una inferior a un campesino.
Sin embargo, la ballesta prestada
no está perfectamente ajustada
y William ve que sus tiros
de entrenamiento
se concentran en un punto
por debajo de la diana.
Afortunadamente, tiene tiempo para
corregir antes de que sea demasiado tarde.
En la segunda variante,
William comienza a dudar
de sus habilidades
en las largas horas anteriores al reto,
y su mano empieza a temblar.
Sus tiros de entrenamiento se juntan
aún alrededor de la manzana
pero al azar.
De vez en cuando él acierta la manzana,
pero con el temblor
no hay garantía de dar en la diana.
Tiene que dejar de temblar
y recobrar la seguridad de que dará
en el objetivo para salvar a su hijo.
En ambas variantes
aparecen dos términos
que se usan indistintamente:
exactitud y precisión.
La diferencia entre ellos
es crucial en muchos empeños científicos.
La exactitud indica qué tan cerca
se está al resultado correcto
y mejora con herramientas
calibradas correctamente
para las que se está bien entrenado.
La precisión, por otro lado,
es qué tan consistentemente se obtiene
el resultado con el mismo método.
Su precisión mejora
con mejores herramientas
que requieran menos estimación.
La historia de la ballesta robada
trata de la precisión sin exactitud.
William obtuvo el mismo resultado
erróneo cada vez que disparó la flecha.
La versión de la mano temblorosa
trataba de la exactitud sin precisión.
Las flechas de William se agrupaban
alrededor del resultado correcto,
pero sin la certeza dar en el blanco
en un tiro en concreto.
Es posible que se salga con la suya
aún con baja exactitud
o baja precisión en las tareas cotidianas,
pero los ingenieros e investigadores
requieren a menudo
exactitud a nivel microscópico
y un alto grado de certeza de estar
en lo correcto en todo momento.
Las fábricas y los laboratorios
aumentan la precisión
con mejores equipos
y procedimientos más detallados.
Estas mejoras pueden resultar costosas,
y los gerentes deben decidir
cuál es el margen de incertidumbre
aceptable para cada proyecto.
Sin embargo, invertir en precisión
puede llevarnos más allá
de lo que antes era posible,
incluso tan lejos como Marte.
Puede que te sorprenda que la NASA
no sepa exactamente dónde aterrizarán
sus sondas en otro planeta.
Predecir dónde aterrizarán
requiere extensos cálculos
basados en mediciones que no siempre
tienen una respuesta precisa.
¿Cómo cambia la densidad
atmosférica marciana a diferente altura?
¿En qué ángulo llegara la sonda
al entrar en la atmósfera?
¿Cuál será la velocidad
de la sonda a la entrada?
Las simulaciones por computadora
muestran miles de escenarios
de aterrizaje mezclando y combinando
valores para todas las variables.
Al sopesar todas las posibilidades,
la computadora propone
una posible zona de impacto
en forma de una elipse de aterrizaje.
En 1976, la elipse de aterrizaje
para el Mars Viking Lander
fue de 100 x 280 km,
casi el área de Nueva Jersey.
Con esta limitación,
la NASA tuvo que pasar
por alto zonas interesantes
pero arriesgadas para el aterrizaje.
Desde entonces, las nuevos datos
sobre la atmósfera marciana,
mejoras en la tecnología
de navegación espacial
y simulaciones más
potentes por computadora
han reducido drásticamente
la incertidumbre.
En 2012, la elipse de aterrizaje
para el Curiosity Lander
estaba en solo 6,5 km
de ancho por 19 km de largo,
una superficie más de 200
veces menor que la anterior.
Esto permitió a la NASA elegir
una zona específica del cráter Gale,
un área previamente no aterrizable,
pero de alto interés científico.
Mientras que en última instancia
nos esforzamos por ser exactos,
la precisión refleja la certeza
de lograrlo de manera fiable.
Con estos dos principios en mente,
podemos apuntar a las estrellas
y tener la confianza de siempre
llegar a nuestro objetivo.